Galimatías léxico
Señala el manual de redacción que mencionaba unos artículos atrás que la claridad de un texto también requiere un léxico apropiado, ni preciosista ni excesivamente técnico, creo que decía. Recuerdo que cuando era pequeña (muy, muy pequeña), no concebía la idea de escribir bien sin llenar los textos de palabras raras. Hoy, mi concepción de lo que es una buena escritura se encuentra muy alejada, afortunadamente, de aquella idea. Sin embargo, no para todo el mundo es así y por ello muchos aficionados a la escritura utilizan extrañas palabras (cuanto más largas, además, creen que mejor, según Lázaro Carreter), algo en lo que, según mi opinión, se equivocan.
No obstante, el mayor error no creo que sea este. El error imperdonable es el uso incorrecto del vocabulario, hasta el punto de que, con frecuencia, el significado final de un texto semánticamente descuidado no es, ni más ni menos, que un galimatías léxico. El diccionario no existe para la mayoría de las personas (ya sean escritores aficionados, periodistas o meros usuarios del lenguaje). Nos hemos dejado llevar por una dejadez léxica tal, que produce sonrojo el uso del vocabulario que hacemos. Conectamos el piloto automático y nos dejamos conducir por un automatismo en el que lo mismo nos da ocho que ochenta.
Nunca, jamás podrá escribirse un buen texto si no se cuida hasta el aburrimiento el léxico que en él se utiliza. Tampoco seremos buenos hablantes si descuidamos nuestro vocabulario, no sólo no preocupándonos por aumentarlo, sino también si damos por bueno todo lo que oímos y lo añadimos a nuestra lista particular de vocablos y expresiones. Es nuestro deber, como hablantes de una lengua, cuidarla y mimarla en todos sus ámbitos, y es, por supuesto, una obligación para aquél que tenga a bien llamarse escritor. Ante esta tajante afirmación, no valen excusas –al menos yo no las admito–, pues cualquiera que se esgrima indicará, simple y llanamente, indolencia.
Señala el manual de redacción que mencionaba unos artículos atrás que la claridad de un texto también requiere un léxico apropiado, ni preciosista ni excesivamente técnico, creo que decía. Recuerdo que cuando era pequeña (muy, muy pequeña), no concebía la idea de escribir bien sin llenar los textos de palabras raras. Hoy, mi concepción de lo que es una buena escritura se encuentra muy alejada, afortunadamente, de aquella idea. Sin embargo, no para todo el mundo es así y por ello muchos aficionados a la escritura utilizan extrañas palabras (cuanto más largas, además, creen que mejor, según Lázaro Carreter), algo en lo que, según mi opinión, se equivocan.
No obstante, el mayor error no creo que sea este. El error imperdonable es el uso incorrecto del vocabulario, hasta el punto de que, con frecuencia, el significado final de un texto semánticamente descuidado no es, ni más ni menos, que un galimatías léxico. El diccionario no existe para la mayoría de las personas (ya sean escritores aficionados, periodistas o meros usuarios del lenguaje). Nos hemos dejado llevar por una dejadez léxica tal, que produce sonrojo el uso del vocabulario que hacemos. Conectamos el piloto automático y nos dejamos conducir por un automatismo en el que lo mismo nos da ocho que ochenta.
Nunca, jamás podrá escribirse un buen texto si no se cuida hasta el aburrimiento el léxico que en él se utiliza. Tampoco seremos buenos hablantes si descuidamos nuestro vocabulario, no sólo no preocupándonos por aumentarlo, sino también si damos por bueno todo lo que oímos y lo añadimos a nuestra lista particular de vocablos y expresiones. Es nuestro deber, como hablantes de una lengua, cuidarla y mimarla en todos sus ámbitos, y es, por supuesto, una obligación para aquél que tenga a bien llamarse escritor. Ante esta tajante afirmación, no valen excusas –al menos yo no las admito–, pues cualquiera que se esgrima indicará, simple y llanamente, indolencia.
4 comentarios:
Totalmente de acuerdo contigo. Una cosa es la soltura en el manejo del léxico y otra, bien distinta, recrearse artificiosamente en el lenguaje florido, con el ánimo de impresionar y autoalimentar la vanidad.
En cierta ocasión, le preguntaron a Borges qué opinaba de "Cien años de soledad". El genial porteño respondió que, por lo menos, le sobraban cincuenta.
Un saludo.
PD: Del colombiano, siempre preferí "Crónica de una muerte anunciada".
Por alguna razón asociativo, o vaya uno a saber, me están entrando ganas de releer "María", de Jorge Isaacs.
Ja, ja, ja… No conocía esa anécdota de Borges. Es buenísima. Yo he de reconocer que, aunque García Márquez me cae como una patada en el estómago, me han gustado ambas obras aunque quizá, como tú, también prefiera “Crónica de una muerte anunciada”. La leí cuando estaba en el colegio, por imperativo “profesoril”, y lo cierto es que me gustó. Otras, como “Relato de un náufrago”, no están mal, pero no me engancharon tanto. Por cierto, ¿será cierto eso que dicen las malas lenguas sobre que a García Márquez le escriben las novelas?
Saludos.
S. Cid
S.Cid:
Es curioso, somos unos cuantos a los que nos gusta más "Crónica de una muerte anunciada".
Sobre lo que dicen las malas lenguas, es verdad y aprovecho para decirte que fui yo quien escribió varias de sus obras. No lo confieso por vanidad, sino para ser sincero.
Ya decía yo que el estilo de tus historias me sonaba…, pero no acababa de localizarlo… ¡Claro! ¡Cómo no se me ocurrió! Por Dios, por Dios…, déjame, no me detengas… Como Luis Miguel Dominguín con lo de Ava Gardner…, tengo que correr a contarlo: ¡¡¡He conocido al "negro" de García Márquez!!!
Saludos.
S. Cid
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