El sempiterno agujero negro
Al igual que los personajes de Buero Vallejo en su Historia de una escalera, a lo largo de mi vida me he visto muchas veces subir y bajar los peldaños de la existencia, cargada siempre con el mismo tipo de zozobras y sinsabores, y camino cada día de la misma rutina, en una especie de inmovilismo personal que, en ocasiones, me ha llevado al borde de la alienación. Y, si bien nunca he sobrepasado el horizonte de sucesos, o zona de no retorno, de ese agujero negro, comilón empedernido que engulle todo lo que cae en sus fauces insaciables, he de admitir que, no obstante, sí he llegado a sentir mi marcha estorbada por el lastre de esos fardos tan enojosos y alienantes hasta el punto de quedar paralizada al borde del abismo, como si el tiempo se hubiera detenido, tal y como dicen los entendidos que ocurre en ese horizonte o línea que marca la frontera del agujero negro y de la que, una vez traspasada, nada puede escapar.
Afortunadamente para mí, mi madre me trajo al mundo con una imaginación descomunal colgada del cuello, que jamás me ha abandonado y de la que me he aprovechado no pocas veces para esquivar esa sima de profundidades ignotas que en ocasiones se abre ante nuestros pies. He cubierto ya la mitad de mi vida y, en toda encrucijada que se ha abierto en mi camino, ha estado siempre la creatividad con la que nací haciéndole quites al destino. Así, cuando el mundo ingrato, egoísta o aburrido me ha puesto la zancadilla, he echado mano del ingenio y lo he transformado en un orbe a mi medida, donde dejo a la mente campar a sus anchas y a los sueños proponerme ilusiones miríficas en las que perderse despreocupada.
Y, en fin, que pierdo el hilo de mis reflexiones, viene tanta locuacidad a explicar que entre palabras ha encontrado mi espíritu la placidez y la dicha. Bien cuando leo, bien cuando escribo, encuentro el gusto por lo que es sólo mío: un mundo hecho a mi medida, sin perturbaciones ajenas, pleno de autonomía, embriagador, optimista, sedante o euforizante, según se precise, y, sobre todo, extraño a todos esos elementos, humanos o propios de la existencia, que me alienan la vida y comercian con ella de nueve a cuatro y media cada día. Bienvenido al blog, si es que, leyendo hasta aquí, me has proporcionado la oportunidad de darte la bienvenida.
Al igual que los personajes de Buero Vallejo en su Historia de una escalera, a lo largo de mi vida me he visto muchas veces subir y bajar los peldaños de la existencia, cargada siempre con el mismo tipo de zozobras y sinsabores, y camino cada día de la misma rutina, en una especie de inmovilismo personal que, en ocasiones, me ha llevado al borde de la alienación. Y, si bien nunca he sobrepasado el horizonte de sucesos, o zona de no retorno, de ese agujero negro, comilón empedernido que engulle todo lo que cae en sus fauces insaciables, he de admitir que, no obstante, sí he llegado a sentir mi marcha estorbada por el lastre de esos fardos tan enojosos y alienantes hasta el punto de quedar paralizada al borde del abismo, como si el tiempo se hubiera detenido, tal y como dicen los entendidos que ocurre en ese horizonte o línea que marca la frontera del agujero negro y de la que, una vez traspasada, nada puede escapar.
Afortunadamente para mí, mi madre me trajo al mundo con una imaginación descomunal colgada del cuello, que jamás me ha abandonado y de la que me he aprovechado no pocas veces para esquivar esa sima de profundidades ignotas que en ocasiones se abre ante nuestros pies. He cubierto ya la mitad de mi vida y, en toda encrucijada que se ha abierto en mi camino, ha estado siempre la creatividad con la que nací haciéndole quites al destino. Así, cuando el mundo ingrato, egoísta o aburrido me ha puesto la zancadilla, he echado mano del ingenio y lo he transformado en un orbe a mi medida, donde dejo a la mente campar a sus anchas y a los sueños proponerme ilusiones miríficas en las que perderse despreocupada.
Y, en fin, que pierdo el hilo de mis reflexiones, viene tanta locuacidad a explicar que entre palabras ha encontrado mi espíritu la placidez y la dicha. Bien cuando leo, bien cuando escribo, encuentro el gusto por lo que es sólo mío: un mundo hecho a mi medida, sin perturbaciones ajenas, pleno de autonomía, embriagador, optimista, sedante o euforizante, según se precise, y, sobre todo, extraño a todos esos elementos, humanos o propios de la existencia, que me alienan la vida y comercian con ella de nueve a cuatro y media cada día. Bienvenido al blog, si es que, leyendo hasta aquí, me has proporcionado la oportunidad de darte la bienvenida.
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