Ahora, visto el segundo cartel, ya sabemos por qué hay quien se ha apuntado a un curso de enología...
sábado, 29 de junio de 2013
martes, 25 de junio de 2013
Trabajo
Trabajo
Cita del día: escoge un trabajo que te apasione y no tendrás que trabajar en toda tu vida. Confucio.
Hala, os dejo, que tengo que ponerme a trabajar.
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Cuadernillo de citas
sábado, 22 de junio de 2013
Hace...
Hace...
¡Esto es un lío!
Y el hombre del tiempo...
...sigue sin aclarar nada.
¡Esto es un lío!
Y el hombre del tiempo...
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Me quejo...
viernes, 21 de junio de 2013
El enigma Rosenthal, Daniel Hernández Chambers
Ingrid Vaughan se ve obligada a trasladar a su hijo Michael, en coma irreversible tras un accidente, a una misteriosa institución donde cuidan de enfermos terminales hasta que llegue su último momento. Paralelamente, Thomas Kehl sigue la pista de su abuelo desaparecido durante la Primera Guerra Mundial. Sus investigaciones le llevan hasta un manuscrito guardado en la biblioteca de Múnich. Ambas historias confluirán en la mansión de la condesa Von Rosenthal, un lugar fantasmagórico donde los acontecimientos llevarán a los protagonistas a descubrir unos hechos terroríficos.
Daniel Hernández Chambers (Tenerife, 1972) es licenciado en filología inglesa por la Universidad de Alicante y autor de novelas de varios géneros. Ha publicado El linaje de Alou, La ciudad gris y El lugar donde se detuvo el tiempo.
También ha publicado, y ya estuvieron por aquí, El códice Astaroth y Un fragmento de noche en un frasco.
Ayer, por cortesía del propio Daniel, recibí en el colegio el título que encabeza la entrada. La sinopsis es de lo más que sugerente y por ello el nuevo título de Daniel Hernández Chambers que llega a mis estanterías ya está en la lista de libros a leer en verano y, desde luego, si es tan interesante como El códice Astaroth, intentaré que El enigma Rosenthal sea lectura para mis alumnos el año que viene.
Volveremos por aquí con comentarios sobre ella.
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Libros de amigos,
Literatura juvenil
jueves, 20 de junio de 2013
James Stanley. Getting over
9. James Stanley. Getting over
-You were right.
-I know.
Habían pasado unos días, pero no era necesario que precisara de qué hablaba. Él lo sabía. La luz de las farolas dibujaba nuestras sombras sobre la acera mientras caminábamos por Princesa hacia Plaza de España. Algunos jóvenes pasaron junto a nosotros riendo y los vimos alejarse en dirección a Moncloa.
-I don't want to play with readers.
-You are not. They're free to read your texts or not.
Asentí levemente.
-But there's something else... -dije.
Harry se detuvo y me sujetó por el brazo para que yo también lo hiciera.
-You don't agree with James..., not completely.
-No -admití sin ambages.
-You feel ashamed. -¡qué bien me conocía!-. You can't...
-I can't -lo interrumpí- llorar o embobarme en una sonrisa ñoña sin sentirme avergonzado por ello... -cité de memoria.
Creí adivinar que asentía con la cabeza a cada una de mis palabras, pero no podría asegurarlo. Tenía la mirada puesta en la acera de enfrente, escondiéndosela a la de él, y suspiraba por descansar la espalda sobre los muros del Palacio de Liria, en busca de un apoyo que disimulara el temblor de las piernas, mientras me concentraba en obviar el contacto de sus manos en mis brazos.
-You can get over your fears.
-No, I can't.
-Of course you can! -exclamó afable- You did it with me.
Mi mirada atónita se topó con esa sonrisa absolutamente encantadora que, en una fulgurante revelación fui consciente entonces, él sólo dibujaba para mí. Trastabillé torpemente en ella mientras la sombra de un recuerdo ya casi oscurecido en la memoria cruzaba mi mente: no llovía, su chaqueta no me cubría la cabeza y había cientos de lugares a los que huir. Y, sin embargo...
-Yes -rocé con los dedos la solapa de su abrigo-, I did it.
-And was it a mistake? -había dado un paso y ahora estaba a unos centímetros de mí.
Agité suavemente la cabeza de un lado a otro, con la vista clavada en la espiguilla de su abrigo.
-Raise your...
Apoyé un dedo sobre sus labios y lo hice callar. Levanté la cabeza. Nadie iba a decirme que lo hiciera más que yo misma y él accedió en silencio. En la mano tenía algo para él. Observó paciente cómo lo empujaba con la punta de los dedos en el bolsillo de su pechera. Sonrió de nuevo y junto a mi mitad del billete puso la suya.
Las miradas de ambos proyectaron el mismo fotograma a la vez: ya no había fuerza humana que lo evitara ni, ahí estaban nuestras sonrisas precipitándose la una en la otra, pretensión alguna de eludirlo. Lo vi inclinarse hacia mí...
...
A su espalda, un autobús pasó ante nosotros y nos sustrajo a las miradas indiscretas.
- - - - - - - - - - - - - - - -
Antes, en James Stanley: The great pretender.
Y después...
No hay después. It's over.
-I know.
Habían pasado unos días, pero no era necesario que precisara de qué hablaba. Él lo sabía. La luz de las farolas dibujaba nuestras sombras sobre la acera mientras caminábamos por Princesa hacia Plaza de España. Algunos jóvenes pasaron junto a nosotros riendo y los vimos alejarse en dirección a Moncloa.
-I don't want to play with readers.
-You are not. They're free to read your texts or not.
Asentí levemente.
-But there's something else... -dije.
Harry se detuvo y me sujetó por el brazo para que yo también lo hiciera.
-You don't agree with James..., not completely.
-No -admití sin ambages.
-You feel ashamed. -¡qué bien me conocía!-. You can't...
-I can't -lo interrumpí- llorar o embobarme en una sonrisa ñoña sin sentirme avergonzado por ello... -cité de memoria.
Creí adivinar que asentía con la cabeza a cada una de mis palabras, pero no podría asegurarlo. Tenía la mirada puesta en la acera de enfrente, escondiéndosela a la de él, y suspiraba por descansar la espalda sobre los muros del Palacio de Liria, en busca de un apoyo que disimulara el temblor de las piernas, mientras me concentraba en obviar el contacto de sus manos en mis brazos.
-You can get over your fears.
-No, I can't.
-Of course you can! -exclamó afable- You did it with me.
Mi mirada atónita se topó con esa sonrisa absolutamente encantadora que, en una fulgurante revelación fui consciente entonces, él sólo dibujaba para mí. Trastabillé torpemente en ella mientras la sombra de un recuerdo ya casi oscurecido en la memoria cruzaba mi mente: no llovía, su chaqueta no me cubría la cabeza y había cientos de lugares a los que huir. Y, sin embargo...
-Yes -rocé con los dedos la solapa de su abrigo-, I did it.
-And was it a mistake? -había dado un paso y ahora estaba a unos centímetros de mí.
Agité suavemente la cabeza de un lado a otro, con la vista clavada en la espiguilla de su abrigo.
-Raise your...
Apoyé un dedo sobre sus labios y lo hice callar. Levanté la cabeza. Nadie iba a decirme que lo hiciera más que yo misma y él accedió en silencio. En la mano tenía algo para él. Observó paciente cómo lo empujaba con la punta de los dedos en el bolsillo de su pechera. Sonrió de nuevo y junto a mi mitad del billete puso la suya.
Las miradas de ambos proyectaron el mismo fotograma a la vez: ya no había fuerza humana que lo evitara ni, ahí estaban nuestras sonrisas precipitándose la una en la otra, pretensión alguna de eludirlo. Lo vi inclinarse hacia mí...
...
A su espalda, un autobús pasó ante nosotros y nos sustrajo a las miradas indiscretas.
- - - - - - - - - - - - - - - -
Antes, en James Stanley: The great pretender.
Y después...
No hay después. It's over.
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Historias
miércoles, 19 de junio de 2013
Esta ola (azul) polar...
Esta ola (azul) polar...
...que nos viene amargando desde el otoño pasado ya se está haciendo un poquito cargante, ¡canastos!
...que nos viene amargando desde el otoño pasado ya se está haciendo un poquito cargante, ¡canastos!
A Celda103: Have you heard the latest gossip at Heaven? Dimite la Virgen de la Cueva: "Esto se me ha ido de las manos".
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De guasa
James Stanley. The great pretender
8. James Stanley. The great pretender
-Have you read it yet?
-Yes!
Quizá dejé percibir mi entusiasmo un poco más de lo que me hubiera gustado.
-And?
Desde que leí el documento, no había podido dejar de pensar en las palabras que James Stanley había trazado sobre aquel manuscrito.
-You can't imagine how well I understand what he means.
Oí su risa ligera:
-Oh, be sure I can.
Ladeé la cabeza y me paré. Él también se detuvo. Relajado, con las manos metidas en los bolsillos del abrigo y un gesto tan natural en la cara que nadie diría que estaba una vez más allí dentro -agité inquieta la cabeza, como queriendo salpicármelo de encima-, correteando por mi cerebro y desvistiendo hasta la última neurona.
-Why are you so sure? -percibí cierto tono receloso en mi voz.
-'Cause you are like him.
Las palabras sonaron embutidas en un susurro. Negué con la cabeza.
-I'm not.
Él soltó una breve carcajada y echó a andar. Lo seguí. Las hojas anaranjadas que habían caído de los árboles formaron un remolino ante nosotros y opacaron durante un instante el brillo que los vidrios del Palacio de Cristal reflejaban al recibir la luz vespertina.
I write because I have fun, because it makes me happy, because I can't live another way... Escribo porque me hace saltar el alma... -mi mente transcribió los pensamientos de James Stanley al español. Si cinco meses de amistad con Harry Tisdale la habían despertado al ingenioso mundo del sarcasmo y los dobles sentidos, que ahora paladeaba mejor en inglés que en mi propio idioma, la prosa transparente y directa de Stanley seguía sonando mejor en mis oídos cuando la escuchaba en español- ...y estimula mi cerebro. Escribo porque, al hacerlo, creo mundos en los que luego puedo vivir, personas a las que puedo amar o detestar, transformar, ignorar. Escribo porque, entre las letras con que construyo un cosmos, las asperezas del mundo real desaparecen y llueve y brilla el sol al compás de las necesidades de mi corazón. Porque, a lomos de lo que escribo, puedo llorar o embobarme en una sonrisa ñoña sin sentirme avergonzado por ello...
-I'm not -insistí.
-Oh, yes, you are!
I write because the paper is the great pretender... -Stanley tocaba a Freddie Mercury en mi cabeza-, ...porque en él atrapo pensamientos que jamás antes me habría atrevido a tener y enmascaro emociones que nunca habría admitido sentir...
-I'm not... -musité tan bajo que incluso a mí me resultó difícil percibir el temblor con que hablé.
Harry se detuvo de nuevo. Estaba tan cerca de mí que sentí las vaharadas de su aliento en mi oído.
-Feeling like him makes you feel ashamed?
No contesté.
-Oh, come on, don't cheat yourself. You can do better.
-I'm not pretending doing well -protesté.
-You think your writings are not good enough to be read.
-I haven't thought about it.
-Yes, you have. And you are afraid of giving them to your readers 'cause you think they will make them waste their time.
Calló, demandando una respuesta con aquel silencio, pero yo, una vez más, no contesté. Y él continuó:
-Just like him.
Volvimos a movernos. Caminábamos en silencio mientras las sombras del atardecer iban confundiendo nuestras figuras entre la bruma que comenzaba a levantarse. Lo oí tomar aire y temí lo que con él pudiera articular.
-But he took the risk and.. -encogió los hombros. El resto de la frase era tan obvio que podía soslayarse.
-I'd never give my life to any rude reader who...
-Pretending to hide what your heart can't conceal?
-Stop "pretending" to be Freddie Mercury. -me quejé.
-Playing with words?
-Look who's talking! You're a master with them -él no hizo caso a mi sarcasmo y continuó:
-Both of you are so honest that couldn't even accept to steal time from others.
No le dejé seguir:
-Let's go. It's cold.
Lo hacía. El viento soplaba frío y de repente sentí la imperiosa necesidad de irme a casa.
- - - - - - - - - - - - -
Antes, en James Stanley: One thousand and one nights.
Y después: Getting over.
-Yes!
Quizá dejé percibir mi entusiasmo un poco más de lo que me hubiera gustado.
-And?
Desde que leí el documento, no había podido dejar de pensar en las palabras que James Stanley había trazado sobre aquel manuscrito.
-You can't imagine how well I understand what he means.
Oí su risa ligera:
-Oh, be sure I can.
Ladeé la cabeza y me paré. Él también se detuvo. Relajado, con las manos metidas en los bolsillos del abrigo y un gesto tan natural en la cara que nadie diría que estaba una vez más allí dentro -agité inquieta la cabeza, como queriendo salpicármelo de encima-, correteando por mi cerebro y desvistiendo hasta la última neurona.
-Why are you so sure? -percibí cierto tono receloso en mi voz.
-'Cause you are like him.
Las palabras sonaron embutidas en un susurro. Negué con la cabeza.
-I'm not.
Él soltó una breve carcajada y echó a andar. Lo seguí. Las hojas anaranjadas que habían caído de los árboles formaron un remolino ante nosotros y opacaron durante un instante el brillo que los vidrios del Palacio de Cristal reflejaban al recibir la luz vespertina.
I write because I have fun, because it makes me happy, because I can't live another way... Escribo porque me hace saltar el alma... -mi mente transcribió los pensamientos de James Stanley al español. Si cinco meses de amistad con Harry Tisdale la habían despertado al ingenioso mundo del sarcasmo y los dobles sentidos, que ahora paladeaba mejor en inglés que en mi propio idioma, la prosa transparente y directa de Stanley seguía sonando mejor en mis oídos cuando la escuchaba en español- ...y estimula mi cerebro. Escribo porque, al hacerlo, creo mundos en los que luego puedo vivir, personas a las que puedo amar o detestar, transformar, ignorar. Escribo porque, entre las letras con que construyo un cosmos, las asperezas del mundo real desaparecen y llueve y brilla el sol al compás de las necesidades de mi corazón. Porque, a lomos de lo que escribo, puedo llorar o embobarme en una sonrisa ñoña sin sentirme avergonzado por ello...
-I'm not -insistí.
-Oh, yes, you are!
I write because the paper is the great pretender... -Stanley tocaba a Freddie Mercury en mi cabeza-, ...porque en él atrapo pensamientos que jamás antes me habría atrevido a tener y enmascaro emociones que nunca habría admitido sentir...
-I'm not... -musité tan bajo que incluso a mí me resultó difícil percibir el temblor con que hablé.
Harry se detuvo de nuevo. Estaba tan cerca de mí que sentí las vaharadas de su aliento en mi oído.
-Feeling like him makes you feel ashamed?
No contesté.
-Oh, come on, don't cheat yourself. You can do better.
-I'm not pretending doing well -protesté.
-You think your writings are not good enough to be read.
-I haven't thought about it.
-Yes, you have. And you are afraid of giving them to your readers 'cause you think they will make them waste their time.
Calló, demandando una respuesta con aquel silencio, pero yo, una vez más, no contesté. Y él continuó:
-Just like him.
Volvimos a movernos. Caminábamos en silencio mientras las sombras del atardecer iban confundiendo nuestras figuras entre la bruma que comenzaba a levantarse. Lo oí tomar aire y temí lo que con él pudiera articular.
-But he took the risk and.. -encogió los hombros. El resto de la frase era tan obvio que podía soslayarse.
-I'd never give my life to any rude reader who...
-Pretending to hide what your heart can't conceal?
-Stop "pretending" to be Freddie Mercury. -me quejé.
-Playing with words?
-Look who's talking! You're a master with them -él no hizo caso a mi sarcasmo y continuó:
-Both of you are so honest that couldn't even accept to steal time from others.
No le dejé seguir:
-Let's go. It's cold.
Lo hacía. El viento soplaba frío y de repente sentí la imperiosa necesidad de irme a casa.
- - - - - - - - - - - - -
Antes, en James Stanley: One thousand and one nights.
Y después: Getting over.
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Historias
martes, 18 de junio de 2013
James Stanley. One thousand and one nights
7. James Stanley. One thousand and one nights
Había ido dándome la información con cuentagotas: unas veces me hablaba sobre la infancia de James Stanley, otras me traía alguno de sus escritos, como si quisiera ir alargando el proceso en una especie de mil y una noches. Y así habíamos mediado el otoño.
-Sorry, I'm late.
-It's never late when you show up.
Me ayudó a quitarme el abrigo y me ofreció una silla frente a él, en una mesita apartada del café donde habíamos quedado, mientras simulaba no haber percibido la sonrisa eufórica que me habían arrancado sus palabras.
Fuera el tiempo estaba borrascoso, pero dentro hacía calor. No me quitó la vista de encima mientras me desanudaba la bufanda y aguardaba a que el camarero que me había traído el café se alejara. Aún siguió así unos segundos más después de que nos quedáramos solos, pero para entonces ya no me sentía intimidada por sus silencios ni por la vehemencia de su mirada. Me limitaba a disfrutarlos.
La cálida bebida tentó la firmeza de mis labios con un cosquilleo mientras lo miraba por encima del borde de la taza. Era una firme roca a la que asirse. Tamborileé en la curvada línea de la taza, como si necesitara tantear con los dedos lo que la mente pensaba. Era grande y, entorné la mirada y calculé, dos como yo podrían ovillarse fácilmente entre sus brazos. Rechacé la idea. ¿Dos? Yo sola podía arreglármelas muy bien para ocupar todo el espacio. Ahogué una carcajada con un sorbo de café. Era un hombre tan fiable, tan convincente, tan manso y afable. Era perspicaz e ingenioso y, bueno, ¿por qué contener el pensamiento?, tan apuesto y varonil....
Le vi examinar el interior de un portafolio.
Fuera el tiempo estaba borrascoso, pero dentro hacía calor. No me quitó la vista de encima mientras me desanudaba la bufanda y aguardaba a que el camarero que me había traído el café se alejara. Aún siguió así unos segundos más después de que nos quedáramos solos, pero para entonces ya no me sentía intimidada por sus silencios ni por la vehemencia de su mirada. Me limitaba a disfrutarlos.
La cálida bebida tentó la firmeza de mis labios con un cosquilleo mientras lo miraba por encima del borde de la taza. Era una firme roca a la que asirse. Tamborileé en la curvada línea de la taza, como si necesitara tantear con los dedos lo que la mente pensaba. Era grande y, entorné la mirada y calculé, dos como yo podrían ovillarse fácilmente entre sus brazos. Rechacé la idea. ¿Dos? Yo sola podía arreglármelas muy bien para ocupar todo el espacio. Ahogué una carcajada con un sorbo de café. Era un hombre tan fiable, tan convincente, tan manso y afable. Era perspicaz e ingenioso y, bueno, ¿por qué contener el pensamiento?, tan apuesto y varonil....
Le vi examinar el interior de un portafolio.
-A new story? -pregunté al tomar el documento que me tendía.
-Not this time.
Elevé una ceja interrogativamente. Creo que para entonces ya imitábamos nuestros tics con tanta precisión y naturalidad que podríamos mimetizarnos el uno en el otro sin que ello nos causara desconcierto o confusión.
-It's a kind of meditation or literary consideration.
-About?
-The fact of writing.
-It sounds suggestive.
-Belive me: it is.
Asentí en silencio mientras guardaba el portafolio en mi cartera. Él pareció sorprenderse:
-Aren't you going to read it?
-Not now.
-No?
Negué con la cabeza.
-No, not this time -repetí sus propias palabras sin añadir nada más.
Percibí un ligero brillo de expectación que disimuló con un par de pestañeos.
-And so...?
Apoyé los antebrazos sobre la mesa y me incliné hacia delante. Él también se acercó y pareció ocupar todo el espacio, incluyéndome a mí. Su forma de aproximarse transmitía un mensaje nítido: yo no sobraba. Lo miré de frente:
-Let's talk.
Percibí un ligero brillo de expectación que disimuló con un par de pestañeos.
-And so...?
Apoyé los antebrazos sobre la mesa y me incliné hacia delante. Él también se acercó y pareció ocupar todo el espacio, incluyéndome a mí. Su forma de aproximarse transmitía un mensaje nítido: yo no sobraba. Lo miré de frente:
-Let's talk.
Me pregunté cuánto tiempo esperaría a que yo empezara la conversación y conté mentalmente: uno, dos, tres, cuatro...
-About? -interrumpió mi cómputo.
-About? -interrumpió mi cómputo.
Demasiado. Tendría que mejorar mi entonación y lograr hacerla más tentadora. Cuatro segundos para colmar su paciencia eran demasiados. Me propuse bajarlos a tres para la próxima cita. Lo miré y él me animó con un gesto vehemente. No lo dudé. ¿Para qué andarse con melindres a aquellas alturas?
-Us?
Sonrió. Era una forma elocuente de hablarme. Yo le devolví la sonrisa. También para mí era ya un significativo modo de dirigirme a él.
-Nice topic of conversation.
Seguro que sí, pensé. Y tal vez, con un poco de suerte, daría para dos mil noches más.
- - - - - - - - - - - - -
Antes, en James Stanley: Fiction in reality.
Y después: The great pretender.
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Historias
lunes, 17 de junio de 2013
domingo, 16 de junio de 2013
Planes...
Planes...
(...o maniobras de resucitación)
Una ducha hirviente, un baño de crema, una cena ligera, unas temperaturas que se relajan, una cierta cantidad de sustancia química que proporciona relax y sueño, una almohada especial para el cuello y un día libre mañana.
¿Será suficiente?
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Boletín personal
sábado, 15 de junio de 2013
James Stanley. Fiction in reality
6. James Stanley. Fiction in reality.
-And so, what do you think about it? -señaló el documento que yo había dejado aparcado momentáneamente sobre la mesa mientras cenábamos a la tenue luz nocturna del Pardo.
-I'm impressed...
-That's exactly what happened.
-Unbelievable!
Era verdad. Me parecía increíble, tanto como la idea que acababa de centellear en mi cerebro. Lo miré retraída, sin atreverme a expresarla en voz alta, pero él ya me leía demasiado bien:
-What?
Me decidí a intentarlo:
-Do you think... -pero dudé.
-You could write it down on your blog?
Entorné la mirada y lo estudié con curiosidad. Sí, me leía tan bien que me sentí mentalmente desnuda y deseé poder escribir mi pensamiento en caligrafía especular.
-Is that what you didn't dare to say?
Asentí tímidamente con la cabeza.
-Yeah -aceptó-, feel free to do it.
Empezaba a sonreír satisfecha cuando sus palabras comprimieron la sonrisa en una mueca de desencanto:
-Nobody is going to believe you.
Tenía razón. ¿Quién iba a creer que la prematura muerte de James Stanley, a causa de aquel extraño envejecimiento tan veloz y repentino, se debía a que el escritor había ido compensando a los lectores insatisfechos con horas de su propia vida?
-They may say "interesting", "original", even "odd"*, but they'll think it's just fiction.
Yo también lo creía. Quizá la entrada merecería un par de comentarios elogiosos, pero nadie vería en ella un atisbo de realidad. Quedé pensativa mientras él daba buena cuenta del queso de oveja.
¿Y qué?, me dije pretendiendo desentenderme de lo que pensara una mente que no fuera la mía. Iba siendo hora de superar miedos y complejos, y, según parecía...
No me aparté un milímetro cuando sentí el aliento de Harry susurrándome al oído:
-A twenty for your thoughts.
Sí, según parecía, algunos se iban superando. Pasé la mano por el documento de James Stanley y tracé sobre él una línea sinuosa con el dedo.
-No -musité-, not yet.
Lo vi sacar un billete de veinte euros y partirlo por la mitad. Fruncí el ceño desconcertada.
-Some other time, then -dijo. Y puso una de las mitades en mi mano.
No ofrecí oposición cuando me cerró los dedos sobre la mitad del billete ni cuando me sujetó la mano unos segundos más de lo que hasta hacía poco hubiera considerado cómodo.
Asentí en silencio. ¿Qué podía decir? La realidad supera tantas veces a la ficción..., ¿o era al revés? Sin levantar la cara, observé a Harry por entre las pestañas: él era el vivo ejemplo de ello.
- - - - - - - - - - - - - - - -
* ;-)
- - - - - - - - - - - - - - - -
Antes, en James Stanley: A smile.
Y después: One thousand and one nights.
-That's exactly what happened.
-Unbelievable!
Era verdad. Me parecía increíble, tanto como la idea que acababa de centellear en mi cerebro. Lo miré retraída, sin atreverme a expresarla en voz alta, pero él ya me leía demasiado bien:
-What?
Me decidí a intentarlo:
-Do you think... -pero dudé.
-You could write it down on your blog?
Entorné la mirada y lo estudié con curiosidad. Sí, me leía tan bien que me sentí mentalmente desnuda y deseé poder escribir mi pensamiento en caligrafía especular.
-Is that what you didn't dare to say?
Asentí tímidamente con la cabeza.
-Yeah -aceptó-, feel free to do it.
Empezaba a sonreír satisfecha cuando sus palabras comprimieron la sonrisa en una mueca de desencanto:
-Nobody is going to believe you.
Tenía razón. ¿Quién iba a creer que la prematura muerte de James Stanley, a causa de aquel extraño envejecimiento tan veloz y repentino, se debía a que el escritor había ido compensando a los lectores insatisfechos con horas de su propia vida?
-They may say "interesting", "original", even "odd"*, but they'll think it's just fiction.
Yo también lo creía. Quizá la entrada merecería un par de comentarios elogiosos, pero nadie vería en ella un atisbo de realidad. Quedé pensativa mientras él daba buena cuenta del queso de oveja.
¿Y qué?, me dije pretendiendo desentenderme de lo que pensara una mente que no fuera la mía. Iba siendo hora de superar miedos y complejos, y, según parecía...
No me aparté un milímetro cuando sentí el aliento de Harry susurrándome al oído:
-A twenty for your thoughts.
Sí, según parecía, algunos se iban superando. Pasé la mano por el documento de James Stanley y tracé sobre él una línea sinuosa con el dedo.
-No -musité-, not yet.
Lo vi sacar un billete de veinte euros y partirlo por la mitad. Fruncí el ceño desconcertada.
-Some other time, then -dijo. Y puso una de las mitades en mi mano.
No ofrecí oposición cuando me cerró los dedos sobre la mitad del billete ni cuando me sujetó la mano unos segundos más de lo que hasta hacía poco hubiera considerado cómodo.
Asentí en silencio. ¿Qué podía decir? La realidad supera tantas veces a la ficción..., ¿o era al revés? Sin levantar la cara, observé a Harry por entre las pestañas: él era el vivo ejemplo de ello.
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* ;-)
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Antes, en James Stanley: A smile.
Y después: One thousand and one nights.
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Historias
viernes, 14 de junio de 2013
James Stanley. A smile
5. James Stanley. A smile.
Después de servirnos el par de raciones que habíamos pedido para cenar, el camarero se alejó culebreando entre las mesas de la terraza.
-I can't understand why you didn't let me drive -oí su queja entre la neblina de mis pensamientos, abstraídos en la relectura del documento que me había traído.
-I'm too young to die -contesté sin apartar la vista del papel.
-Don't you trust me?
-No, I don't.
Deslicé una rápida mirada por su rostro y allí estaba la ceja levantada y despoblada de todo sarcasmo. Vivir y aprender. Le había tomado la medida y ahora era yo, a voluntad y no precisamente, o al menos no siempre, a causa de mi rubor, quien provocaba ese izamiento.
-I'm a skilled driver -protestó.
-But you do it the other way round -contesté con la atención devuelta al documento.
No hizo falta que lo mirara para saber que abrió la boca con la intención de contestarme, pero estaba demasiado concentrada en las palabras de James Stanley para seguir jugando al sarcasmo. Agité la mano delante de sus narices y volvió a cerrarla sin llegar a decir nada.
Habíamos decidido pasar la tarde en el Pardo y con él había traído un interesante documento escrito de su puño y letra por el mismísimo James Stanley. Me sentí tan impaciente por leerlo que lo mandé a dar una vuelta, mientras yo, al resguardo de una fresca alameda, me atrincheraba tras las hojas y me sumergía en su lectura. Horas después volvió a recogerme. Me pregunté qué habría estado haciendo todo ese tiempo. Había mucho que ver, pero... ¿tanto?
-Did you enjoy the visit?
-I had a great time... alone!
Sonreí encantada al escuchar el adjetivo. Resumía su lamento con una sola palabra; y su extremada paciencia, también. Era un buen tipo y eso, sólo eso, es lo único que me ha interesado toda la vida que sea un hombre.
-You could've stayed with me if you knew how to be quiet.
Rezongó por lo bajo.
-I can hear you.
-But you can't understand me.
Tenía razón. Punto para él.
-Give me a smile, at least.
Caminábamos juntos por la acera, con la tarde cayendo frente a nosotros y los álamos arrullando nuestros pasos a la espalda. Sonreí. Se la debía. Se la había ganado con creces.
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Antes, en James Stanley: Nice girls don't swear.
Y después: Fiction in reality.
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Antes, en James Stanley: Nice girls don't swear.
Y después: Fiction in reality.
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Historias
jueves, 13 de junio de 2013
Cups
Cups
Reto: para la cita prevista en los Apalaches, MGae tiene que cocinar las MaGdalenas de harina de arroz así:
O no nos las comeremos
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Amigos
James Stanley. Nice girls don't swear
4. James Stanley. Nice girls don't swear
Los meteorólogos españoles se habían burlado de sus colegas franceses, que habían augurado un verano muy fresco. El amor patrio me empujaba a defender a mis compatriotas, pero lo cierto es que aquel junio estaba siendo frío y tempestuoso. Sentados en un banco de piedra, en los Jardines de Cecilio Rodríguez, advertíamos que el Retiro, intimidante, no estaba de humor aquella tarde: se agitaban furiosas las copas de los árboles y gorgoteaba el viento entre las hojas.
-It seems he is afraid of something.
Seguí con la mirada el lugar al que señalaba Harry y vi cómo un pavo real plegaba la cola y se alejaba cabizbajo. Si los augurios que aquella imagen empujaba a conjeturar eran acertados, el presagio no era nada halagüeño.
En efecto, el trueno y el relámpago llegaron al mismo tiempo, lo cual sólo podía significar que teníamos la tormenta encima. Puede que el pensamiento sea más rápido que la propia luz, tan veloz como la mismísima instantaneidad, pero no lo fue lo suficiente en aquella ocasión para advertirnos de la que estaba por caer: gruesos goterones nos salpicaron antes de que los viéramos venir. Miré desolada a mi alrededor. Ni siquiera el pavo real estaba ya allí. Sólo quedábamos Harry y yo. Fruncí el ceño impotente. ¿Dónde puede encontrar uno refugio en un parque...?
En efecto, el trueno y el relámpago llegaron al mismo tiempo, lo cual sólo podía significar que teníamos la tormenta encima. Puede que el pensamiento sea más rápido que la propia luz, tan veloz como la mismísima instantaneidad, pero no lo fue lo suficiente en aquella ocasión para advertirnos de la que estaba por caer: gruesos goterones nos salpicaron antes de que los viéramos venir. Miré desolada a mi alrededor. Ni siquiera el pavo real estaba ya allí. Sólo quedábamos Harry y yo. Fruncí el ceño impotente. ¿Dónde puede encontrar uno refugio en un parque...?
Él lo halló para mí. Encorvó los hombros hasta que, sentado a mi lado, y tan próximo que sentí la piel del cuello erizarse sin que la tormenta tomara parte alguna en aquella descontrolada reacción, tan amedrentadora como plácida, se colocó a la misma altura que yo y echó su chaqueta sobre nuestras cabezas. Respiré hondo, conté hasta cinco y dejé que el aire saliera lentamente de mis pulmones, cuidándome de que ningún silbido delatara mis intentos por controlar la ansiedad. Era hábil para salir huyendo al mínimo temor, pero sentada en aquel banco de piedra, bajo un diluvio que hubiera envidiado el mismísimo Noé, no había ningún lugar adonde ir. Clavé la vista en el abundante charco que se estaba formando entre mis zapatos y lo imaginé con la ceja levantada y la sonrisa escondida tras la mirada, encantado de tenerme tan cerca y tan turbada.
-¡Maldita sea!
-English! -me regañó.
-I don't know how to say that in English.
-Yes, you do.
-Nice girls don't swear -traté de ser ingeniosa.
-Don't be one.
¿Cómo obviar aquella entonación cargada de socarronería? La sangre que normalmente me arrebolaba las mejillas se encendió. Erguí la cabeza y zambullí la mirada en la zarca aureola de sus ojos. No hubo titubeo en los míos:
¿Cómo obviar aquella entonación cargada de socarronería? La sangre que normalmente me arrebolaba las mejillas se encendió. Erguí la cabeza y zambullí la mirada en la zarca aureola de sus ojos. No hubo titubeo en los míos:
-And make you blush?
En esta ocasión fue la sorpresa la que izó su ceja hasta la raíz del cabello. Si no puedes vencer tus debilidades, utilízalas en tu provecho. Sonreí a escondidas. Por una vez había sido yo quien le había obligado a apartar la mirada.
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Antes, en James Stanley: The Irish pub II.
Y después: A smile.
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Antes, en James Stanley: The Irish pub II.
Y después: A smile.
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Historias
miércoles, 12 de junio de 2013
Pantalones de pata ancha
Pantalones de pata ancha
Hay chicos a los que no les gustan los pantalones de pata de elefante:
Y digo yo... ¿por qué será?
Hay chicos a los que no les gustan los pantalones de pata de elefante:
Y digo yo... ¿por qué será?
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De guasa
James Stanley: the Irish pub II
3. James Stanley: the Irish pub II
-Really?
-Don't you believe me?
Enarcó una ceja, simulando sentirse dolido. Aún tardaría unas cuantas citas más en percatarme de que utilizaba esa estrategia cada vez que quería hacerme sonrojar. Busqué una tangente por la que desviarme y la encontré en el trillado recurso de la temperatura:
-This heat is unbearable.
Me llevé una mano al cuello de la camisa y tiré de él. La excusa fue tan torpe que el rubor se acentuó, pero él se apiadó de mí:
-Yes, it is.
Harry Tisdale, ése era su nombre, el del mejor amigo de James Stanley. Al principio, me habían parecido tan interesantes las extrañas circunstancias en que el escritor había muerto, que ésa y no otra fue la razón que me llevó hasta su novela. Luego, con cada lectura, y ya iba por la tercera, había ido descubriendo sendas escondidas que sólo se mostraban al lector realmente interesado, incluso aunque no dominara la lengua. Y yo estaba dispuesta a leerla una cuarta vez, cinco, seis o un millar, si fueran necesarias, hasta descubrir toda la belleza que ocultaba en su interior. Y ahora, allí mismo, frente a mí, tenía al mejor amigo del fallecido escritor.
Bajé la mirada, como si buscara con ella la palabra que era incapaz de encontrar en mi cerebro para terminar la frase con que balbuceaba mis excusas por haber dado la impresión de no creer en su palabra, aunque la única razón de que lo hiciera fuera la de apartarla de la de él. ¿Es que nadie le había enseñado que mirar tan fijamente y con tanta intensidad a alguien a quien no se conoce es descortés y, esto nunca lo admitiría en voz alta, desconcertante para un espíritu tan apocado como el mío?
-Can you tell me about him?
Lamenté la pregunta en cuanto hubo salido de mi boca. Puede que en otro idioma las cosas se disfracen, excusadas por dificultad que supone expresarse en una lengua que no nos es natural, y no se dibujen con tanta nitidez en el cerebro como cuando una se expresa en el propio, pero incluso para una torpe social como yo aquella propuesta podía ser tomada como una invasión de la privacidad.
-Of course I can.
Él, sin embargo, no pareció tomarlo así y yo afiné el oído, dispuesta a no perder detalle de la historia.
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Antes, en James Stanley. The Irish pub I.
Y después: Nice girls don't swear.
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Antes, en James Stanley. The Irish pub I.
Y después: Nice girls don't swear.
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martes, 11 de junio de 2013
James Stanley. The Irish pub I
2. James Stanley. The Irish pub I
Cerca del Palacio Real, el pub hacía esquina con una de las callejuelas que desembocan en la Plaza de Oriente. Aquella tarde no estaba muy concurrido y logré camuflarme tras una mesa apartada, próxima a una ventana de cuarterones desde la que podía verse parte del tejado de la Ópera y que, caldeada por los rayos del sol, creaba una atmósfera de invernadero un tanto sofocante.
Encendí mi libro electrónico. Iba allí a leer, mientras dejaba que mis oídos se bañaran con el sonido del inglés, porque hasta entonces no había encontrado el valor suficiente para ponerme el mundo por montera y lanzarme a practicar. No era cuestión del idioma, ni de falta de confianza..., no. Con una naturaleza cohibida como la mía, ni siquiera me hubiera atrevido a entablar una conversación en español con un desconocido, pero yendo allí podía al menos justificarme ante mi profesor de inglés y asegurarle que lo había intentado.
Sin embargo...
Se había aproximado por detrás sin que me percatara y había estado husmeando entre las letras de mi lectura:
-"Crossroads"!
Antes de que pudiera levantar la mirada ya estaba tomando asiento:
-May I take a seat?
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Antes, en James Stanley: Two hours of life.
Y después...: The Irish pub II.
Cerca del Palacio Real, el pub hacía esquina con una de las callejuelas que desembocan en la Plaza de Oriente. Aquella tarde no estaba muy concurrido y logré camuflarme tras una mesa apartada, próxima a una ventana de cuarterones desde la que podía verse parte del tejado de la Ópera y que, caldeada por los rayos del sol, creaba una atmósfera de invernadero un tanto sofocante.
Encendí mi libro electrónico. Iba allí a leer, mientras dejaba que mis oídos se bañaran con el sonido del inglés, porque hasta entonces no había encontrado el valor suficiente para ponerme el mundo por montera y lanzarme a practicar. No era cuestión del idioma, ni de falta de confianza..., no. Con una naturaleza cohibida como la mía, ni siquiera me hubiera atrevido a entablar una conversación en español con un desconocido, pero yendo allí podía al menos justificarme ante mi profesor de inglés y asegurarle que lo había intentado.
Sin embargo...
Se había aproximado por detrás sin que me percatara y había estado husmeando entre las letras de mi lectura:
-"Crossroads"!
Antes de que pudiera levantar la mirada ya estaba tomando asiento:
-May I take a seat?
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Antes, en James Stanley: Two hours of life.
Y después...: The Irish pub II.
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Historias
lunes, 10 de junio de 2013
Nueve días con James Stanley
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domingo, 9 de junio de 2013
Keep your reality away from me, please.
Keep your reality away from me, please.
Desde luego que el entretenidísimo pasatiempo de la lectura no sólo es fascinante, agradable y divertido sino liberador... Sí, sí: liberador.
Y en cuanto al absorbente mundo de la escritura, practicándola no sólo aprendes a hacerlo mejor, también puede llegar a convertirse en una manera de resistir la adversidad, además de ser un tesoro en otros aspectos:
Vamos que, si puedes, lee y escribe. Vivirás en un mundo mucho mejor:
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Antes de que MGae me afee la palabrota de la primera imagen, me disculpo por ella (por la foto, no por MGae).
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Amigos
sábado, 8 de junio de 2013
Stanley, James: two hours of life
1. Stanley, James: two hours of life
Tenía 34 años y en pocos meses me he plantado en los 80. Los dientes se me han caído, mi cuerpo se ha encorvado y estoy atado a un sillón sin posibilidad de entrar o salir de él sin ayuda. Casi no veo: las cataratas me han cubierto los ojos y ya sólo puedo percibir la silueta de los objetos, deformados por una especie de plasticidad que los hace parecer de gominola. Respiro a duras penas y veo cómo se aproxima ese momento en que he de hacerlo por última vez. Pero antes de que llegue, elevo este lamento: ¿a santo de qué quise un día ser escritor? Aquella estúpida manía me ha llevado en un puñado de semanas de la vital treintena a los renqueantes últimos momentos de un octogenario.
Maldigo el día en que tuve la ocurrencia de abrir una bitácora. Maldigo el día en que comencé a tener seguidores que leían las estúpidas ideas con que mataba las horas. Y maldigo el día en que subí aquella novela, Encrucijada, la primera que fui capaz de pergeñar, y la ofrecí gratuita a quien quisiera tomarla y leerla.
Al principio, muy pocos fueron los comentarios que recibí. Casi todos tibios y moldeables, sin espinas que amenazaran dolor alguno. Hasta que un día...
Titán dijo...
Impresentable. Eso es usted. ¿Cómo se atreve a jugar con el prójimo de esta manera? Su novela es insufrible. Tenga vergüenza torera y retírela de inmediato. Evite que otro incauto como yo pique de nuevo con ese puré de letras.
17 de noviembre de 2012 09:13
Estaba preparado para recibir críticas, pero confieso que esas palabras me hicieron daño. Sin embargo, respondí con cortesía:
J. Stanley dijo...
Señor Titán, lamento que mi novela le haya defraudado hasta el punto de producirle tan grande indignación. Puesto que era gratuita, no puedo ofrecerme a devolverle importe alguno, de manera que pudiera así compensarle, pero permítame expresarle mis excusas por el tiempo que su lectura le ha hecho perder. Reciba mis saludos.
17 de noviembre de 2012 15:42
Titán dijo...
No querrá que me sienta complacido por su respuesta, ¿verdad, señor Stanley? ¿Cree que unas cuantas palabras obsequiosas pueden reparar su yerro? Pues está muy equivocado. No las acepto si se reducen a ese simple balbuceo. Si verdaderamente son francas, disponga la manera de enmendar el desatino que ese boceto de novela supone, y devuélvame las dos horas que desperdicié en su lectura.
18 de noviembre de 2012 00:14
Me sentía tan deprimido que caí en una especie de somnolencia conmovedora. ¿Qué podía hacer sino conceder que la propuesta era justa? Y, al fin, ¿qué eran dos horas en la vida de una persona? Yo era joven y me quedaban tantas por delante... De modo que acepté:
J. Stanley dijo...
Tiene razón, señor Titán. Se las envío por mensajería urgente. Confío en que sepa aprovecharlas mejor de lo que yo lo hice al emplearlas en esa novela que tanto disgusto le ha causado.
18 de noviembre de 2012 11:56
Y entonces comenzó aquel rosario de comentarios en mi bitácora, en tan grande número, que en más de una ocasión colapsaron al mismísimo Blogger. Uno tras otro, los Titanes se sucedieron...
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Nota del transcriptor: Algunos meses después de que el señor Stanley muriera, poco después de que escribiera los párrafos del inicio, se añadió una nueva entrada a la Enciclopedia Británica:
Stanley, James (1979-2013): escritor británico nacido en Wells, condado de Somerset, y conocido por una sola novela, de título Encrucijada, que, ofrecida gratuitamente en internet, causó furor y consiguió más de doscientos mil lectores en el transcurso de unas pocas semanas. El tráfico a la página del autor fue tan intenso en tan poco tiempo que llegó a ocasionar serios problemas al proveedor Blogger, obligando a su cierre en varias ocasiones. James Stanley murió con 34 años a causa de una extraña dolencia que hizo envejecer su cuerpo con una celeridad inexplicable para la ciencia. Su cuerpo reposa en el cementerio de Wells, que se ha visto obligado a adoptar medidas extraordinarias para la protección de su tumba, profanada a menudo con enigmáticos grafitis que reclaman dos horas de vida.
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2. James Stanley. The Irish pub I.
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2. James Stanley. The Irish pub I.
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Historias
Viejos hábitos
Viejos hábitos
Hoy me voy a permitir un respirín (tanto estudiar no puede ser sano, jaja) y voy a retomar un viejo hábito que he tenido abandonado durante más de dos semanas.
Creo que la historia está terminada, aunque me parece recordar que dejé pendiente la inclusión de un detalle que no tengo muy claro si debo introducir o no. Si lo hago, facilitaré bastante las cosas al lector, pero... ¿por qué tengo que ponérselo fácil? Vivo en un torbellino de incertidumbre (jajaja) ¿Qué haría Agatha Christie? Dicen que siempre jugaba limpio con el lector... En mi caso, si no incluyo este detalle, no tengo claro si estaría haciendo un poquito de trampa. Me consume la duda al respecto.
También está en suspenso la cuarta escena del capítulo ocho. No sé qué hacer con ella. ¿La incluyo o dejo que la historia acabe con la escena anterior? Ay, qué decisiones tiene que tomar una de vez en cuando....
En fin..., ya lo pensaré mañana, a lo Escarlata. Hoy simplemente voy a empezar la primera corrección.
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Detrás de un escrito
Cant' stop loving you, Phil Collins
Can't stop loving you, Phil Collins
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Música
¡Es una lata...!
¡Es una lata...!
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El que madruga... encuentra todo cerrado
Hay que trabajar ocho horas y dormir ocho horas, pero no las mismas.
La pereza es la madre de todos los vicios y como madre hay que respetarla.
Mátate estudiando y serás un cadáver culto.
Si te entran ganas de trabajar..., siéntate y espera a que se te pasen.
Trabajar nunca mató a nadie, pero ¿para qué arriesgarse?
Vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos.
Todos los días dejamos algo para mañana, excepto los viernes, que lo dejamos para los lunes.
No dejes para mañana lo que puedas dejar para pasado mañana.
Si el trabajo fuera bueno, los ricos lo acapararían todo para ellos.
Esto es lo que, día tras día, les digo a mis alumnos. Mira que no cejo en el empeño, mira que pongo en ello toda mi energía. Cada mañana me levanto entusiasmada, pensando que ése, ése y no otro, será mi día y lograré el triunfo. Y allí que me planto, a intentarlo de nuevo. Les apremio, sin rendirme al desaliento, a que sigan estos buenos consejos, pero nada, como el que oye llover: ellos venga a trabajar y trabajar sin parar un instante. Y, al fin, tampoco hoy es el día.
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Refranes tomados de Nuestra hora en el escenario, de Richard Vaughan. Curioso el libro, aunque me resultó más sugerente Si quieres, puedes.
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De guasa
viernes, 7 de junio de 2013
¡Ya no odio el zip!
¡Ya no odio el zip!
¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip! ¡Ya no odio el zip!
¡¡¡Gracias, MGae!!!
:-)
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Me quejo...
lunes, 3 de junio de 2013
Obsesión
Obsesión
Cuando anochece y tú dices: Vaya, se acaba el día, ya no puedo seguir estudiando. Eso es obsesión, ¿no?
Y cuando te oyes decir dentro de la cabeza: A ver si llega ya mañana y puedo ponerme a estudiar otra vez. Eso es obsesión, ¿no?
Y cuando estás en clase y nadie te presta ni puñetero caso o estás en una reunión tediosa e inútil, y te sorprendes pensado: ¡Qué pérdida de tiempo valiosísimo. Con lo bien que estaría yo en casa estudiando! Eso es obsesión, ¿no?
¿Creéis que debería hacérmelo mirar?
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Boletín personal
domingo, 2 de junio de 2013
El doctor Centeno, Galdós
Enmarcada en el ciclo de las "novelas españolas contemporáneas", El doctor Centeno -publicada en 1883- es una de las obras más ricas y complejas de Benito Pérez Galdós (1843-1920). Las andanzas madrileñas de Felipe Centeno son el hilo conductor de un relato en el que la sátira y la ironía se dan cita con la observación minuciosa y el aliento idealista. Las figuras de Alejandro Miquis (el hidalgo engolfado en el arte), Pedro Polo (nacido para la acción, pero reducido a la condición de maestro y capellán), Ido del Sagrario o Torquemada animan las páginas de la novela, pieza básica de la pródiga comedia humana galdosiana inventada para reflejar la España del siglo XIX.
Me costó entrar en esta novela. Al menos las ciento y pico primeras páginas las fui leyendo sin grandes aspavientos. Luego, sin embargo, volví a conectar con Galdós y se fueron sucediendo las hojas con gran deleite por mi parte.
La novela es un nuevo ejemplo de la facilidad galdosiana para crear personajes. En El doctor Centeno se ofrece un amplio catálogo de personajes, retratados como sólo Galdós sabe hacerlo, que excitan la simpatía del lector o exaltan sus ánimos más tenebrosos. Egoístas, generosos, aprovechados, bondadosos, simples, reflexivos, vacuos, trascendentes..., y todo ello ensartado en la deliciosa prosa galdosiana.
Disfruté la novela. Pero eso no es un sorpresa en mi caso. Soy galdosiana de corazón.
Disfruté la novela. Pero eso no es un sorpresa en mi caso. Soy galdosiana de corazón.
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