Y de los concursos literarios…, ¿qué?
Si, entre el uso de negros que escriben por el que luego firma la obra y los plagios permitidos una vez adoptado el escritor por una editorial que le respalde, el mundo de la literatura parece haberse convertido en un auténtico lodazal…, ¿qué tal si añadimos el exasperante timo de los concursos literarios?
Y es que numerosos son también los comentarios acerca de los corruptos tejemanejes que se urden en los concursos literarios. Al parecer…, siempre están dados de antemano. Uno muy famoso que corre de boca en boca y de blog en blog es el que atañe al certamen literario nacional por excelencia. De nuevo manifiesto mi ignorancia al respecto, pero no me resisto a dejar pasar la ocasión de jugar con las palabras y señalar que, con relación a los concursos literarios, desde luego, algo huele a podrido en el planeta.
Hablo de oídas, por supuesto, porque mi inexperiencia en este tipo de menesteres es palpable: sólo una vez participé en un concurso (¡ah, juventud!), espoleada por el ímpetu de una compañera de facultad. Lo hice a regañadientes y, desde el preciso instante en que el gigantesco sobre que contenía mi relatito cayó por el buzón de correos…, lo lamenté. ¡Nunca más!, me dije. Y he cumplido mi palabra. Confieso que hay algo de vergüenza y mucho de altivo en esta decisión. En cuanto a la primera, soy una persona demasiado cohibida, con relación a las historias que produce mi cabeza, como para lanzarlas al público veredicto así como así. Con respecto a la segunda; ¿por qué consentir que un ser ignorado, sin rostro y de alma desconocida califique, con glacial apatía, lo que con tan ardiente entusiasmo se compuso? ¡Ah, no!, que otros soporten los estiletes helados con los que los jurados de esos concursos dirimen la sentencia; yo… no colocaré a mis criaturas en esa incómoda posición. Hasta el Juicio Final, donde el alma se juega, cuestión no baladí, como ésta, el destino eterno, será más cálido que la resolución dictada por estos seres anónimos. Además, hay que educar bien a nuestros niños y…, como nos enseñaron de críos, advertirles de que no deben hablar con desconocidos. :-)
Si, entre el uso de negros que escriben por el que luego firma la obra y los plagios permitidos una vez adoptado el escritor por una editorial que le respalde, el mundo de la literatura parece haberse convertido en un auténtico lodazal…, ¿qué tal si añadimos el exasperante timo de los concursos literarios?
Y es que numerosos son también los comentarios acerca de los corruptos tejemanejes que se urden en los concursos literarios. Al parecer…, siempre están dados de antemano. Uno muy famoso que corre de boca en boca y de blog en blog es el que atañe al certamen literario nacional por excelencia. De nuevo manifiesto mi ignorancia al respecto, pero no me resisto a dejar pasar la ocasión de jugar con las palabras y señalar que, con relación a los concursos literarios, desde luego, algo huele a podrido en el planeta.
Hablo de oídas, por supuesto, porque mi inexperiencia en este tipo de menesteres es palpable: sólo una vez participé en un concurso (¡ah, juventud!), espoleada por el ímpetu de una compañera de facultad. Lo hice a regañadientes y, desde el preciso instante en que el gigantesco sobre que contenía mi relatito cayó por el buzón de correos…, lo lamenté. ¡Nunca más!, me dije. Y he cumplido mi palabra. Confieso que hay algo de vergüenza y mucho de altivo en esta decisión. En cuanto a la primera, soy una persona demasiado cohibida, con relación a las historias que produce mi cabeza, como para lanzarlas al público veredicto así como así. Con respecto a la segunda; ¿por qué consentir que un ser ignorado, sin rostro y de alma desconocida califique, con glacial apatía, lo que con tan ardiente entusiasmo se compuso? ¡Ah, no!, que otros soporten los estiletes helados con los que los jurados de esos concursos dirimen la sentencia; yo… no colocaré a mis criaturas en esa incómoda posición. Hasta el Juicio Final, donde el alma se juega, cuestión no baladí, como ésta, el destino eterno, será más cálido que la resolución dictada por estos seres anónimos. Además, hay que educar bien a nuestros niños y…, como nos enseñaron de críos, advertirles de que no deben hablar con desconocidos. :-)
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