domingo, 5 de julio de 2009

Del cuaderno en las hojas...

Del cuaderno en las hojas…

…por mi mano escrito tengo un cuento. ¿Qué tal? ¿He conseguido darle el aire a Fray Luis de León? No me he vuelto loca, no… Quiero hoy hablar de la claridad en los escritos y comienzo el mío con este hipérbaton absurdo porque creo que en muchas ocasiones estropeamos nuestro estilo con ensayos y juegos, normalmente poco ortodoxos, que suelen terminar por parir textos farragosos y de difícil digestión.

El escritor generalmente ambiciona tanto un buen argumento que llevar a sus escritos como un estilo propio con el que poder distinguirse. Para el escritor aficionado, normalmente perdido entre remedos de sus lecturas, la búsqueda del estilo propio también acostumbra a ser una prioridad, aunque quizá no de igual calibre a la que pretende el escritor profesional. En cualquier caso, el primero de ellos confunde demasiado a menudo buen estilo con dificultad y rebuscamiento, y suele olvidar que la primera gran cualidad del buen estilo es, precisamente, la claridad.

Pero…, ¿qué es exactamente la claridad? Copio literalmente de un excelente manual de redacción, publicado en los tiempos en los que una buena redacción era fundamental: “Claridad –dice– significa expresión al alcance de un hombre de cultura media. Claridad, que quiere decir también pensamiento diáfano, conceptos bien digeridos, exposición limpia, es decir, con sintaxis correcta y vocabulario o léxico al alcance de la mayoría: ni preciosista ni excesivamente técnico. Dicho de otro modo: un estilo es claro cuando el pensamiento del que escribe penetra sin esfuerzo en la mente del lector. Porque se puede ser profundo y claro, y superficial y oscuro. Una cosa es hondura de pensamiento y otra cosa muy distinta… el jeroglífico, el crucigrama”. Eso es claridad, y como creo que no se puede definir con mayor claridad que con la que ahí arriba se expone, me abstendré de intentarlo; pero sí voy a comentar algunos de los puntos que aparecen en la definición, aunque eso lo dejaré para otro día.

3 comentarios:

Carlos Paredes Leví dijo...

Estas cuestiones están sujetas a muchas interpretaciones. Yo, sin ser escritor, escribo historias de vez en cuando, e incluso publiqué artículos de variado contenido en una revista de difusión del castellano.
En el primer caso, mis textos brotan de la nada, apenas me siento ante el teclado y sin más preámbulos que poner una taza de café a mi diestra. En el segundo, como me pagaban, me ponían algunos condicionantes de obligado cumplimiento. Por eso, mi estilo variaba: de permitirme algunas piruetas estilísticas, pasaba a la sobriedad, la claridad y la objetividad.
Un saludo.

S. Cid dijo...

Desde luego que es una cuestión tratada desde un punto bastante subjetivo. Tan subjetivo... que casi hablaba de mí misma porque... con mucha frecuencia, demasiada tal vez, me pongo a escribir textos, creo que bien escritos pero que casi ni entiende la madre que los parió (o sea, yo) por el simple placer de jugar con el lenguaje. Pero también hay mucho por ahí que cree que escribir bien es escribir... enrevesado, con palabras raras y que con demasiada frecuencia se olvida del contenido.
En cualquier caso..., habla una aprendiz que está muy lejos de la perfección. Pero de algo hay que escribir... en verano, ¿no? ;-)

Saludos

S. Cid

PD: espero que esa "nada" continúen brotando los brotes verdes que no le nacen a Zapatero (¡pobre!), porque me he enganchado a tus textos... Así que si te quedas sin café para tu taza, dame un toque que te mando un cargamento :-)

Carlos Paredes Leví dijo...

Tomo café como si fueran a prohibirlo...

Belén 2013

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