Aprovechando a los maestros I
Si alguien me preguntara por qué escribo historias detectivescas, contestaría que porque me divierte. Si ese alguien continuara su interrogatorio y se interesara en esta ocasión por si ha sido ésta una afición que arrastro desde hace tiempo, respondería diciendo que, en realidad, no. Añadiría que, cuando leía a Agatha Christie, solía pensar que vivir escribiendo historias como las suyas debía de ser realmente entretenido, pero que jamás me vi capacitada para ello. Si el alguien preguntón ese que tanto viene curioseando preguntara entonces por qué un día decidí que sí podía escribir diminutos relatitos policíacos, contestaría que por pura casualidad: una buena tarde de actividad literaria frenética (la cual mereció un Sabueseando en estas páginas cuya mayor recompensa fue, no obstante la diversión con que me regaló, recibir el magnífico premio de que mi nombre designara una etiqueta en los Platos de Posodo), esa tarde, decía, surgió Destino inexorable, tras cuya elaboración me percaté de que era posible para mí apañar una historia entretenida con trasfondo detectivesco. Luego..., vinieron otras. Y, después, más aún.
Hasta ahí mi brevísima experiencia con los relatos policíacos (tan breves éstos como aquélla), de modo que poco más podría responder al respecto. Sin embargo, si aun así, el preguntón curioso continuara dale que te pego con su interrogatorio y quisiera saber cómo se escribe un relato detectivesco, no tendría otro remedio que contestarle con un ni idea. Y es que, amigos, yo me lanzo (normalmente con una idea difusa, aunque en ocasiones está clara desde el principio) y, después de mucho trabajo, acaba por salir algo que me gusta. Es verdad que tengo imaginación, pero también es verdad que le doy bastantes vueltas a la historia hasta que brota la idea luminosa que me decide a tomar este camino o aquel otro. Luego, además, es bastante útil tener una nariz que ande siempre husmeando aquí y allí, y aprovechando las cosillas que encuentra por el camino.
Y hete aquí que vengo ya a aterrizar sobre el punto concreto que ha dado título a esta entrada: los maestros. Leo mucho y de todo, pero, por supuesto, leo bastante novela policíaca. Lo cual enseña algo (aunque mi aprendizaje sigue aún más una línea intuitiva que racional). Pero no me limito sólo a este tipo de novela. Últimamente siento una fuerte atracción hacia lecturas relativas a la teoría literaria detectivesca. De ahí mi interés por el libro que compré en la última feria del libro Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes y otros ensayos literarios, de Thomas de Quincey, o el que será mi próxima compra, ya en los estantes remodelados de Posodo y llevado hasta su diario, Cómo escribir relatos policíacos, de Chesterton. Autor siempre pendiente y nunca degustado hasta que (de nuevo gracias a Posodo y su lógica incomprensible) le tomé el gustillo.
Pero veo que me voy alargando hoy ya demasiado, de modo que mejor aparco el asunto y publico su resolución en una próxima entrada donde tendré el gusto de ofreceros un breve diálogo, construido a partir de un título de Chesterton, incluido en la historia que estoy pergeñando estos días.
Si alguien me preguntara por qué escribo historias detectivescas, contestaría que porque me divierte. Si ese alguien continuara su interrogatorio y se interesara en esta ocasión por si ha sido ésta una afición que arrastro desde hace tiempo, respondería diciendo que, en realidad, no. Añadiría que, cuando leía a Agatha Christie, solía pensar que vivir escribiendo historias como las suyas debía de ser realmente entretenido, pero que jamás me vi capacitada para ello. Si el alguien preguntón ese que tanto viene curioseando preguntara entonces por qué un día decidí que sí podía escribir diminutos relatitos policíacos, contestaría que por pura casualidad: una buena tarde de actividad literaria frenética (la cual mereció un Sabueseando en estas páginas cuya mayor recompensa fue, no obstante la diversión con que me regaló, recibir el magnífico premio de que mi nombre designara una etiqueta en los Platos de Posodo), esa tarde, decía, surgió Destino inexorable, tras cuya elaboración me percaté de que era posible para mí apañar una historia entretenida con trasfondo detectivesco. Luego..., vinieron otras. Y, después, más aún.
Hasta ahí mi brevísima experiencia con los relatos policíacos (tan breves éstos como aquélla), de modo que poco más podría responder al respecto. Sin embargo, si aun así, el preguntón curioso continuara dale que te pego con su interrogatorio y quisiera saber cómo se escribe un relato detectivesco, no tendría otro remedio que contestarle con un ni idea. Y es que, amigos, yo me lanzo (normalmente con una idea difusa, aunque en ocasiones está clara desde el principio) y, después de mucho trabajo, acaba por salir algo que me gusta. Es verdad que tengo imaginación, pero también es verdad que le doy bastantes vueltas a la historia hasta que brota la idea luminosa que me decide a tomar este camino o aquel otro. Luego, además, es bastante útil tener una nariz que ande siempre husmeando aquí y allí, y aprovechando las cosillas que encuentra por el camino.
Y hete aquí que vengo ya a aterrizar sobre el punto concreto que ha dado título a esta entrada: los maestros. Leo mucho y de todo, pero, por supuesto, leo bastante novela policíaca. Lo cual enseña algo (aunque mi aprendizaje sigue aún más una línea intuitiva que racional). Pero no me limito sólo a este tipo de novela. Últimamente siento una fuerte atracción hacia lecturas relativas a la teoría literaria detectivesca. De ahí mi interés por el libro que compré en la última feria del libro Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes y otros ensayos literarios, de Thomas de Quincey, o el que será mi próxima compra, ya en los estantes remodelados de Posodo y llevado hasta su diario, Cómo escribir relatos policíacos, de Chesterton. Autor siempre pendiente y nunca degustado hasta que (de nuevo gracias a Posodo y su lógica incomprensible) le tomé el gustillo.
Pero veo que me voy alargando hoy ya demasiado, de modo que mejor aparco el asunto y publico su resolución en una próxima entrada donde tendré el gusto de ofreceros un breve diálogo, construido a partir de un título de Chesterton, incluido en la historia que estoy pergeñando estos días.
9 comentarios:
Muy agradecido por todo lo que me afecta, es decir, la espera de ese próximo y breve diálogo.
Me alegro de tu inte´res por Chesterton. Es un buen chico, que empieza y promete mucho, tan interesante que, paradójicamente, puede llegar a no motivarte a leer... otras cosas.
De hecho, ahora estoy leyendo algo suyo... un areciente adquisición que alguien que preguntó, sutilmente, me puso como deber, je, je ;-)
Tildes y espacios fuera de lugar.
Interesante, Padre Brown, ¿no cree?
Lo que yo te he leído policiaco me parece que está muy bien, y también me parece que en esto, como en todo, puede haber reglas y consejos, pero si a uno le falla el instinto y el gusto no hay nada que hacer. De todas formas, siempre es bueno aprender de los maestros hasta donde te pueden enseñar, que no es todo, ni mucho menos, hay un tramo muy grande que hay que andar solo y sin brújula, no hay más remedio
Gracias, SCId, por mostrarnos un poco las entretelas de tu taller literario.
Saludos blogueros
Mientras no digas al final que el asesino es el mayordomo, fíate de las palabras de Chesterton.
Por cierto, te recomiendo el libro que me estoy leyendo "Sé lo que estás pensando" porque si aún no lo has leído te va a atrapar desde el primer capítulo y más a ti que disfrutas de una buena historia detectivesca.
Un beso.
Posodo: ¿Agradeces tener que esperar? ¿Luego no tienes prisa, no te consume la impaciencia, no te muerdes las uñas hasta dejarte las manos hechas muñones por leer mi diálogo? Hummmmm... Jejejeje.
En cualquier caso, me encantó tu anotación "Elemental, querido Chesterton". Cuando publique mi diálogo verás que algo de ella hay en mis personajes. O, mejor dicho, verás que alguno de mis personajes (cuya voz es la mía, al fin y al cabo) se acerca de algún modo a lo que dice Chesterton en el texto que trascribes (y eso que no lo había leído aún. Claro que sí que había leído ya "Las paradojas de Mr. Pond", luego tampoco tengo mucho mérito, la verdad). En fin, lo verás todo más claro cuando leas el diálogo. Ese cuya espera agradeces tanto... ;-)
Miguel: Yo, por el momento, me muevo a golpes de intuición. No porque sea así de chula, sino porque, como dije en la entrada, aún no he racionalizado lo mucho, poco o medio que he leído aquí y allá. Supongo que algún día cada cosa se pondrá en su lugar, dentro de mi cabeza, y adquirirá cierto orden y concierto. De momento, como bien dices, voy caminando sola y sin brújula, pero parece que voy encontrando el camino. Será que me guío por las estrellas, jajajaja.
José Antonio: Gracias a ti por tu visita. :-)
Carlos: No, no..., el mayordomo..., ¡jamás!, jajajaja. No te preocupes, intentaré ser más imaginativa, jajajaja. Y, lo siento, pero llegas tarde. Ya leí "Sé lo que estás pensando". Me gustó. Me gustó la historia y me sorprendió el truco que usa para saber... lo que los personajes están pensando. Pero, además, me gustó mucho el ambiente que retrata. Me atraen mucho ese tipo de ambientes: vida rural, nieve, casas campestres... Sí, me gustó la novela.
Los buenos guisos llevan su tiempo.
Y seguro que en la espera, disfrutaremos de buenos aperitivos ;-)
Posodo: Tendréis que desarrollar una paciencia que emule a la de Job, porque voy tan lenta, tan lenta... En cualquier caso, gracias por la confianza que pones en mi cocina ;-)
Confianza,no; certeza, sí.
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