Hoy le pregunté a mi jefe de estudios (tan chulito que salía él de su despacho, en plan cowboy de Oklahoma, con sus jeans y su camisa vaquera) dónde se había dejado los revólveres. Sonrió o se le agrietó la boca, no sé, y luego le vi hacer otra muesca junto a mi nombre en la lista negra.
Hoy, después de escapar por los pelos de una melé de críos de 1º que me habían arrinconado tras mi mesa (Profe, ¿puedo ir a la taquilla? Prooooofeeeee, se me ha caído el capuchón del boli. Profe, Fulanito no me habla. Profe, me duele la rodilla. Profe, ¿puedo ir al baño? Profe, ¿has corregido los exámenes? Proooooofeeeee, Fulanito se ha sentado en mi sitio. Profe, profe, profe, profe...), después de escapar, digo escribí en la pizarra: No contesto chorradas. ¡¡Poneos a estudiar!! Uno me preguntó: ¿Y si es importante? ¡Será memo! Si te estás muriendo, puedes levantar la mano para que avise a una ambulancia. ¿No es obvio? Otro levantó la mano. Lo miré ceñuda: ¿He de avisar a una ambulancia? Negó con la cabeza. Nadie volvió a hablar y yo pude corregir en absoluto silencio durante toooooda una hora.
Hoy, durante la hora de después de comer, una compañera se lamentó en mi oído: Hay tanto toca narices en este claustro... Déjalos -le susurré en el suyo-, nosotras estamos ganándonos una nube bien, pero que bien alta, y cuando cada mañana salgamos a barrerla... Mi cepillo imaginario alcanzó el borde de la nube y barrió hacia afuera. Las dos miramos al fondo. Allí abajo, abajo... Mi compañera se marchó al ordenador riendo a carcajada limpia. Se la oyó decir: Les caerá toda la porquería de la nube en el infierno. Todos la miraron, pero nadie la entendió.
Hoy, después de semanas de no aparecer por la sala de profesores, la honré con mi presencia. Al poco, entró en ella el profesor decano del colegio.
Vaya -dijo-, parece que hay un intruso en la sala.
Algunas cabezas se levantaron y lo miraron interrogativas. Le sonreí sin levantar la vista de los exámenes.
-¿Me echabas de menos, F?
-Sí.
-Por eso vine.
Hoy, antes de marcharme a casa, oí que el jefe de estudios nos apremiaba para que nos apuntáramos en la lista de la lotería navideña. Alguien le preguntó cuánto tocaba y él contestó que un duro la peseta. No pude evitar imaginarlo con levita y lazada al cuello, reloj de cadena sujeto a la presilla del pantalón y casi, casi que monóculo colgando de la pechera. No, no pude evitarlo y lo llamé decimonónico. Al salir por la puerta de la sala de profesores le vi tomar el escoplo y sacar de nuevo la lista negra... Bajé la escalera pensativa... ¡Qué cascarrabias! ¿Qué habría hecho si hubiera confundido la palabra y lo hubiera llamado nonagenario? (He de averiguar si en las próximas compras previstas por el departamento está anotada una taladradora automática).
Hoy, al llegar a casa, estuve pensando y, ¿sabes, F?, a lo mejor no es tan buena idea que me prodigue tanto por la sala de profesores. Tendrás que seguir echándome de menos.
O no...
Eso fue hoy, pero mañana será otro día.
4 comentarios:
Mañana será otro día... Eso espero.
Parecemos la Escarlata... o la Escarlatina...
Besos, guapa.
Cuando era joven atravesé un claustro durante todo un curso escolar y llegué a internarme en la sala de profesores. Yo era sustituto. Y de Plástica... ¡alegra esa caraaaaa!
Ja, ja... Mira que te cunde el día para sacarle punta...
Abrazos.
Alawen: Escarlateando, que es gerundio.
Urumo: ¿Qué te hace pensar que mi cara está triste? Jo, se suponía que éste era un texto humorístico. Tendré que trabajar más al respecto (o abandonar definitivamente, jaja).
MGae: Con esto de los globales, paso demasiado tiempo en esa sala infecta, así que hay que tomarlo con humor ;)
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