lunes, 18 de abril de 2011

Capricho fatal I

Capricho fatal  I

Pensé que quería matar a mi suegra. Sí, eso fue lo que pensé y, considerando los acontecimientos que me habían llevado hasta tal pensamiento, cuya naturaleza tendrá el lector oportunidad de conocer al instante, habrá de admitirse que el juicio al que sin duda querrá someterlo debe quedar fuera de cualquier proceso que pueda encausar la moral y el proceder recto que se le supone a un marido afectuoso y devoto de su esposa, ya que en aquel instante maldito en que se produjo, tal pensamiento no procedía de una premeditada intención, racionalmente reflexionada y sopesada en profundidad, sino que fue producto de un arrebato emocional, arteramente avivado y nacido del mayor, al tiempo que irreflexivo, de mis anhelos. Y, sin embargo, cuán inofensivo lo consideré entonces.

Matar a la suegra… ¿Se asombra? Bien…, ¿qué espera que le diga? No puedo dejar de juzgar oportuno su estupor  y, sin embargo, no hay duda de que una cierta aversión hacia la suegra es un sentimiento enquistado en el corazón de todo hombre que sufre la desgracia de tener una. No lo niegue, aunque haya de transigir con ello furtivamente, ¡en el suyo, también! Ja, ja, ja, permítame estas carcajadas inofensivas, caballero, pues le comprendo, ¡vaya si le comprendo! Remolonee y atúsese el bigote mientras simula un extremo interés por aquello en que primero pueda fijar su atención en este juego del disimulo que es el matrimonio. Al fin y al cabo, seguramente mi pensamiento le parecerá excesivo, ¿me equivoco? Me atrevería a aseverar que no. Entiendo el razonamiento de que se valdrá para argumentar su fealdad: todos odiamos a las suegras, querido Harry, pero de ahí a apetecer su muerte. Más aun, de ahí a desear asesinarla… Ciertamente, tiene razón: es un capricho extremo que se adentra en los tenebrosos dominios de la monstruosidad. Lo admito, como no puedo sino doblegarme a ese segundo fragmento de reflexión que habrá añadido a su reproche, algo del tipo: sólo en un alma oscura podrían cobijarse anhelos tan odiosos. Todo lo cual hace de su razonamiento un argumento sólido.

Bien, lo admito, no es un pensamiento que me santifique, pero no puedo eludir los hechos y negarme a aceptar que existió, aunque, debe creerme, se lo ruego, cuando afirmo que, al igual que los afanes homicidas que de vez en vez brotan en el corazón de tantos hombres, desazonados a causa de las incompatibilidades forzosas que surgen con la familia política, no suelen ser sino puro ensueño, jamás  albergó el mío pretensión alguna de materializar los hechos. O, al menos, eso creo…

Mi suegra es una mujer ingobernable, de apetencias volubles, necesidades antojadizas, exigencias perentorias y todo ello aderezado con un carácter recio y caprichoso en uso del cual,  fas atque nefas, consigue todo aquello que se propone, independientemente de lo que a su paso arrolle, despedace o extermine. Lo cual, estarán conmigo, la vuelve absolutamente insufrible.  Fue ella el umbral desde el que dieron el primer paso las desdichas que me aquejan, pues suya fue la decisión de presentarse en nuestra casa de  Chelsea, sin advertencia previa a su llegada que levantara la caza, el mismo fin de semana que Michael Burrell nos había invitado a pasar con él en Maple House, su extraordinaria mansión campestre, y con quien estaba yo sumamente interesado en encontrarme a fin de resolver unos asuntillos que, de llegar a buen término, acabarían con los problemas que estaban llevando mis negocios de fosfato a la ruina.

Con cara de pocos amigos me enfrenté a Laura en la cocina, de la que oportunamente había huido Gladys, en previsión de que la charla matrimonial alcanzara cotas intolerables para los oídos de una doncella acostumbrada al simple tintineo de las tazas y el silbar de la tetera.
–Encuentro endiabladamente obsceno que se presente en nuestra casa sin avisar…  –bramé irritado.
–¿Qué puedo hacer? –trató de disculparse Laura–. Ya sabes cómo es…
–Lo que no sé es cómo vas a hacerlo, pero esa mujer tiene que salir de aquí antes de una hora.
–¡Pero, Harry… –exclamó indignada mientras me miraba con los ojos desorbitados–, es mi madre!
–Y son mis negocios, querida. Lo cual remite de inmediato a nuestra forma de vivir que, por cierto, puede verse seriamente deteriorada si Mike no me ayuda a solventar ciertos problemas que estoy teniendo con la extracción de fosfatos en el Sahara Occidental. De modo que, tal y como teníamos previsto, iremos al campo y pasaremos el fin de semana con él.
–Ve tú. Yo me quedaré con ella.
–¡Laura! –clamé enfurecido–, tu presencia en Maple House es indispensable. Mike nos espera a los dos.
–Lo siento, Harry, pero mi madre me ha pedido que la acompañe a la reunión anual que celebra el Círculo Floral en Greenwich y no puedo negarme.
–¿Cómo? –pregunté irritado–. ¿Estás dispuesta a permitir que un estúpido club floral se interponga en mis intereses, corrijo: ¡en nuestros intereses!, sin pestañear?
–Oh, Harry, no seas protestón. Debes comprenderlo. Se trata de una reunión extraordinariamente importante para ella. Han trabajado con denuedo para conseguir que su club de jardinería quedara adscrito a la Real Sociedad Botánica y esta noche acudirán a la velada personajes notables que está muy interesada en conocer.    
–Insisto, querida –repetí, esta vez, y a pesar de su ofensiva reconvención, con un tono suave que pretendía moderar la intensidad de mi enojo–, en que este fin de semana con Mike es también de suma importancia para nosotros. Mis negocios no marchan conforme a lo esperado y es bastante probable que tengamos problemas si no le ponemos remedio de inmediato.
–Lo entiendo, pero no sé qué crees que puedo pintar en esa reunión.
–No se trata de la reunión, Laura. No tendrás que asistir a ella, pero sí acompañarme el resto del fin de semana.
–¿De verdad soy tan indispensable?
–Eres mi esposa. Debería bastar con eso.
–Y ella es mi madre, lo cual también debería bastar.
–Pero, Laura…
–¿No querrás que vaya sola a su reunión? –me interrumpió.
–¿Acaso no tiene amigas?
–Ninguna de ellas puede acompañarla
–Pues entonces tendrá que ir sola.
–Harry… –dijo con una voz solemne que de por sí lo expresaba todo y a la que tuve que sobreponerme otorgando un tono desafiante a la mía–:
–¿Qué?
–Por favor, no te olvides de dar mis recuerdos a Mike.
Asunto resuelto. Punto final. Laura no me acompañaría a Maple House, de modo que tuve que marchar…, naturalmente, solo.

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Si deseas continuar la lectura, puedes visitar Capricho fatal II.

7 comentarios:

Sue dijo...

Vaya mosca cojonera que es la madre-suegra (me refiero a eso de que aparezca en casa sin avisar), pero sobre todo, qué malas son esas casualidades que te obligan a tener que elegir entre dos opciones igual de importantes.

... En fin, que, me preguto yo ...¿Harry al final mata a la suegra?

Ana Laura dijo...

Yo no le daría la misma importancia el futuro de los negocios de mi marido que al club floral de mi mamá... pero claro, Laura fue criada por esa mujer, así que vaya a saber qué escala de prioridades maneja.

Viene bien, Cid. Espero más capitulitos :D

Sue dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Sue dijo...

Cierto, Ana Laura, aunque me refería a la importancia que le dan el marido y la madre, respectivamente, a sus cosas. La tercera en discordia, la hija y esposa, no sabemos muy bien porqué elige ir con la madre (¿porque madre no hay más que una?) ni si realmente considera importante alguna de las dos elecciones (en su fuero interno me refiero).

Está claro que quiere cabrear a Harry para que mate a Gladys, je,je.

S. Cid dijo...

Sue: A veces la familia te pone en una tesitura (elige esto o esto...) que hace difícil la vida. Laura parece que lo tiene bastante claro a la hora de elegir entre una reunión floral y otra de negocios, ¿no? ¿O será que es necesario en la historia que Laura vaya con su madre en lugar de con Harry?

En cuanto a tu pregunta: "¿Harry al final mata a la suegra? Ay, no puedo contestarte. Si lo hiciera..., te fastidiaría la historia ;-) Aunque lo de que Laura quiera cabrear a Harry para que mate a Gladys..., no se me había ocurrido. ¿Y si hago una versión B? Jajajajajaja. Por cierto, muy vitamínica y refrescante tu nueva foto. Me gusta.

Ana: Yo creo que jamás me vería en la necesidad de tener que elegir entre una y otra, porque mi madre no me pondría nunca ante ese dilema, jajajaja.

Aunque, eso sí, a ambas os digo (ya lo apunté ahí arriba): ¿y no será que Laura elige ir con su madre porque si fuera con Harry se me habría acabado la historia en ese preciso instante...? Jajajajajja. Pero, bueno, me gustan vuestras disquisiciones acerca de las prioridades a la hora de elegir.

Saludos a ambas y gracias por filosofar sobre el capitulillo.

Miguel Baquero dijo...

Lo que más me ha gustado es esa untuosdad británica del "Oh, Harry ha trabajado con denuedo" jejejeje "Vete de Maple House y no pares hasta la estación de Paddington" jua jua jua

S. Cid dijo...

Miguel Baquero: Son ingleses, ya sabes... ;-) jejeje.

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