Pensamiento diáfano
El otro día dejé colgados del teclado los comentarios que quería hacer con respecto al articulito anterior. Retomo hoy la palabra empeñada y, si se me permite, comenzaré con una sonrisa. La que dibuja en mi rostro la frase: Claridad significa expresión al alcance de un hombre de cultura media… De inmediato, salta mi cerebro tarareando una canción: “Buscando en el baúl de los recuerdos…”, y me pregunto por qué… Será porque puedo entender a qué tipo de hombre se refería en aquella época…, pero…, hoy en día, me cuesta localizar al individuo ideal que podría encarnarlo.
Habla luego del pensamiento diáfano. Hace tiempo, una editorial me regaló una taza en la que estaba apuntado este sabio juicio: “El límite de tu lenguaje es el límite de tu pensamiento”. Creo que esta frase expone lo que quiero decir con tanta nitidez que bien podría ponerle el punto final al articulito, sin embargo, voy a permitirme el lujo de continuar un poquito más para trasladar hasta aquí el recuerdo de una conversación acaecida hace ya algunos años, en una agradable tertulia con una amiga al amparo de una noche veraniega: “La base sobre la que se sustenta un buen pensamiento –le decía yo– es un dominio óptimo de la palabra”. Y afirmaba, no sabía si con razón o sin ella, pero empujada por la intuición: “El pensamiento es palabra”. Al parecer, no era la primera que tenía esta idea (¡Quía, qué vas a ser!), pero no me importa demasiado no serlo, sino la satisfacción de que he llegado a la misma conclusión que otros por mis propios medios.
Pero…, me desvío del asunto que venía a tratar aquí hoy. Volvamos, pues, a él: poseer un pensamiento diáfano es imprescindible si se desea escribir con claridad. Si las ideas no están nítidas en la cabeza, será imposible desarrollarlas hábilmente sobre el papel y conseguir el efecto deseado. Por otra parte, las palabras son los límites que le ponemos a nuestro pensamiento. Allí donde llegan las unas, llega el otro y ni una pizca más allá. Por ello… nuestro dominio del lenguaje nos dará la medida de nuestro pensamiento: cuanto mayor sea el uno, más ordenado y lúcido será el otro. Se trata, pues, de un círculo vicioso: el pensamiento es palabra, pero sin un buen lenguaje, no hay pensamiento diáfano. De modo que no se me ocurre otra idea mejor que la de recomendar un estudio profundo de la lengua, cuyo conocimiento nos permitirá organizar bien las ideas en la cabeza, pues, al fin y al cabo (y con la frase con la que acabé la conversación con mi amiga aquella noche de verano termino también hoy): la palabra es el instrumento que nos da la posibilidad de volver tangible el pensamiento.
El otro día dejé colgados del teclado los comentarios que quería hacer con respecto al articulito anterior. Retomo hoy la palabra empeñada y, si se me permite, comenzaré con una sonrisa. La que dibuja en mi rostro la frase: Claridad significa expresión al alcance de un hombre de cultura media… De inmediato, salta mi cerebro tarareando una canción: “Buscando en el baúl de los recuerdos…”, y me pregunto por qué… Será porque puedo entender a qué tipo de hombre se refería en aquella época…, pero…, hoy en día, me cuesta localizar al individuo ideal que podría encarnarlo.
Habla luego del pensamiento diáfano. Hace tiempo, una editorial me regaló una taza en la que estaba apuntado este sabio juicio: “El límite de tu lenguaje es el límite de tu pensamiento”. Creo que esta frase expone lo que quiero decir con tanta nitidez que bien podría ponerle el punto final al articulito, sin embargo, voy a permitirme el lujo de continuar un poquito más para trasladar hasta aquí el recuerdo de una conversación acaecida hace ya algunos años, en una agradable tertulia con una amiga al amparo de una noche veraniega: “La base sobre la que se sustenta un buen pensamiento –le decía yo– es un dominio óptimo de la palabra”. Y afirmaba, no sabía si con razón o sin ella, pero empujada por la intuición: “El pensamiento es palabra”. Al parecer, no era la primera que tenía esta idea (¡Quía, qué vas a ser!), pero no me importa demasiado no serlo, sino la satisfacción de que he llegado a la misma conclusión que otros por mis propios medios.
Pero…, me desvío del asunto que venía a tratar aquí hoy. Volvamos, pues, a él: poseer un pensamiento diáfano es imprescindible si se desea escribir con claridad. Si las ideas no están nítidas en la cabeza, será imposible desarrollarlas hábilmente sobre el papel y conseguir el efecto deseado. Por otra parte, las palabras son los límites que le ponemos a nuestro pensamiento. Allí donde llegan las unas, llega el otro y ni una pizca más allá. Por ello… nuestro dominio del lenguaje nos dará la medida de nuestro pensamiento: cuanto mayor sea el uno, más ordenado y lúcido será el otro. Se trata, pues, de un círculo vicioso: el pensamiento es palabra, pero sin un buen lenguaje, no hay pensamiento diáfano. De modo que no se me ocurre otra idea mejor que la de recomendar un estudio profundo de la lengua, cuyo conocimiento nos permitirá organizar bien las ideas en la cabeza, pues, al fin y al cabo (y con la frase con la que acabé la conversación con mi amiga aquella noche de verano termino también hoy): la palabra es el instrumento que nos da la posibilidad de volver tangible el pensamiento.
3 comentarios:
Me hiciste pensar en esos escritores que manejan muy bien el lenguaje pero no transmiten nada. Por contra, otros con menor dominio, nos cuentan historias que nos seducen. Por eso, lo que de verdad cuenta, es la idea, el contenido de la narración y no el oropel vácuo de un cierto estilo literario.
Seguramente ya lo escribí anteriormente pero, voy a repetirlo: "D-os creó al hombre porque le gustan las historias". Elie Wiesel.
¡Cuántos de esos hay!
Yo a veces me entretengo en componer textos de ese tipo por el mero placer de jugar con el lenguaje, como te dije en el comentario de mi entrada anterior. Es un simple juego con el que disfruto, pero que nunca doy a conocer porque tan sólo es un ejercicio estilístico que tiene sentido para mí. El problemilla, como bien dices, es cuando se nos vende el vacío en forma de libro por el que, encima, tienes que pagar una pasta.
Saludos.
S. Cid
La venta de libros se basan en la ausencia de criterio literario en la gente y el uso mercenario del marketing. Yo, personalmente, estoy harto de S. Larsson y no dejo de sonreir al ver los que compran sus libros y desconocen, por poner un ejemplo particularmente doloroso, a Joseph Roth.
Un saludo.
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