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Mil seiscientos años antes de Cristo, ya existía sobre el planeta un agrio enfrentamiento entre dos superpotencias: Egipto y el reino de los hititas. Una pugna que, no obstante, podría haber acabado en alianza cuando, a finales de la XVIII dinastía egipcia, desaparecidos todos los hombres de sangre real que pudieran ocupar el trono, la reina viuda ofreció su mano a uno de los hijos del rey hitita quien, indeciso ante la oferta o tal vez receloso de ella, fue aplazando la respuesta a una proposición que habría cambiado el destino de ambas naciones. Sin embargo, para cuando éste se decidió y envió a su hijo, ya era demasiado tarde: el príncipe hitita fue asesinado y el enlace matrimonial jamás llegó a hacerse realidad; razón por la cual comenzó a reinar el primero de los Ramses, abriendo con ello el camino hacia el trono a su nieto, el que sería Ramses II.
La hostilidad mantenida durante tan largo tiempo por ambas naciones se acrecentó ahora con la enemistad a que dio lugar la oferta nunca aceptada y el asesinato del príncipe hitita; y así continuó con el correr de los años hasta que, pasado el tiempo, llegó el turno de acceder al trono para Ramses II quien deseaba acabar con una enemistad de tan larga duración, aunque, eso sí, con la victoria de su parte. Por esta razón, preparó concienzudamente a su ejército durante cuatro años, al cabo de los cuales se puso en marcha hacia una más que segura victoria…, a su modo de ver. Sin embargo, merced al fiasco cometido por los servicios de información, se vio Ramses, en compañía tan sólo de su guardia del cuerpo pretoriano y del cuerpo de Amón, cercado por el ejército hitita en las proximidades de la ciudad de Kadesh, en el río Oronte.
El valor de Ramses en este encuentro hizo leyenda: prácticamente solo, se lanzó contra las tropas hititas con la esperanza de abrirse paso y lograr, así, alcanzar al grueso de su ejército. A pesar de tamaña valentía, jamás lo habría logrado si un cuerpo de mercenarios no le hubiera prestado su ayuda, poniéndolo a salvo. Pudo salvar la vida, pero no logró la victoria: en Kadesh quedó destruido parte del ejército egipcio y numerosas posiciones perdidas. Si Kadesh no fue una derrota total, tampoco fue, sin embargo, la victoria que Ramses hizo propagar por todo su reino a través de las numerosas y colosales construcciones que el faraón mandó edificar para gloria propia.
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En la foto de la derecha se muestra un bajo relieve perteneciente al complejo de Abu Simbel
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4 comentarios:
Se ve que el engaño mediático viene de lejos...
Saludos
Si señor buen capitulo de la historia a recordar, felicitaciones, aquí tienes una apasionada de la egiptología y de la arqueología, Felicidades por esta curiosidad tan curiosa. Un saludo querida
Y para ir abriendo boca para estos tiempos, ya nos llegó, también por la afección de la presa de Assuán, el Templo de Debob: era, pues, sólo cuestión de esperar a Ramsés-llar-dón, por un lado, y al agente especial Rub-al-Kahbra, por el otro.
Guido: Sí, eso parece..., aunque algunos han logrado sobresaliente en las artes mediáticas (y no me refieo a Ramses...) ;-)
Kericolo: Gracias, gracias :-). Celebro que te haya gustado :-)
Posodo: Si ya le llaman por aquí el faraoncillo, ¿no? Si pudiera, este tipo nos construía unas pirámides para mayor gloria De Ramsés-llar-dón. Por cierto..., ssshhhhhh, no mentes al agente especial..., que ya sabes que lo oye y lo sabe todo ;-)
Saludos.
S. Cid
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