lunes, 30 de noviembre de 2009

Al fin..., ángeles

Al fin..., ángeles

Leyendo hace unas semanas Plato por plato, encontré que Posodo había dedicado el pasado 29 de septiembre, día de los Santos Arcángeles, una anotación a estos seres etéreos: Tres que son siete. Sin que albergue mi ánimo deseo alguno de parecer petulante, puedo decir que no me sorprendió el número de siete, pues sabía que hay más arcángeles de los que habitualmente se conocen: Miguel, Gabriel y Rafael; pero confieso (tal vez con sonrojo…, o sin él) que no podría decir el nombre del resto.

Pocos días después de leer tal anotación, publicó Posodo otra sobre el Yom Kipur Desconociendo el Perdón, fiesta judía extraña, sin duda, para la mayoría de los españoles. Me pregunté yo entonces si ese desconocimiento no sería inducido. Ya se sabe: se teme y odia lo que se desconoce. Y hablaba, creo recordar, en un comentario que escribí de que no hay que trasladarse a la religión judía para encontrar un amplio desconocimiento entre los españoles: basta con hacer cuatro preguntitas sobre la católica y veremos “alfabetos sueltos” (que los llama Guido) por todas partes.

Y, entre una y otra anotación de Posodo, fui a dar en mis lecturas con una que me reveló el porqué de que haya 4 y sólo 4 Evangelios. O, al menos, uno de los porqués. Al parecer, y según una de las varias razones que aduce San Ireneo para ello, El Verbo creador del universo reina y brilla sobre los querubines, los querubines tienen cuatro formas, y he aquí por qué el Verbo nos ha obsequiado con cuatro Evangelios. De nuevo los ángeles se abrieron paso en mis lecturas. Así pues, intrigada por esa pirámide jerárquica de arcángeles, serafines, querubines y demás… me puse a investigar (que horroriza a mi ánimo convertirme en una “alfabeta suelta“), y he aquí el resultado de mis pesquisas:

De acuerdo con la teología medieval, se organizan los ángeles en nueve coros agrupados en tres jerarquías.

A la Primera Jerarquía pertenecen los Serafines, primeros en este orden jerárquico y cuya principal función es alabar a Dios. Le cantan y se recrean en Su infinita bondad y belleza (Isaías 6, 1-7); los Querubines, guardianes de la luz (¿era Luzbel uno de ellos?) y con respecto a los cuales corre cierta controversia, pues no está claro si los Querubines están dentro del nivel donde se encuentran los Ángeles o algunos escalones por encima. Son cuatro y cada uno muestra un rostro diferente: de águila, que representa la sabiduría de Dios; de toro, la fuerza; de hombre, el amor; y de león, el poder. (Genesis 3, 24; Ezequiel 10, 17-20; y 1 Reyes 6, 23-28) y Tronos, constructores del orden universal y encargados de trasladar el trono de Dios por el paraíso.

Dentro de la Segunda Jerarquía encontramos a las Dominaciones, cuya labor consiste en gobernar las funciones de los ángeles inferiores y asegurar el orden del universo; Virtudes, que supervisan a las personas; y Potestades guardan las conciencias y entre ellos se encuentran los ángeles del nacimiento y la muerte de cada ser humano.

Ya, por fin, en la Tercera Jerarquía, la de grado inferior y, por tanto, donde se encuentran los ángeles más cercanos a los hombres, se hallan los Principados, cuya labor consiste en guardar las naciones; los Arcángeles, agentes especiales con licencia para llevar a cabo misiones de máxima relevancia; y los Ángeles, que aunque ocupan el nivel más bajo dentro de esta jerarquía son, sin embargo, los más conocidos por los hombres pues a ellos se les encomiendan las labores que tienen que ver con éstos.

Luego, además, está Ramón… que es mi ángel de la guarda. ;-)

domingo, 29 de noviembre de 2009

Rebelión cívica

Rebelión cívica

En esta mañana dominical, lluviosa y desapacible para los que andan fuera de casa, que para los que estamos en ella no deja de ser sumamente tranquila, mansa y agradable, tengo tiempo para sentarme con mi estupor mientras le echo un vistazo al periódico. Durante su lectura, encuentro letras que conforman pensamientos asombrosos sobre los que podría hablar largo y tendido. Y, sin embargo, se detiene mi pasmo, esta mañana dominical y lluviosa, en las declaraciones salivadas por un tal Ramón Bagó, empresario catalán, ex alcalde de Calella (dice el periódico que paradójicamente gracias a los populares) y presidente del grupo turístico Serhs. El adverbio "paradójicamente" de la frase que he he escrito en cursiva, por ser cita exacta del periódico, en esos paréntesis, se entiende a la perfección cuando se añade la información de que el tal Bagó considera que este partido es el culpable de los males que tiene Cataluña y se animó a decir en público que "habría que matarlos a todos".

Después del Editorial conjunto publicado hace unos días por 12 periódicos catalanes sostenidos con las subvenciones -obtenidas, como no podía ser de otra forma, de nuestros impuestos- mediante las cuales los políticos pagan favores; después de haber escuchado y leído de todo durante estos días, incluida una exhortación de Ussía al conde de Godó para que renuncie al título -qué pena no oírle otra simultánea dirigida a la Corona para que se lo retire- y, sobre todo, tras haber tenido que digerir las palabras, no recuerdo ahora si de los políticos o los periodistas -al fin son lo mismo- catalanes sobre una posible rebelión cívica si el Tribunal Constitucional no acata la extorsión nacionalista; en esta mañana dominical, lluviosa y tan mansa, no puedo sino pensar en mi propia rebelión cívica.

Al fin y al cabo, mal que les pese a algunos, también yo soy ciudadana, a pesar de mi nacionalidad española -y quizá vengan a cuento aquí las palabras que Clarín recita en su Regenta: porque es la patria, al que dichoso fuere, de donde se nace, no; de donde se quiere-, pues yo, decía, como española -por nacimiento y por deseo- dotada de ciudadanía -que nadie me puede negar ni quitar- y, puesto que nací ser humano, equipada con el libre albedrío con el que llega al mundo todo ser de esta especie, declaro que también a mí me da el gusto de comenzar mi propia rebelión cívica y, por tal razón, desde este preciso instante, no volverá a entrar en mi casa producto catalán alguno. Empezando por los viajes que pueda ofrecer el grupo turístico Serhs, del que un tal Ramón Bagó, que escupe palabras aversas y antipatías, es presidente.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Tormento

Tormento (Benito Pérez Galdós)

Me topé por primera vez con Galdós de la mano de mi profesora de Lengua, cuando tenía 15 años, en las páginas de Tristana y desde entonces se convirtió en mi escritor favorito. A lo largo de los años he devorado muchas de sus novelas, pero hacía largo tiempo que no me daba al placer de leer una. Esta racha se interrumpió con Tormento, una historia en la que encontramos a personajes conocidos, como Rosalía Pipaón, mujer de Bringas y que tiene su propia novela bajo el título de La de Bringas. En Tormento, sin embargo, desempeña un papel importante pero secundario.

Aquí los protagonistas son dos: Amparo Sánchez Emperador, la Emperadora o Tormento, como quiera llamársela, y Agustín Caballero, entre los cuales se teje un nudo amoroso que ha de acabar mal a causa de un pecado de juventud cometido por Amparo con Pedro Polo, un sacerdote que deja de serlo para tornar de nuevo a la sacristía a regañadientes.

Galdós establece dos luchas en el interior de los dos protagonistas. Por una parte, Amparo se enfrenta a la duda terrible de si debe confesar su falta nefanda a aquél que le ha propuesto matrimonio y parece la solución total a su pobreza. Por otra, una vez las malas lenguas han hecho su trabajo, Agustín Caballero, un hombre hecho a sí mismo y más acostumbrado a vivir entre los indios americanos que en la sociedad hipócrita europea, debe decidir qué hacer con ella: perdonarla u olvidarla. Con el final de la historia, Galdós se permite escandalizar a la de Bringas, arpía donde las haya, de la boca de su propio marido.

Bonita novela, estupendamente escrita y desarrollada de principio a fin. Lo afirma alguien totalmente parcial y que no podría decir otra cosa de una obra de (mi) Galdós.

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Nota extra: no se me ha escapado que en esta novela Galdós utiliza dos veces la palabra “antípodas” con género masculino, que es uno de los dardos que lanza Lázaro Carreter en su El dardo en la palabra. ¿Alguien, en la tele y la radio de nuestros días, ha oído o ha leído en los periódicos otra cosa que no sea “las antípodas”? Claro que… Galdós pertenece a un tiempo en el que los escritores sabían escribir.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Aniversario II: La propiedad de Jeremiah Pembelton

Aniversario II: La propiedad de Jeremiah Pembelton

Finalmente decidí llevarme a mi novia a una romántica noche de observación astronómica en mitad del monte. La cosa fue bien: primero monté la tienda y demás aparejos del campista y, luego, el telescopio. Después, mientras esperábamos a que oscureciera por completo, serví una cena de lo más novelero que había encargado y que tomamos a la luz del camping-gas. Al acabar, nos hicimos arrumacos en la tumbona hasta que nuestros ojos se adaptaron a la oscuridad y entonces... comenzamos la observación.

Mi novia ya sabía de mi interés por la astronomía, pero aquella noche me marqué un buen tanto con mis conocimientos. Entre grititos de admiración y alabanzas a mi imponente saber, aproveché, además, para hacer unas fotos a la Luna que aquella noche estaba espléndida. Soy muy tuno, cuando es menester, y saqué doble partido al aniversario de una manera muy inteligente: por una parte, mi novia quedó sumamente satisfecha con la experiencia única que le brindé; por otra, las fotos astronómicas de aquella noche alimentaron con un par de entradas mi blog, al que últimamente no sabía qué darle de comer.

Semanas después, estaba yo tumbado en el chollo-sofá que había adquirido a los traperos de Emaús, cuando reparé que en que entre el correo que había recogido del buzón aquella tarde se encontraba una extraña carta cuyo remitente me era totalmente desconocido: Smith & Wilson Law Firm. Enarqué una ceja sorprendido. ¿Quiénes eran esos tipos? ¿Y qué querían de mí? Abrí el sobre y comencé la lectura. La carta estaba escrita en un español impecable, pero, no sé por qué, la leí con acento inglés:

Estimado Sr. X

A través de la presente, y en representación de nuestro cliente, Jeremiah Pembelton, nos ponemos en contacto con usted para comunicarle que, de acuerdo con el artículo tropecientos-punto-28A, barra, apartado no-sé-cuántos, párrafo tal del Código Penal del Estado de Canadá, ha delinquido usted al atentar contra el derecho a la intimidad de nuestro cliente con la publicación en Internet de unas fotos en las que aparece su propiedad. Razón por la cual, es usted advertido del hecho para que, en previsión de que quiera evitar el triste paso por los Tribunales, abone 3.000 euros a nuestro cliente en concepto de indemnización.

Atentamente,
Firmado:

Smith & Wilson


Primero me quedé ojiplático. Luego eché una larga carcajada y me recosté en el sofá. ¿Smith & Wilson? ¿Quiénes eran esos frikis? Volví a reír. Sin embargo, cuando los estertores de las carcajadas se apagaron, reflexioné. Investigué en Internet y encontré que existían. Les mandé un correo pidiéndoles explicaciones y a la vuelta de su contestación lo entendí todo: en mi deambular por la Red, no descubrí que, además de ponerle el nombre a una estrella y mandar un poema de amor en la nave Koi, puedes comprar una parcela de la Luna... Y ahí estaba el quid de la cuestión: Jeremiah Pembelton lo había hecho. Había adquirido un terrenito que los abogados Smith & Wilson tuvieron a bien señalarme con una flecha blanca dibujada sobre una de las fotos de la Luna tomada la dichosa noche del aniversario y publicada en mi blog. He aquí la prueba:


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Nota: la foto, que está tomada de la edición digital del dirario ABC, señala en realidad el lugar donde tomó tierra (sería mejor decir luna, ¿no?) el Apollo 11. Ésta es la fotografía original:


martes, 24 de noviembre de 2009

Aniversario I: El amor no viaja en nave espacial

Aniversario I: El amor no viaja en nave espacial

Se acercaba el día del aniversario y andaba yo preocupado preguntándome con qué regalo podría sorprender a mi novia en esta ocasión. Obviamente, como buen internauta, interrogué a Google. Las respuestas que me ofreció no me convencieron en absoluto: peluches, colonias, juguetes eróticos… “Un tipo que se precie no puede andar con esas chorradas”, me dije; pero, y a pesar de que en la Red se encuentra todo, hasta lo imposible, lo cierto es que seguía sin saber qué hacer.

Navegué a la deriva y fue la suerte a llevarme hasta una página donde se vendían estrellas. “¡Caray! –exclamé–, esto sería una buena idea”. Leí con atención: «¿Quiere sentir cómo la admiración de su pareja alcanza cotas hasta ahora nunca experimentadas por usted? No lo dude: ¡REGÁLELE UNA ESTRELLA! Póngale al astro el nombre de su amante y pronto verá cómo se iluminan sus ojos hasta competir en brillo con la propia estrella, llamada desde ahora (y colocaban un enlace en la palabra ahora) con el nombre de su amor». Sin embargo, sospeché… ¿Quién estaba acreditado para ponerle nombre a las estrellas? Intenté indagar sobre la Autoridad competente en la materia, pero no hallé nada que tranquilizara mi ánimo, así que desistí y seguí buscando.

No tuve que ir muy lejos: en la misma web en la que me encontraba localicé otro enlace de sugerente nombre: Envíe un poema de amor a las estrellas. “¡Caramba con las estrellas!”, pensé, pero no me resistí a pulsar sobre el enlace y ver qué se escondía tras aquel viaje estelar: La nave Koi (amor en japonés) iba a ser lanzada con sus bodegas repletas de poemas de amor. Todo aquel que quisiera podría enviar en su interior un poema de amor que viajaría hacia el infinito estelar por los siglos de los siglos, amén. “Otro curioso regalo –me dije–. ¿Le gustará a mi novia?”. Husmeé por la página durante un rato hasta que di con el precio que me costaría el viajecito de la poesía. “¡500 eurazos! ¡Caray!, mi novia los vale, sin duda, pero…”. No se me había ocurrido hasta entonces que…, además de pagar esa exorbitante cantidad de dinero, tenía que escribir la poesía de marras, ¿y quién era yo para emular a Bécquer? “No –reflexioné– esto no va a funcionar. Mejor pienso otra cosa…”. Y me senté, dispuesto a meditar largamente, en un sofá nuevecito del que algún pardillo o un snob pirado, de esos que tiran la casa por la ventana cada dos por tres, se había desecho y que yo acababa de comprar a los traperos de Emaús

lunes, 23 de noviembre de 2009

El timo sostenible

Merced a la invitación de D45 para participar en El blog de los liberales, he publicado allí un comentario sobre la nueva ocurrencia ecológica del inefable Zapatero titulado El timo sostenible, que podéis visitar, si es vuestro gusto, aquí.

Un saludo.

S. Cid

domingo, 22 de noviembre de 2009

¡Qué ilusión!

¡Qué ilusión!

Lo oí por la radio: firmaría su libro Mitos y falacias de la Historia de España en el Corte Inglés de Goya, el sábado, 21 de noviembre, de 12 a 2. Me dije: “¡Caray, la oportunidad a dos pasos y medio de casa!”. Hablé con una amiga para sugerírselo y aceptó. De modo que ayer, a la una y pico, estaba yo ya dentro de El Corte Inglés comprando su libro cuando mi amiga llegó. La cola no era muy larga, como se puede ver en la foto de la derecha, pero, eso sí, la llegada de ilusionados lectores que acudían a la firma de libros era constante.

Y allí estaba él… Yo no me puse de inmediato en la fila. Anduve husmeando por las proximidades mientras observaba a mi amor platónico… (ya Espinosa reclamaba el amor intellectualis en lugar de las ciegas pasiones...). Quise sacarle unas fotos y, escondida tras unas librerías, lo intenté en varias ocasiones. Sin embargo, cada vez que me decidía a ello…, él levantaba la cabeza y me miraba. ¡Qué vergüenza! Me pilló en un par de intentos. Al final, sólo pude obtener ésta… de tan mala calidad. Cuánto más fácil hubiera sido, al llegar el momento de la firma de mi ejemplar, preguntarle si podía hacerle una fotografía. Sin embargo…, soy pusilánime por naturaleza para intentar estos menesteres.

Una vez en la cola, me preguntaba qué se le dice a un escritor en casos como éste…, pero no di con la respuesta. Cuando me llegó el turno… sólo pude decir: hola, y al acabar, mientras me tendía el libro con una mano y me ofrecía la otra a modo de saludo, muchas gracias. Ésa fue toda mi conversación. Eso sí, su dedicatoria la tengo:




¡Y qué ilusión me ha hecho! :-)

sábado, 21 de noviembre de 2009

Los cátaros

Los cátaros (Carter Scott)


El libro pertenece a una colección coronada con el título general de “Enigmas de la Historia”, de la cual no poseo ningún otro. En él, Carter Scott realiza un somero vuelo sobre la historia de estos hombres y mujeres tildados de herejes y que, sin embargo, según cuenta Scott –de manera muy subjetiva, hay que decirlo– vivían una existencia que parecía rozar la santidad.


En la primera parte del libro, Scott presenta la vida cotidiana y la forma de entender el mundo desde la perspectiva cátara, así como las principales pautas que regían la espiritualidad de estos hombres y mujeres. Nos explica la diferencia entre Perfectos y hombres y mujeres buenos, y la relación que mantenían con sus vecinos: un auténtico maridaje de buena vecindad. En la segunda, el autor se instala ya en un tono más novelesco y nos muestra la codicia, la traición y también el heroísmo que recorrieron aquella época en la gran campaña que se desarrolló en toda Europa, pero sobre todo en el sur de Francia, contra los cátaros. Es ésta una parte más histórica, en la que se narran hechos comprobados, batallas y persecuciones cruentas.


Se hace, pues, un recorrido histórico de la época necesario, ya que se narra con detalle la cruzada católica realizada por el Papa Inocencio III y llevada a cabo, sobre todo, por Simon de Montfort hasta su muerte, que encontró el 25 de junio de 1218 al huir de una iglesia que estaba siendo bombardeada por proyectiles de piedra lanzados desde una pequeña catapulta por un grupo de mujeres. El mayor perseguidor de los cátaros, responsable de miles de muertes, halló la suya a manos de unas débiles mujeres empeñadas en continuar la lucha.


Es curioso encontrar en el libro referencias a la Inquisición, creada el 20 de abril de 1233, y no directamente relacionada con España. Lo digo sarcásticamente, por supuesto, en referencia a todos aquellos foráneos que se rasgan las vestiduras en lo que a la Inquisición española se refiere (de labor siempre reprobable) y olvidan con frecuencia la obra de esta máquina torturadora y asesina a lo largo y ancho de Europa.


El libro no me ha gustado. No está bien escrito y su estructura la he encontrado muy deslavazada. Tengo otro acerca del mismo tema que aún no he leído, pero que encontrará su hueco en este sitio dedicado a libros cuando llegue su momento.

viernes, 20 de noviembre de 2009

España, convidada de piedra

España, convidada de piedra

Parte de mi vida como estudiante la pasé en un colegio mercedario, de modo que, por un lado, no se me esconde la biografía de Pedro Nolasco y, por otro, en mi visión del mundo, Tirso de Molina es mucho más que el autor de El burlador de Sevilla.

Sin embargo, y aunque el carisma mercedario acabó por prender en mi memoria, la cercanía de un colegio de escolapios repleto de niños monos, dos de los cuales eran mis hermanos -motivo doble que explica por qué más de un romance se evaporó entre los ayes de una hermana casi tan irritada con ellos como chiflada por el chico anhelado-; la cercanía de un colegio de escolapios, decía, inclina a la ausencia y la ensoñación, por lo que es fácil imaginar que en la época de la que hablo, plena adolescencia, una no estaba para prestar mucha atención a la monja que se recreaba en contar las bondades de la orden mercedaria. La liberación de cautivos es su lema y, aunque suspirando por el escolapio apetecido por el corazón, confieso que algo de mí escuchaba a la monja en aquellas clases de religión en las que una no podía evitar que le recorrieran escalofríos al pensar en lo valiente que habían de ser los frailes para, cuando faltaba con qué pagar el rescate, irse así, motu proprio, a cambiarse por un prisionero en tierras lejanas. Por supuesto, casos como el del mundano fraile mercedario al que acompaña Lázaro en el Cuarto Tratado eran simplemente eso: casos… excepcionales. Mucho me quedaba entonces por aprender de la vida, pero, y a pesar de la doblez del alma humana, mercedarios hubo que dieron su vida por otros.

“¿Y qué? -se preguntará el lector-. ¿Acaso pretende vendernos una suscripción al sublime mundo de la Merced?”. No, no…, amigo leedor. No se trata de eso. Toda la retórica previa no deja de ser, por una parte, la búsqueda del deleite en las vivencias del pasado y, por otra, viene a servirme de rodeo para introducir el asunto que desde el principio quería tratar: el fiasco del Alakrana.

Creo -aunque hay bastantes posibilidades de que me equivoque, pues esta memoria mía no da más que para lo absolutamente imprescindible- que era Ansón quien llamaba a nuestro bondadoso presidente Zapatero, el de las mercedes. Se debía el remoquete a las dádivas con que este tipo se prodiga para su simple bien -que el de los demás le suele importar un colín- y no a la Merced de la que hablaba ahí arriba. Mas parece que la vida, atando cabos aquí y allá, se complace en retorcer la existencia y traer hasta la realidad lo que nunca pudo alcanzar la imaginación: que el laico ZP satisface el rescate con que liberar a los cautivos apresados por los piratas. Eso… porque no hay de lo otro para irse a cambiar por ellos, claro. ¡Si Cervantes levantara la cabeza… y la volviera hacia Argel…!

Y es que, para ir terminando, hace un par de días no pude dejar de asociar dos ideas mientras, al ojear el ABC en el recreo, encontré el chiste de Martín Morales al tiempo que iba mi mente trazando el bosquejo de este escrito: que España ha quedado, merced al ansia infinita de paz que alberga el alma de ZP, como simple convidada de piedra en las funciones circenses del planeta.

jueves, 19 de noviembre de 2009

La música... y las fieras.

La música... y las fieras.

¡Increíble pero cierto: la música amansa a las fieras!

Ayer comenzamos la semana de exámenes globales de la primera evaluación. Hoy, al llegar a una de las clases, los alumnos se han abalanzado sobre mí como zombis posesos:
-Prooofeeee, déjanos estudiar, déjanos estudiar, déjanos tu hora para estudiar el examen de Sociales que tenemos después.
-Vaaaaleee, pero sólo si estáis en absoluto silencio [así, también yo puedo trabajar ;-), je, je, je...].
-Sí, sí, profe..., prometido..., vamos a estar callados.

Diez minutos después el caos reina en el aula: empujo la silla hacia atrás, hago amago de levantarme... y el silencio vuelve. Cinco minutos después..., otra vez. De nuevo se repite la estrategia y de nuevo obtengo silencio. Dos minutos después... Decido inventar algo..., no voy a estar haciendo ejercicio toda la mañana... ;-)

De repente, una idea ilumina mi mente: entro en YouTube, busco el Canon de Pachelbel, conecto los altavoces y empieza a sonar... Sólo unos segundos y el silencio se hace en la clase...

Pero..., señor Pachelbel..., ¿por qué no compuso usted un canon de duración infinita?


miércoles, 18 de noviembre de 2009

Absurdo español en Do mayor

Absurdo español en Do mayor.

-Duérmete niiiiiiiño, duérmete yaaaaaa; que viene el Cooooooco y te comeráaaaaaa.
Meció la cuna unos instantes y salió despacio de la habitación. Antes de cerrar la puerta, se giró y echó una última ojeada. El bebé dormía plácidamente.

Al llegar al salón, un fogonazo la deslumbró. Miró asombrada hacia el ventanal y observó el cuerpo de un hombre colgado de unas cuerdas que la fotografiaba desde el exterior. Antes de que el cerebro pudiera encontrar una explicación lógica, el ruido atronador de un golpe dado sobre la puerta de la calle desvió su atención hacia allí.

Un grupo de hombres uniformados y armados hasta los dientes penetró en la casa y se abalanzó sobre ella.
-¡Al suelo, al suelo!
En apenas unos segundos, se encontró tirada sobre el parqué y con las manos esposadas a la espalda.
-Señora -dijo un hombre de labios babosos que apareció tras los GEO-, pagará cara su osadía...
-¿Mi osad…? -intentó preguntar ella.
-¡Silencio! -gritó él-. Yo le enseñaré a ser buena… -añadió mientras, agachado a su lado, le pasaba la mano por el pelo- y no volverá a cantar nanas sin pagar derechos a la SGAE.

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Dedicado a la Tuna, que un día me cantó bajo la ventana.

lunes, 16 de noviembre de 2009

El incómodo taburete de la cocina

El incómodo taburete de la cocina


Me visualicé… Bañador azul de nadadora profesional, gorro por el que siempre acaban saliéndose los pelos, gafas empañadas y aletas, sobre todo… aletas. Es lo que más se ve (si olvidamos por un instante la tripa aventajada que siempre llega la primera allá donde voy, a pesar de meterla hasta casi quedar sin respiración). No, no me sentí horrorizada, al fin y al cabo, todos vamos de la misma guisa, de modo que no ha sido éste el motivo que me ha impulsado hoy a saltarme la hora de natación.


¡Sopor!, así lo llamo. Él es el culpable. Abrí la puerta de casa al volver del trabajo y ahí estaba, como el cobrador del frac, vestido de luto pero con un aire lánguido que el otro no tiene.

–Ven –me dijo–, sentémonos en el sofá.

–No puedo, tengo que ir a nadar.

–Anda, ven… Verás qué bien estamos.

–Contigo no quiero nada.

–¿Y con el sofá?

–¿Con el sofá? –pregunté sorprendida–, ¿qué voy a querer yo con el sofá?

–Son gustositos y cariñosos…, te abrazan, te acogen cálidamente, te acucan y saben darte lo que les pides.

“¿Todo eso hace?”, me pregunté atónita. Miré al sofá inquieta y allí estaba…, con sus rayas verdes y rojas. Me pareció apreciar una apostura licenciosa que no observé en él cuando lo compré en Ikea. Aquel ser vestido de funeral me guiñó un ojo y tendió su mano, invitándome con ella a caer entre los brazos del sofá. Rechacé su ofrecimiento y corrí despavorida hacia la cocina. Nerviosa, me senté en un taburete con la respiración agitada e intenté reflexionar. De repente, supe lo que tenía que hacer: cogí el teléfono y marqué un número escrito sobre un post-it pegado a la nevera.

–¿Los traperos de Emaús? Vengan cuanto antes… Tengo un sofá para ustedes.


El peligroso objeto lúbrico ha salido de mi vida. Pero…, a cambio de mi virtuosa tranquilidad…, ¡qué incómodo el taburete de la cocina!

sábado, 14 de noviembre de 2009

Los 36 hombres justos

Los 36 hombres justos (Sam Bourne)


Thriller protagonizado por un periodista recién llegado a The New York Times, Will Monroe, que se verá obligado a realizar una investigación de cuyo resultado final, al parecer, depende la vida de su mujer. Con la ayuda de un padre al que apenas conoce, pues su trato con él se redujo al propio de un hijo de divorciados, Will Monroe emprende una carrera contrarreloj para descubrir el paradero de su mujer.


Las cosas no son como parecen, sin embargo, y la trama de esta novela nos llevará por vericuetos diversos en los que el protagonista habrá de resolver enigmas basados en fragmentos bíblicos, enfrentarse a fanáticas sectas religiosas y comprender, al fin, que el juego no sólo concierne a su mujer sino que interesa, y mucho, a la humanidad en pleno, cuyo destino se desliza por el borde del abismo, demasiado fino y escarpado, quizá, para las fuerzas de un periodista bisoño. Un sorprendente hallazgo espera a Will Monroe al final de esta aventura: los lazos de sangre… no siempre son tan fuertes como dicen.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Absurdos del azar

Absurdos del azar


–¡No puedo creerlo!

–Lo siento…

–¿Lo sientes? ¡Ja! ¡Lo sientes! –gritó iracundo el hombre.

–No era mi intención… –contestó la mujer, que se echó a llorar.

–Pues me has jodido bien. ¿Qué va a decir ahora mi mujer?

–Tal vez si se lo explicara, si le contara que tú no tienes la culpa… ¿Cómo podría remediarlo? –gimoteó.

–¿Remediarlo? –el hombre pestañeó repetidamente con total perplejidad–. ¿Pero tú eres tonta o qué? Se ve que no estás bien de la cabeza, desde luego.

El llanto de la mujer se acentuó y por un momento él la miró con cierta lástima.

–Mira, ya vienen a por nosotros –dijo señalando el furgón.

Por toda respuesta, ella gimió de nuevo.

–Venga, va…, deja de llorar. Bien es verdad que podrías haberte suicidado a otra hora para no caerme encima, pero ya no se puede hacer nada. Son cosas del azar.

martes, 10 de noviembre de 2009

Diversidad de paladares

Diversidad de paladares

Son las siete y media y acabo de sentarme ante el ordenador. Entre unas cosas y otras, se me ha ido la tarde en menesteres domésticos de diversa índole, pero al fin -suspiro para mis adentros-, puedo dedicar un ratito a una actividad relajante. Desde aquí puedo ver el sofá y me pregunto, alentada quizá por el cansancio que me aturde, si no sería más provechoso para el espíritu zarandeado que se lamenta por ahí dentro, así como reposado para el cuerpo agotado que me sostiene, tirarme como Dios me dé a entender sobre el sofá y dedicarme a la lectura de la horrible novela que estoy deglutiendo, de título Bungalow 2 y vomitada sobre el papel por la Corín Tellado americana, Danielle Steel. Algún día, supongo, traeré hasta estas páginas la razón que explica con meridiana claridad el porqué de esta lectura. Lo haré con sorna, pues nada más que con este cariz se puede comentar un libro de estos. No es el momento, sin embargo, de modo que a otra cosa.

Repaso el día y encuentro que el momento más feliz lo he vivido durante mi guardia de biblioteca. A Dios gracias, hoy sólo hubo un castigado, y llegó cuando la guardia tocaba casi a su fin, de modo que pude disfrutar de sesenta minutos de silencio en un edificio donde mil niños y adolescentes gritan sin parar por los pasillos cada 55 minutos, y constantemente dentro del aula cada uno de los segundos que una tiene la desgracia de pasar en su compañía. Durante mi estancia en ese oasis de paz, estuve reunida con Tomás Moro, inyectándome un chute de su Utopía. Allí leí: Sin embargo, a decir verdad, no estoy aún bien decidido a editar el libro, ya que son tan diversos los paladares de los mortales, tan torpes las inteligencias de algunos, tan ingratos los ánimos, tan absurdos los juicios, que les son más simpáticos los que se conceden una vida alegre y suelta que los que se molestan con preocupaciones y el estudio de algo que pueda ser de provecho y placer para los ingratos y los injuriosos. La mayor parte ignora las letras; muchos las desprecian. El bárbaro rechaza como molesto lo que no es netamente bárbaro. El timbre sonó y el oasis volvió a situarse en el remoto horizonte. Me convertí de nuevo en el desgraciado náufrago de ese mar inhóspito que es el desierto… intelectual. Tomé aire y luego resoplé, dejando escapar con el dióxido de carbono (anhídrido carbónico lo llamaban en mis tiempos) que expulsaba de mis pulmones la visión de las miserias que intuía próximas, me até los machos… (¿de quién es el mundo si no de los valientes?) y marché al tajo.

Y el tajo ha sido hoy… extraordinariamente inhabitual. No tanto por lo ocurrido (que tiene su miga), sino por el vacío mental que me aquejó en el instante en que sucedían los hechos y que me ha llevado a no saber qué hacer. Nada… No vino nada hasta mi mente, por demás generalmente ingeniosa. Soy mujer de recursos, al menos en lo que a la disputa diaria que entablo en el aula se refiere. Sí, tengo una chispa especial que me ha salvado de muchas. No miento si digo que suelo salir con garbo de situaciones embarazosas gracias a la ayuda de una especie de ingeniosa caja hacedora de ocurrentes deus ex machina. Sin embargo, hoy…

Él se acercó hasta mi mesa para solventar una duda. De repente, dio un respingo y se volvió hacia el compañero cuyo pupitre quedaba a su espalda. La bofetada sonó dura.
-¡Fulano! -exclamé mientras miraba a Zutano, receptor del golpe, y veía la piel enrojecida de su cara. Puse las manos sobre mi mesa y estaba levantándome cuando Fulano se volvió hacia mí y me espetó:
-Me estaba metiendo el dedo por el culo.
-El dedo, no; el boli -se defendió Zutano mientras agitaba el bolígrafo, usualmente inofensivo pero que ahora mostraba a mis ojos la amenazadora forma de un objeto penetrante y doloroso.
Oí las risotadas del resto de la clase mientras intentaba meter baza. Vano propósito. Su conversación continuaba y yo no existía.
-Si es lo que te gusta, maricón de mierda.
-¡Eh, Zutano!
-Lo que le gusta a tu madre que le haga.
-¡Eh, Fulano!
-Pues… -Zutano iba a escupir veneno de nuevo, pero esta vez sí lo impedí. No recuerdo lo que dije, pero eché broncas a diestro y siniestro…, sin pensar una sola de las palabras que salían de mi mente. Tampoco me importaba, la verdad, me traía sin cuidado lo que estaba diciendo. Lo importante es que había parado aquel cruce de invectivas que estaba empezando a tornarse peligroso… De repente, Fulano me protestó. En realidad, lo de la madre era inadmisible, pero no podía dejar de comprender la bofetada que le había endosado al violador del bolígrafo, ni olvidar que la mención materna había sido precedida de ese “es lo que te gusta, maricón”. Sin embargo, no podía permitir una nueva arremetida. Protestaba mientras yo le echaba la bronca y, de repente, me espetó:
-Él empezó, no te jode.

Se acabó. Ese “no te jode” fue la guinda. Abrí el cajón de mi mesa, saqué un papelito de expulsión y lo mandé a la biblioteca. Sí, a ese remanso de paz en el que había estado escuchando a Tomás Moro hablar de la diversidad de paladares y de las torpes inteligencias…

Son las 20:42, hora ya de ir acabando el día. Me despido, pues, que tengo una cita con Danielle Steel.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Las monedas del Iscariote

Las monedas del Iscariote


Cuando por fin Tom acudió a mí, no podía imaginar, y me ocuparé de que nunca lo haga, las terribles consecuencias que el asunto podría llegar a tener para él. Por supuesto, como director del MI-5, yo ya conocía los hechos, pero el fondo del asunto era de naturaleza tan delicada que había de actuar con la máxima cautela… en todos los ámbitos. Tom había decidido confiarse a mí y yo haría lo posible por no defraudarlo. Dos eran los asuntos de los que debía ocuparme. Uno, ya resuelto, reposaba en un sobre dentro del cajón de mi escritorio; el otro exigió grandes dosis de sutileza y toda mi astucia. La noche en que lo cité en mi despacho, el plan ya estaba urdido.


–Te dije que prefería no meter al Yard en este asunto, Arthur –dijo Tom.

–No viene como inspector de policía, Tom, sino como amigo personal.

–¿Confías en él?

–Totalmente. Es un héroe de guerra: fue abatido en Dunkerque a principios del verano de 1940, después de haber derribado dos Stukas. Desgraciadamente, abrió su paracaídas demasiado tarde y el salto le produjo lesiones irreversibles. Nunca más pudo pilotar. Fue mi asistente durante la guerra y te aseguro que es un muchacho de toda confianza.


Charles Carter penetró en la estancia y fue presentado a Lord Craddock, que lo miró con curiosidad.

–Espero no haberle importunado al pedirle que viniera a estas horas, Charles, pero el asunto a tratar exige máxima discreción. Lord Craddock es un viejo amigo que se encuentra en un aprieto. Su hija Laura está en relaciones con un sujeto de incierta reputación y vida misteriosa. Se trata de un tal Boris Witzkibodj del que sospechamos que pueda ser espía. La cuestión, querido Charles, es que han desaparecido unos documentos del despacho de Lord Craddock que son cruciales para la seguridad del Estado y, como podrá comprender, estando su hija por medio debido a su relación con este sujeto, lo último que deseamos es que el suceso se vuelva vox pópuli.

–¿Cuándo desaparecieron?

–Hace dos días –contestó Tom.

–¿Y por qué no ha avisado hasta ahora? Se ha perdido un tiempo precioso.

–Comprenda usted, mister Carter, que primero quise hablar con mi hija y tratar de obtener alguna información sobre ese tipo con el que sale. Ella lo niega, y probablemente esté convencida de su inocencia, pero yo sé que fue él.

–¿Lo sabe?

–Es una forma de hablar, inspector. Si lo supiera fehacientemente, tenga la seguridad de que el asunto se habría resuelto ese mismo día. Arthur confía plenamente en usted y yo lo hago totalmente en él, de modo que…

–No te apures, Tom –lo interrumpí–, todo se solucionará.


Tres días después, amparados por las sombras como ladrones y silenciados nuestros pasos por el sordo tañido del Big Ben, volvimos a reunirnos en mi despacho. La lluvia azotaba los cristales de las ventanas y Tom apareció pesaroso. Le serví un whisky y tomé el sobre que tenía preparado en mi escritorio.

–Tranquilo, Tom –le dije mientras se lo tendía–, todo está resuelto.

–¿Quieres decir que estos son…?

–Ábrelo y comprueba si falta algo –le sugerí mientras le guiñaba un ojo.

Sentí cómo toda la tensión acumulada en el pecho de mi viejo amigo se esfumaba con el resoplido de alivio que le oí dar.

–Está todo, Arthur. ¡Me has salvado! –exclamó–. Pero…, ese Carter es… ¡magnífico!

–Efectivamente, lo es.

–Dime, ¿fue Boris?

–Sí, él robó los documentos pero, si bien logramos interceptarlos a tiempo, desgraciadamente Witzkibodj logró escapar.

–¡Maldito! Espero que Laura comprenda ahora su error.

–El amor es ciego, Tom, y ella es joven e inexperta.


Poco después de que se marchara, Charles llegó.

–¿Todo bien?

–Sí, señor, Lord Craddock y los documentos llegaron sanos y salvos.

–¿Y ella?

–No tenía ni idea de que el MI-5 sospechaba ni de que la había puesto bajo vigilancia.

–Cuando Tom comentó que necesitaba un nuevo mayordomo, le recomendé de inmediato al viejo Peter… Claro que él no sabía que es uno de mis mejores agentes. No me engañé: hizo un buen trabajo y descubrió que esa insolente joven había robado los documentos a su propio padre.

–Jamás sospechó que interceptamos los documentos inmediatamente después de que hiciera la entrega al agente tzeldavo.

–¿Cómo puede un hijo que ha recibido una educación exquisita y ha vivido a la sombra de un hombre ejemplar hacer lo que ella ha hecho, Charles? –pregunté abatido– ¿Dinero…? –aventuré–. ¿Cuántas monedas costó el beso de esta Iscariote?

–Ninguna, señor. No cobró nada. Creo que se trata de un caso de aburrimiento vital: una jovencita que lo ha tenido todo y necesita un poco de emoción en su vida. Lástima que para lograrla optara por ayudar al enemigo.

–Es una necia.

–Y, sin embargo, digna hija de su padre…

–Yo no diría precisamente eso, jovencito –lo reprendí.

–Me refería al temple con que se condujo cuando la enfrenté con los hechos. No se vino abajo, a pesar de que sabía que su acción podría llevarla al cadalso por espionaje. Me pregunto si hemos hecho bien librándola de la horca, señor.

–Me importa un rábano la vida de esa renegada. Su padre ha rendido grandes servicios a la patria y no podía consentir que pasara por esta vergüenza. Nunca debe saberlo. ¿Te has asegurado de ello?

–Sí, señor. A estas horas Laura Craddock va camino de Calais y esta noche Lord Craddock descubrirá que su hija se ha fugado con Boris.

–Pobre hombre –exclamé–. Al fin y al cabo es inocente, pero era necesario que saliera del país. ¿Se avino a ello?

–De mala gana, pero lo asusté lo suficiente. A mí quien más me apena es Lord Craddock.

–Creer que su hija se ha fugado lo afligirá, por supuesto –dije–, pero era la salida más honrosa para él, Charles. Aunque sea una pesada losa que deba soportar el resto de su vida, esa huida que hemos urdido era la única solución.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Total..., un rasponcillo

Total…, un rasponcillo


Pulsé el botón de emergencia y se encendieron los intermitentes para avisar al de atrás: atasco, atasco…, vete frenando. Sin embargo, por detrás no venía nadie. Sólo por delante había gente…, una cola infinita de gente obstruyendo el paso con sus coches, como yo.


¡¡¡Moooocccccc!!! Fue como si la mano se hubiera fundido con la bocina del coche formando un conjunto inseparable. En estas ocasiones me comporto como un cretino, lo reconozco, pero es una cruz imposible de sufrir. Siempre pasa igual: la carretera va bien y, ¡zas!, cuando menos te lo esperas, brota el atasco.


Gruñí y, cuando estaba tomando aire para empezar a despotricar, mi novia me sorprendió con un “Paciencia, cari” que me sacó más de quicio. ¿Por qué las mujeres son tan conformistas cuando no conducen ellas?, porque hay que ver qué espabile se gastan cuando intentas hacerte el listo al volante y tanteas una pirula. Te dan el volantazo y te sueltan un “¡Mamón!” que te deja atontao. Lo de “¡mujer tenías que ser!” ya no vale. Te sacan el dedo y se quedan tan anchas. La miré de reojo y me mordí la lengua. Mejor eso que empezar una ofensiva destinada a la derrota por extenuación en una interminable guerra de reproches.


Llevábamos ya un rato allí parados, con el ronroneo de la radio llenando el silencio, cuando de repente los dos dimos un bote en nuestros asientos y los cinturones de seguridad se tensaron pegándonos al respaldo. El sonido seco del golpe fue lo que más me asustó. Miré por el retrovisor y vi a un imbécil que había empotrado el morro de su coche en el maletero del mío. Me bajé de inmediato y, mientras lo hacía, refunfuñé entre dientes: “Se va a enterar este gilipollas. Como me haya hecho algo al coche…”. Mi novia abrió la boca, pero antes de que pudiera emitir un sonido se la cerré con un gesto. “Si me vuelves a decir paciencia…” y no acabé la frase sencillamente porque no supe cómo.

–¿Qué pasa, tío? ¿A dónde ibas mirando?

–Lo siento, colega…

Un tipejo sucio, de pelo alborotado y probablemente con más agujeros en las venas de los que se hacen un día en un hospital se había bajado del coche de atrás y venía hacia mí. Sin darme mucha cuenta, di un pasito hacia atrás y sólo alargué el cuello para ver si había algún desperfecto en mi coche. Afortunadamente sólo era un raspón.

–Perdona, tío. Joer, perdona. No me di cuenta.

–Bueno –dije con cautela–, vamos a arreglarlo y ya está. Saca el seguro –añadí mientras me dirigía hacia la puerta delantera para coger la carpetilla del mío.

–Es que no tengo… –me espetó. Lo miré sorprendido–. Venga…, no me denuncies…, si no t’hecho na.

Me quedé allí parado, con la mano en la manilla y sin saber qué hacer. Lo miré de reojillo y me pregunté si aquel tipo… Ufff, se me erizaron los pelos del cogote.

–Vale, tío. Por esta vez, pase.

Me metí en el coche, cerciorándome de echar el seguro, y, sin mirar a mi novia, le expliqué:

–Es un pobre diablo. No llevaba seguro, pero no he querido montársela. Total…, me ha hecho sólo un rasponcillo.

–Has hecho bien, cariño… –me contestó ella mientras yo me abrochaba el cinturón de seguridad y oíamos un derrape de ruedas. El tipo había acelerado de cero a cien en un segundo y se había escabullido por una salida cercana–. Ese tipo de gente puede ser peligrosa –añadió la muy ladina.


La miré irritado. Gruñí de nuevo, fruncí la nariz y metí primera. Por fin el tráfico empezaba a moverse. Me concentré en no mirarla…, no obstante, lo vi: ella sonreía.

martes, 3 de noviembre de 2009

El cuento número Trece

El cuento número Trece (Diane Setterfield)

Las hermanas Brontë, Dickens, Dafne du Maurie, Jane Austen..., todos los que hemos leído estos autores en la adolescencia evocaremos huellas dejadas en nuestra memoria por sus libros y reconoceremos en El cuento número Trece gastadas estelas que pasadas lecturas dibujaron en nuestro recuerdo: mansiones convertidas por el fuego en ruinas, fantasmas que se mueven al abrigo de la noche… o a plena luz del día, institutrices, viejas bibliotecas, seres dementes, fieles criados y, en medio de todos, una jovencita con su propio pasado: Margaret Lea.

¿Quién es Vida Winter? Una exitosa y prolífica escritora de pasado desconocido. ¿Qué secreto esconde su vida? El cuento número Trece oculta entre sus páginas la solución al enigma: las hebras de diversas vidas entretejidas hasta conformar un nudo que Margaret Lea debe desliar.

Encantadora novela escrita con la pluma con la que se trazan las novelas especiales. Sutil, viva, tierna, delirante, reflexiva, bella. Una historia trenzada entre el silencio de las tumbas de los muertos que ya vivieron y los vivos que nunca existieron, una historia que sabe a té, suena a tormentas y huele a biblioteca.

A Raquel M.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Insomnio

Insomnio

Se dio la vuelta en la cama y miró hacia la puerta. ¿Qué hora era? Hacía rato que no oía las campanadas del reloj de la iglesia. ¿Se habría dormido? No era consciente de ello. Sonrió. Qué tontería, el sueño es el mundo de la inconsciencia. ¿Cómo podría ser consciente de él?

Pulsó el botón del móvil y observó: las dos y media. Se levantó quedamente para no despertar a su compañero y fue hasta el cuarto de estar. Se asomó al balcón y miró a un lado y a otro. El mundo de la noche es un mundo desierto. ¿O no? Un minino callejero, agazapado entre las sombras, saltó silenciosamente y trepó por un canalón.

Sintió la brisa que llegaba del campo besándole el rostro. Por un momento, imaginó que se trataba de los fríos dedos de la Muerte, que le palpaban las mejillas en busca de calor. Pensó en las leyendas de Bécquer que su hermana les leía cuando niños y recordó la que mayor pavor le producía: El monte de las ánimas… De reojillo, miró el callejón por el que se subía al cementerio. El primer trecho estaba alumbrado por las farolas de la calle. Luego…, las sombras de la noche cubrían el mundo de los muertos.

Algo a su espalda crujió. Se dio la vuelta e intentó penetrar las tinieblas con la vista. Concluyó que había sido la mesa del televisor y tarareó una cancioncilla para tranquilizarse. Se apartó del balcón y se sentó en una silla junto a la camilla. Tamborileó con los dedos sobre la mesa y siguió el ritmo del tarareo con el balanceo de la cabeza. Como un péndulo, movía el cuello hacia un lado y hacia el otro haciendo oscilar el cráneo, ora a la izquierda, ora a la derecha. De repente, entre tanto movimiento, sus ojos repararon en algo que la estremeció: agarrados a los barrotes del balcón, los huesos de una mano paralizaron su corazón. Tras ellos, se alzó una calavera de cuencas vacías y oscuras. ¡Quería morirse! Abrió la boca, pero no pudo emitir sonido alguno.
–Buenas noches. ¿Estás muerta?
–No… –se atrevió a contestar.
–Debes de estarlo.
–¿Por qué?
–Porque esta es la hora en la que el reposo de los vivos permite a los muertos vagar por su mundo. Tú no duermes, luego debes de estar muerta.
–No lo estoy.
–Mira…, la Estrella de la Sangre ha sobrepasado el cenit cinco veces el diámetro de la Luna.
La mujer miró hacia arriba y observó la estrella que el esqueleto le indicaba.
–Eso…, eso es Marte –las cuencas de la calavera la miraron atónitas.
–¡Quia! –exclamó con frialdad–. Es la Estrella de la Sangre y su posición marca el momento de volver. Vamos.
–¿Adónde?
De nuevo las cuencas hueras del esqueleto la observaron.
–Vamos –la apremió–. No te hagas la tonta. A todos nos cuesta al principio… Estamos demasiado apegados a este mundo, pero ya no es el nuestro. Hay que marcharse.
–¡Pero yo estoy viva! –exclamó angustiada.
–¿Viva? –ella lo miró horrorizada–. ¿Tú?
–Sí –logró balbucir.
–¿Qué haces, entonces, despierta a estas horas? ¡Es el tiempo de la Muerte!
–Me desperté…
–Oh, vamos, vamos… La Estrella de la Sangre se aproxima al punto de castigo. Si no estamos allí para entonces…
La mano huesuda la agarró.
–¡Suéltame! –quiso volverse hacia el dormitorio y gritar, pero no pudo.
–Vamos, no seas terca. ¡Eh, compañeros, ayudadme! Aquí hay una testaruda.

Más allá de las farolas del callejón, unos leves reflejos blancos ascendieron sigilosos por la pendiente y se movieron ligeros entre las sombras. Un bulto compacto de forma inapreciable parecía luchar con ellos. El bulto giró la cabeza y miró hacia atrás…, hacia la luz del callejón, pero sólo una terrible oscuridad penetró en las cuencas negras de sus ojos.


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Tenía previsto, y lo anuncié en un comentario, de hecho, publicar hoy la tercera entrega de Atrápame si puedes; sin embargo, tal vez pueda el lector generoso no sólo pasar por alto este cambio de idea sino permitirme que esta noche, en la que media España estará disfrazada de calabaza con ojos, me dé el gusto de traer este relatillo al blog y, con él, reivindicar a Don Juan Tenorio en un día de los Fieles Difuntos (aunque sea hoy el de Todos los Santos) que ha olvidado sus tradiciones para adoptar las foráneas.

Belén 2013

Belén 2011