miércoles, 23 de marzo de 2011

Oiseau

Oiseau

Creo que algún extraño amor por los animales se ha despertado en mi interior estos días porque de repente, después de hablar a mis lectores de aquella perdiz sin nombre que tuve (y de mi pequeña escaramuza insectil), se ha avivado en mi recuerdo el paso de tantas mascotas que acompañaron mis días infantiles y que tan felices fueron a mi lado... a pesar de los cuidados que les administré.

Recuerdo que durante años tuve un canario cantarín, de nombre Oiseau, que hacía las delicias de mi padre durante las calurosas horas de siesta... ¡Qué entrañable canto!  Supongo que por ello mi madre tenía órdenes de sacarlo al patio, cuya luminosidad veraniega lo incitaba a elevar más y más aquellos gorgoritos  memorables,  a pesar de que con ello lo alejaba del dormitorio conyugal. Y es que, mi padre debía de tenerlo claro: aun a riesgo de perder intensidad; con la lejanía, ganaba en cantidad. De ahí, sin duda, las órdenes. Lo que nunca acabé de entender fue la turbación y el sobresalto con que mi madre corría hacia la jaula de Oiseau cuando éste comenzaba su canto y lo trasladaba al patio, mientras murmuraba: Ay, tu padre, tu padre... Sí, es cierto que el sonido se atenuaba, ya lo hemos dicho, pero, se ganaba en cantidad. ¿No era ese el objetivo? Y es que, con aquella luz magnífica, aquel frescor de la parra y el olor a naturaleza, Oiseau lograba entonar sus más inspiradas melodías sin que advertencia alguna lograra acallarlas.

Y digo acallarlas porque Oiseau no sólo era un entretenimiento auditivo, sino un algo más que ha quedado grabado en mi memoria desde aquellos tiempos de antaño. Me explico: verdaderamente nadie dudaba de la inteligencia con que se adornaba mi pequeño canario, aunque aún me sorprende la candidez de mis hermanos  en cuanto a la gran esperanza que tenían puesta en ella porque, verán, la consideración en que le tenían era tan alta, que no cejaban, día tras día, siesta tras siesta, en intentar amaestrarlo, como si se tratara de un perrito, y enseñarle a obedecer las órdenes. ¡Chist, Oiseau, calla!, decían arriesgando a perderse el momento crítico en que Michael Knight (¡qué majo era!) estaba a punto de vencer al malo. ¡Qué  magníficos tiempos aquellos  en que una esperaba cada día la hora de la siesta para poder ver el Coche Fantástico mientras Oiseau entonaba gorgoritos en el patio, meciendo el sueño de mi padre y brindándoles a mis hermanos la oportunidad de amaestrarlo!

Sin embargo..., ¡pobre Oiseau!, lo cierto es que estaba muy solo. Por aquel entonces, querido lector, era obvio que mi corta edad no atisbaba a imaginar el hecho de que lo ideal para él hubiera sido encontrarle una Oiseauina. ¿Cómo imaginarlo? Era tan niña... De modo que lo único que se me ocurrió para aliviar su soledad fue encontrarle un amigo. Pero la aventura se mostraba laboriosa porque... ¿dónde encontrar un pajarito que quisiera ser su amigo? Con frecuencia observaba los gorriones que se posaban en los árboles, pero se mostraban siempre esquivos y, a pesar de mis esfuerzos por alcanzarlos, siempre echaban a volar cuando me acercaba a ellos (descastados...). Sin embargo, la insistencia siempre obtiene recompensa y la oportunidad  de regalarle un amigo a Oiseau se presentó una fría tarde invernal cuando, de vuelta a casa tras jugar con las amigas, encontré un pobre pajarito echado sobre el suelo, junto al campanario de la iglesia. Me acerqué a él cautelosa, con miedo de que, émulo de los gorriones, quisiera escapar de mí. Sin embargo, debía encontrarse malito porque, cuando lo tomé entre las manos, su cuello se dejó caer lánguido. Estaba bastante frío, pero no lo suficiente como para que no pudiera notar su corazón latiéndole en el pecho. Lo llevé a casa y, como primer cuidado, lo metí bajo la mesa camilla, cerca de la estufa, para que se calentara. Cuando me pareció que ya el frío helador del invierno lo había abandonado, lo tomé de nuevo y lo metí en la jaula de Oiseau... ¡Jamás imaginé que Oiseau se lo tomara tan mal! En lugar de entonar su mágico canto, graznó como una urraca, abrió su pico amenazador, batió las alas como un pájaro poseído por espíritus demoníacos y huyó despavorido hacia la parte alta de la jaula mientras el pobre pajarito, aún enfermo, permanecía echado sobre el suelo de ésta. Mi madre, que salía de la cocina a fin de poner la mesa para la cena, escuchó mi llanto por la ingratitud de Oiseau y se acercó a ver lo que ocurría. ¡Oh, Dios mío! -exclamó-. ¡Oh, Dios mío! -repitió-. ¡Saca ese cuervo de ahí! Y, en fin, aquella fue la única vez que Oiseau me defraudó porque, a pesar de mi gran amor por él, no he podido olvidar su injustificable actitud, ni tampoco la enorme bronca que me cayó por su culpa. ¿Y qué que fuera un cuervo? ¡Nunca imaginé que Oiseau tuviera esos ramalazos clasistas, la verdad!

Finalmente, abandonamos aquel pueblo y nos trasladamos a Madrid. Oiseau, por supuesto, vino con nosotros. Supongo que para él resultó un cambio traumático. De disfrutar de todo un patio emparrado para él solo pasó a tener que conformarse con las estrecheces de un alféizar de ventana, lo cual debió de suponer un golpe demasiado duro para su minúsculo corazón, de modo que fueron apagándose sus gorgoritos (algo que mi padre lamentó, estoy segura) y, al cabo de pocos meses, murió. Yo hubiera querido enterrarlo y marcar su tumba con un cruz, pero el asfalto no lo ponía fácil. Me pregunté qué haría con su cadáver y, como no encontré respuesta, naturalmente fui y se lo pregunté a mi madre. Ella, con pompa y cara de circunstancia, me llevó hasta la cocina y con la mano señaló el que habría de ser su catafalco.

La verdad es que el cubo de basura no me pareció un lugar muy digno, pero, al parecer, no había otro disponible y hube de enterrarlo allí. Sin embargo, a fin de solemnizar el momento y  dotar de cierta majestuosidad a la sepultura del buen amigo que tan gratos momentos nos había proporcionado durante aquellas inolvidables siestas, apilé los sobres de Frenadol sobre la repisa del baño e introduje a mi inolvidable Oiseau en su caja. Lo deposité suavemente sobre las cáscaras de unas patatas que mi madre había pelado para la tortilla y me pregunté si mi pequeño Oiseau se sentiría orgulloso de su inhumación (a la que, por cierto, nadie más que mi madre y yo asistimos, algo que no he perdonado al resto de la familia y que aún produce ciertos roces en las cenas de Navidad).

Supongo que mi madre debió de preguntarse lo mismo porque, suavemente, se acercó a la ventana, arrancó unas hojas de geranio y las colocó sobre la caja de Frenadol.

14 comentarios:

Sue dijo...

Jo, se ha borrado el comentario que había escrito... En fin, no me voy a repetir, porque además era muy largo, así que solo diré que te mandaré una foto chula, nada de escarabajos peloteros, ¿ok?

En casa de mis padres también había canarios, hubo varios, pero todos tuvieron un final muy poco feliz. Al último le arrancó la cabeza un pajarraco de esos negros, con el pico. Menuda bestia parda. Pobrecito canario.
A partir de ahí mi padre ya dijo que se acabó esa idea estúpida de hacerse criador de canarios.

José Manuel Guerrero C. dijo...

Los canarios siempre me producen desconfianza.
Creo que son unos pajarracos vengativos, crueles y carroñeros. Si tuvieran, un suponer, la envergadura del cóndor de los Andes, serían unos bichos tela de problemáticos. No creo que saciaran su voraz e insaciable apetito con unas hojitas de lechuga. No.
Miedo me dan, ya te digo.

José Manuel Guerrero C. dijo...

Por cierto, S. Cid, una pregunta que me persigue traumáticamente (vaya como está el patio) desde que he leído esta historia. Cuando nombrabais al pobre Oiseau, lo hacíais como es debido, con la fonética francesa,
¿no?. Osea: Osuû.

S. Cid dijo...

Sue: ¡Qué rabia da cuando te has currao un comentario y se borra! Por eso suelo utilizar el "control c". Si se borra, tengo la copia ;-)

Recibí las fotos... ¡Ésas sí que son chulas, y no la del escarabajo pelotero! Jajaja. Gracias, me gustaron.

Yo ya he decidido que no quiero más animalitos en casa. Dan mucha lata, mucho trabajo y, encima, cuando se mueren... te apena.

Bate: ¿Pero que te han hecho a ti los canarios para que les tengas tanta manía? Yo a mi Oiseau le enseñé a posarse en mi dedo índice, mientras le ponía el pulgar para que lo picara (no hacía daño). Me encantaba ese pájaro.Por cierto, no te dejo con la duda, nosotros lo pronunciábamos /uasó/.

Saludos, amigos.

Sue dijo...

Sí que da rabia sí, incluso había contado aquella manía mía de soltar los canarios de mi padre..pero bueno, me apuntaré al "control-c" para la próxima.
Y en cuanto a tener animales en casa, pues depende de la casa. En la mía ni modo, no hay sitio para que estén sueltos y no me gusta que estén encerrados. Me dan mucha pena los perros en los pisos, sobre todo los grandes y los pájaros, en general, me dan grima y algo de miedo.

Así que lo tengo fácil.

Paco Gómez Escribano dijo...

Pues yo ahora tengo dos periquitos y me parto con ellos. Son graciosos y payasetes. Aunque también he tenido canarios. Y recuerdo que de pequeño estaba la moda de los patos y los pollitos. Qué depres cuando crecían y mis padres se los daban a un vecino que los hacía desaparecer "misteriosamente". Un beso.

José Antonio del Pozo dijo...

Extraordinaria estampa, SCid, qué prosa tan deliciosa, hum, se respiran esos trinos durante la canícula y bajo el emparrado, con qué gusto está contado todo, hasta él éxodo urbano y la delicadeza de la tumba frenadola. Mi enhorabuena, Scid
Saludos blogueros

Guido Finzi dijo...

Un nombre extraño para un canario...Yo, una vez tuve una canaria, y luego una mezcla entre canario y jilguero. De ambos guardo muy buen recuerdo.

Un saludo

S. Cid dijo...

Paco: Yo tuve dos agapornis hasta hace poco, pero lo di. Me gustan los animalitos, pero dan mucha lata.

José Antonio: ¿Se está guaseando usted de mía, don José Antonio? ;-)

Guido: ¿Nombre extraño? No sé... Y, sí, las mascotas siempre dejan un buen recuerdo.

Saludos, amigos.

Ana Laura dijo...

Yo nunca tuve pájaros ya que en mi casa siempre hubo felinos. Es medio costoso alimentar gatos a canario.

S. Cid dijo...

Ana: En mi casa hubo pájaros, perros, tortugas, hermanos... y alguna otra mascota, pero gatos..., gatos no. ¿No son un poco traidorzuelos?

Ana Laura dijo...

No, traidores no. Son muy independientes y hacen la suya. Una nunca sabe si es la dueña del gato o si el gato es el dueño de una. No pueden traicionar si nunca prometen nada, ¿no?

S. Cid dijo...

Ana: Es verdad, tienes razón: no son traidores porque nunca prometen nada... Perdonad, gatos del mundo.

Pero sigo prefiriendo la nobleza y fidelidad de los perros. Quieren tanto a sus amos...

David dijo...

Soy un amante de los animales y por eso me gusta el hecho de poder conocer sobre ellos. Cuando me voy de viaje trato de ir a lugares en donde pueda estar en contacto con la fauna. Por eso a través de mi lg tv suelo ver programas de cable que hablan sobre los animales en su habitat

Belén 2013

Belén 2011