domingo, 20 de marzo de 2011

Entomología...

Entomología...

...o ciencia asquerosa que se ocupa de los repugnantes bichos. ¡Jamás!, amigos, se me habría ocurrido dedicarme a una actividad repulsiva y nauseabunda como ésa. Y sin embargo, hubo un tiempo..., hubo un tiempo en que no anduve yo muy lejos de asemejarme a una aguerrida entomóloga que rastreaba los campos, pertrechada con un palo y un bote de Nescafé, en busca de saltamontes, cuanto más grandes mejor, con los que deleitar el paladar de mi perdiz. Porque, sí, a la tierna edad de 10 u 11 años me regalaron una perdiz, cuyo final desconozco (supongo que acabó en la cazuela, aunque mi madre siempre ha guardado un discreto silencio al respecto).  La cuestión de la perdiz la traigo a colación simplemente porque me es útil para ilustrar que hubo un tiempo en que (¡ay, inconsciencia infantil!) los remilgos urbanos aún no me habían poseído por completo, llenándome de melindres y escrúpulos.

Pues bien, desde hace unos meses he venido observando que en mi cocina aparecen unos bichitos (no, no son cucarachas) cuya procedencia se me escapa. La primera vez que me topé con uno, iba éste subiendo por el cristal de la puerta que da al patio -desde el cual pensé que había entrado-. Me quité la zapatilla y..., ¡zas!, asunto resuelto. Sin embargo, a los pocos días, ¡otro! Nuevo zapatillazo. Y a los pocos, otros dos. Y a los pocos, otros dos. Y...

Fueron pasando las semanas y, zapatillazo a zapatillazo, fue aumentando mi angustia. Bien es verdad que la capacidad armamentística de mi zapatilla es prácticamente infinita. No hay problemas en ese sentido. Podría sostener la lucha durante eones sin que mis arsenales se vieran reducidos hasta hacer peligrar el resultado final de la batalla y verme obligada, por ello, a retrasar mis líneas de ataque. No obstante, era obvio que la fuerza bruta se mostraba insuficiente. Había que idear otro método. El método definitivo... El armagedón bichil. ¡Bien! -me dije-, perteneces a una especie inteligente. Algo podrás hacer con esa cabeza, ¿no? Y entonces, me quedé de pie, en mitad de la cocina, con la vista fija en la puerta del patio, pero con la mirada perdida. Los pies, dentro de las zapatillas, bien asentados sobre el suelo. Los brazos cruzados. La cabeza ligeramente ladeada... Obviamente, amigos, pensaba...

Sobre la encimera, junto a los ajos y el bote de aceite usado, apareció un objeto inédito hasta entonces en mi cocina: una libretita y un boli sobre ella. Era mi cuaderno de campo, mi diario de guerra. En él guardaba las anotaciones realizadas sobre la rutina del enemigo. Porque, amigos, no sé si sabréis que las batallas hay que planearlas y, para ello, deben conocerse todas las costumbres del antagonista. Sus usos diarios, sus hábitos de vida, ¡sus puntos débiles...! 

Con paciencia entomológica, fui anotando mis observaciones mientras persistía, eso sí, en la práctica de la guerra tradicional: mis zapatillas se habían convertido en unos marines de primera y lanzaban oleadas de salvajes asaltos que siempre acababan en terribles escabechinas para el enemigo. Al cabo del tiempo, la paciente observación comenzó a dar resultados que, fielmente analizados e interpretados, habrían de llevarme a la victoria final. Las notas escritas sobre el papel mostraban un ciclo constante: cada dos días, aparecía una nueva pareja de bichos (a veces eran cuatro), pero no más. La zona donde había de librarse la cruzada no era muy amplia: alrededor de un metro o metro y medio en torno a la puerta del patio. Así pues, el área de operaciones se reducía al felpudo, la lavadora y el fregadero. Las conclusiones eran obvias: 
-Ciclo de reproducción: dos días.
-Área afectada: puerta de acceso al patio y felpudo.
-Probable zona de origen: lavadora, fregadero, felpudo.
-Posible solución: ataque con armas químicas. 
-Secuencia de ataque: cada día.
La guerra química comenzó. Sin piedad. Sin que el más mínimo atisbo de clemencia perturbara mi ánimo. Las órdenes eran claras y terminantes: no se tolerarían supervivientes...
-Resultado: llevo ¡una semana sin ver un solo bicho!
-Aspectos positivos de la experiencia: 

  • ¡Es verdad! ¡La inteligencia funciona!
  • Se me ha ocurrido una idea magnífica, grande, ideal... para una nueva historia.

16 comentarios:

Guido Finzi dijo...

Como un entomólogo, me siento cada vez que entro en un bar o viajo en Metro

Un saludo

posodo dijo...

Veo que utilizadas en tus guerras particulares la Zapatilla, como con Zapatero hace Sarkozy.
Oh, la, la! Cherchez la femme!

caraguevo dijo...

¡Y luego hablan de las masacres de Gadafi!
¡País!

José Manuel Guerrero C. dijo...

"Bien es verdad que la capacidad armamentística de mi zapatilla es prácticamente infinita. "

Eso también decía mi madre cuando me las lanzaba.
Y aquí seguimos.
¡¡Esto es una orden: Fulmínalas, acaba con ellas, ¿Has pensado en contactar con la UME (ejercito de salvación zapaterino)?!!

Miguel Baquero dijo...

Justo ahora me estoy leyendo un libro de Gerald Durrell y el humor de tu entrada y tus observaciones sobre los bichos no te creas que difiere demasiado de los geniales y divertidísimos libros de Durrell

S. Cid dijo...

Guido: Te entiendo. Creo que hace tiempo yo también me sentía así. Ahora, como con los otros bichos, salgo huyendo despavorida...

Posodo: Pero al menos el gasto energético de mis zapatillas es igual a cero; no como el de los avioncitos y barquitos que ZP va a mandar a Libia con el combustible que los demás nos estamos ahorrando al circular a 110.

Caraguevo: Es que me llevo bien con los americanos. Me sobra una pegatina del no a la guerra, ¿la quieres? Podemos quedar para ir juntos a la manifa de los Bardém. Porque van a montar una manifa como antaño, ¿no?

Bate: Es que..., ya se sabe..., bicho bueno nunca muere ;-)

Miguel: ¿Gerald Durrell? No lo conozco (ahora investigaré un poco), gracias por presentármelo. Pero, para aprender lo que es escribir con humor, un buen maestro eres tú ;-) En cualquier caso..., gracias por el simil. Eso anima ;-)

Saludos, amigos.

caraguevo dijo...

Esto no lo va a entender casi ninguno de los lectores habituales de este blog pero tengo que afearte tu ¿error?.
Mmmm... ¿Se puede confundir a Barry Manilow con Pepiño Blanco?
.
Un punto negativo y te toca leerte "Inés y la alegría" de Almudena Grande que sé que lo tienes.
Y no protestes que como dice la autora... es un mal menor.
¿Ah, no, eso es la guerra de Libia!
Un saludo

S. Cid dijo...

Caraguevo: Pues prefiero no sacarte del "error" y decirte con quién lo confundí en realidad (Bate, si te vas de la lengua nuestra amistad desaparecerá para siempre). Porque, sí, las palabras de Bate tenían más calado... que el de la mera confusión de Barry ¿quién? con Pepiño (Bate, te lo recuerdo: nuestra amistad morirá, finito, kaput).

En mi descarga diré que realmente no miré mucho la foto y que simplemente me llamó mucho la atención ese fondo televisivo setentero que aparece detrás.

Y dale con "Inés y su maldita alegría": no, no tengo la novela a pesar de lo muy bien que me has hablado de ella. Me resisto, me resisto..., pero mira que insistes, ¿eh? ¿Me vas a obligar a comprarlo? ¿A darle mi (escueta) pasta a la Grande? ¡Venga, hombre, no seas tan malvado! ¿No me puedes cambiar el castigo por la lectura de algo más llevadero y menos carmesí?

Sue dijo...

Jajaja!

Sue dijo...

Quería decir que tengo una foto de un enorme y asqueroso escarabajo pelotero que hice este fin de semana, y que por eso me ha hecho gracia tu post.
Vamos que no te la mando, no? La foto digo.

Tienes razón, los insectos son un pelín desagradables. Menos mal que están los pájaros para comérselos.

caraguevo dijo...

Ja, ja, ja.
¿Seguro que no lo tienes? ¿seguro?.
Busca junto al libro de Sir Tim O'Theo, digooooo, al último de Javier Sierra.
¡Uy! cuando he leído lo de carmesí se me ha aparecido el Gala con el bastón y el pañuelico al cuello. ¡Vaya modo de empezar este miércoles lluvioso y ventoso.

S. Cid dijo...

Sue: No, no, no, por Dios, no me mandes fotos de esas que luego sueño y me despiertan las pesadillas. Es que me dan un asco estos bichos. Pero, sí, claro..., son necesarios para que se los coman los pájaros. Sin embargo..., digo yo..., ¿no podrían los pajaritos ser herbívoros? ¡Cuánto ganaría el planeta! Bueno, vale, quizá el planeta, no; pero cuánto ganaría mi tranquilidad... ;-)

Caraguevo: Ah..., ¿sí...? ¿La tengo...? ¿Acaso me la habrá prestado un amigo y yo no lo recuerdo? ¡Para que veas el caso que la hago y la enorme intención que tengo de leerla!

¿Otra vez Sir Tim? ¿Pero qué te he hecho yo, Caraguevo maligno, para que me hagas tanto de sufrir? Yo, que soy un ser angelical, bondadoso, magnánimo...

¡Ay, Dios mío, bien sé que me estás guardando una nube especial, alta, bien alta, y esponjosa para cuando me reúna contigo! A otros, sin embargo, por su maldad y reincidencia, les espera un negro infierno. Calentito, muy calentito, donde no habrá miércoles lluviosos y ventosos.

Amén.

Ana Laura dijo...

Increíble. Recién, recién, estaba mirando libros para comprarle a mi hija (de una vendedora que viene una vez por mes a instalarse en el liceo con textos, novelas, diccionarios y libros para niños, obviamente, ya que la mayoría de los profes acá somos papás; ah, y además tiene convenio con el Consejo y te los descuentan del sueldo en cuotas), y estuve muy tentada a comprarle un manual bastante gordito con un título muy atrapante: "Bichos". En la portada había una gran fotografía de una cucaracha.

Lo dejé para otra ocasión, pero después de leer tu entrada, creo que voy derechito a comprarlo. Esto es una señal.

S. Cid dijo...

Ana: Jajajajajaja, sí, una señal procedente del otro lado del Atlántico. No lo dudes: comprale "Bichos" a tu hija ;-)

Ana Laura dijo...

Comprado; esas señales hay que acatarlas. Ya lo escondí, a la espera de alguna fecha para entregarlo (soy capaz de esperar hasta navidad igual).

S. Cid dijo...

Ana: jajajajaja, ;-) Voy a ver si entreno y, la próxima vez, me esmero en mandarle una señal al bombo donde están los números de la lotería ;-)

Belén 2013

Belén 2011