Papeles, papelitos, papelotes
Ayer estuve en la casa de los padres de una amiga. Van a mudarse a un piso más pequeño y había mucho que empaquetar y mucho que tirar. Yo me centré en la mesa de estudio y estanterías de la antigua habitación de mi amiga. Fui haciendo montoncitos según me parecía: apuntes de la carrera, libros, fotografías, papeles para tirar... Luego, ella vino a dar el visto bueno. Y comenzó el diálogo:
-No, esto no es para tirar.
-Es una vieja entrada para el ballet.
-Sí, pero fui con mi abuela
(la abuela ha muerto hace muy poco).
-Ya, entiendo..., pero...
-No, la entrada no se tira. Veamos el resto... No, esto tampoco. Es un...
-Pero...
-No. Y esto..., tampoco.
-Pero...
-No. Y aquello... No, aquello tampoco.
-Escucha, ¿has olvidado las dimensiones de tu piso? ¿Dónde crees que vas a meter todas esas cosas?
-Ya, pero...
-No hay peros. Lo que hay es demasiados papeles.
Vaciló durante un instante y finalmente dijo:
-Bien, vale... Tira lo que creas conveniente. Pero tíralo tú. Yo no puedo hacerlo.
Después de una mañana de intenso trabajo, salimos todos a comer fuera y bromeamos mucho sobre el síndrome de Diógenes que parece aquejar a mi amiga, pero de vuelta a casa de sus padres, el trabajo se hizo más lento. Quizá debido a que andaban ya las pilas un poco gastadas, o tal vez a que parte de mi energía se concentró en la mente, porque me puse a darle vueltas al asunto...
Dentro de algunas semanas, tendré yo que hacer algo parecido con los muchos papeles, papelitos y papelotes que aún tengo en la que fue mi habitación, en casa de mis padres. Seguro que encontraré viejas entradas de cine o de lo que sea, notas que alguien me escribió alguna vez y cosas de esas que una guarda porque es un pedazo de un día lejano del propio pasado que, por la razón que fuere, tuvo un significado especial. Me llevaré a mi amiga conmigo, quizá también yo tenga que decirle: "Tíralo tú. Yo no puedo hacerlo".
Es muy triste verse en la tesitura de tener que deshacerse de trocitos de existencia que una vez significaron algo lo suficientemente importante como para guardarlos, pero la experiencia de ayer me enseñó una lección: no quiero acumular pedazos de pasado que tal vez algún día tenga que tirar a la basura. No pienso repetir en el futuro. Si alguna vez tengo que cambiarme de casa, quiero que los papeles importantes pueda llevarlos bajo el brazo. Lo demás..., los recuerdos..., que vayan conmigo cada día allá donde yo esté.
8 comentarios:
Aún me inunda la nostalgia cuando voy a casa de mis padres. No hace falta que me ponga a ver "qué tiro esta vez" (porque cada vez que voy tiro algo nuevo, digo viejo), solo estar allí me coloca en un lugar raro de mi memoria. Como si no fuera ya la que fuí. En fin, a parte de esto es un verdadero engorro eso de atesorar objetos y papeles porque al final, al menos a mi me pasa, solo sirven para ocupar sitio y hacerte abrir la caja de los truenos en momentos de flaqueza. Por esa razón ya no guardo nada, o lo mínimo. Lo tiro antes de que mi mente pueda otorgarle algún significado o valor, y sobre todo, antes de que acumule polvo y me estorbe, como ocurre con todo lo que tengo aún en la casa familiar.
Hala, ya me he agobiado.
¿Unas fresas?
¿Diógenes?
Espera,... creo que lo tengo por aquí..., en uno de estos montones...
Bonita reflexión, S.Cid. A veces somos unos románticos empedernidos y atesoramos objetos ocupando un sitio para cosas verdaderamente esenciales. Pero claro, bien es cierto, que hay cosas que aparente mente no tienen nigún valor y para nosotros, sin embargo, atesoran un torrente de sentimientos y recuerdos. En fin. Suerte y decisión si decides ordenar esa habitación. Un beso.
Uno de los inconvenientes de realizar, efectuar, perpetrar tantas mudanzas, mi caso, es que al final se nos van quedando por el camino muchos recuerdos palpables y visibles que formaban parte de nuestro patrimonio efímero, que por mor de no tener lugar donde colocarlos, sabes que ya no volverán. Que ya no podrás desplegar ese calendario de la frutería Mª Carmen, sita en la calle Pagés del Corro (Triana,) del año 1992, con la foto de la Esperanza Macarena a las primeras del día cruzando cansada y rota por el dolor de toda la madrugada fuera de su templo la plaza del Salvador, o ese paragüero que te regalaron un día de Reyes unos amigos con la sana intención de verte por fin, asentado en un hogar.
Los recuerdos…. A veces son tan agradbles, y otras tan dolorosos que uno prefiere que se queden olvidados, tirados por las prisas, demolidos por el tiempo, enclaustrados en una valija de documentos con destino a ninguna parte.
Feliz que está uno.
Los recuerdos mejor llevarlos en el corazón, tienes mucha razón.
Yo tengo costumbre de, cada cierto tiempo, limpiar sin piedad (a veces me ha pasado de limpio y me he llevado por delante cosas que luego me han hecho falta, pero bueno). Aun así, hay ciertos objetos a los que indultas hasta la próxima. Algunos han pasado ya varias cribas e imagino que eso quiere decir que se han convertido en imprescindibles. Es bueno limpiar, creo yo, pero también hay que salvar algunas pequeñas, mínimas cosas
Yo soy de tirar casi todo y no conservar nada. Pero de vez en cuando, y más cuando voy a casa de mis padres, y veo algunas cosas mías: una entrada de baloncesto que me trae muy buenos recuerdos, una servilleta escrita con la firma de mis amigos por motivo de un cumple, me vuelvo como todos: nostálgico y soy incapaz de tirar nada.
Nos pasa a todos, S. Cid, no sólo a tu amiga.
Bueno, yo me propongo, me propongo..., pero estoy segura de que seguiré guardando cosas. Aunque voy a intentar educarme un poquito en asuntos de esta índole y dejar de guardar tantos recuerdos que, con el tiempo, hay que tirar.
Saludos, amigos, y gracias por vuesta visita.
Publicar un comentario