Contrastes de Madrid
Una vez más, como ya sucedió en uno de los Episodios Nacionales de Galdós, El Grande Oriente, del cual tuvisteis noticia en la entrada Calle de la Cabeza, encuentro en un libro una referencia a Madrid. En esta ocasión el autor es Larra y la obra El doncel de don Enrique el doliente, cuyo título, por cierto, viene hoy ni que pintado, pues duele pensar lo que Madrid fue y lo que es ahora (a pesar de su preciosa Sierra). Veamos lo que dice:
A fines del siglo XIV estaba la hoy coronada y heroica villa de Madrid muy lejos de pretender el lugar preeminente que en la actualidad ocupa en la lista de los pueblos de la Península. Toda su importancia estaba reducida a la fama de que gozaban sus espesos montes, los más abundantes de Castilla en caza mayor y menor: el jabalí, la corza, el ciervo, hasta el oso feroz hallaban vivienda y alimento entre sus altos jarales, sus malezas enredadas y sus silvestres madroñeros, que han desaparecido después ante la destructora civilización de los siglos posteriores. El implacable leñador ha derrocado por el suelo con el hacha en la mano la erguida copa de los pinos y robles corpulentos para satisfacer a las necesidades de la población, considerablemente acrecentada, y el hombre ha venido a hollar la magnífica alfombra que la Naturaleza había tendido sobre su suelo privilegiado; ha tenido fuerzas para destruir, pero no para reedificar; la Naturaleza ha desaparecido sin que el arte se haya presentado a ocupar su lugar. Inmensos arenales, oprobio de los siglos cultos, ofrecen hoy su desnuda superficie al pie del caminante; al servir los árboles de pasto al fuego insaciable del hogar, los manantiales mismos han torcido su corriente cristalina o la han hundido en las entrañas de la madre tierra, conociendo ya, si se nos permite tan atrevida metáfora, la inutilidad de su influjo vivificador. Madrid, el antiguo castillo moro, la pobre y despreciada villa, ciñó mientras fue olvidada de los hombres la suntuosa guirnalda de verdura con que la Naturaleza quiso engalanarle, y Madrid, la opulenta corte de reyes poderosos, término de la concurrencia de una nación extendida, y tumba de sus caudales inmensos y de los de un mundo nuevo, levanta su frente orgullosa, coronada de quiméricos laureles, en medio de un yermo espantoso y semejante al avaro que, henchidas de oro las faltriqueras, no ve en torno de sí doquiera que vuelve los ojos, sino miseria y esterilidad.
O sea:
antes:
y después:
Afortunadamente, Madrid no sólo es lo que parece indicar la segunda de las fotos, ni tampoco exactamente lo que describe Larra en ese párrafo, sino que guarda inmensos tesoros que no hay que perderse, algunos de los cuales os traigo gracias al enlace que me pasó Sue: Los secretos de Madrid. No os lo perdáis. ¡Es buenísimo!
2 comentarios:
"Oprobio de los siglos cultos", joer con Larra y con los inmensos arenales. Bonito corte de/sobre Madrid, Scid.
José Antonio: Larra en todo su esplendor, jajaja ;-)
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