Capítulos anteriores:
-Capricho fatal I
-Capricho fatal II
-Capricho fatal III
-Capricho fatal IV
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Capricho fatal V
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Capricho fatal V
La entrada a Maple House es soberbia. La posición económica de Mike es ciertamente boyante y él se encarga de no permitir que prenda duda alguna al respecto. Los muros de piedras vetustas, el hierro forjado de la verja, enroscado en mil filigranas, cada una de las cuales debía de haber costado un riñón, el vasto bosque privado que rodeaba la propiedad y cada uno de los detalles que acompañaban el conjunto, bien a las claras lo dejaban. Recuerdo que, mientras atravesaba las descomunales verjas de entrada que un guarda había abierto al verme llegar, pensé que tal vez, si aquella conversación que me aguardaba con Mike prosperaba de forma adecuada, también yo pudiera en breve adquirir una finquita que albergara una mansión si no tan colosal como la de Mike, sí al menos lo suficientemente suntuosa como para sorprender a Laura y, de paso, granjearme el respeto de mi suegra. Su recuerdo me nubló el ánimo durante un instante, pero sólo un instante. A la vista aparecía Maple House, formidable y majestuosa.
Aminoré la velocidad y me acerqué lentamente por el camino de gravilla que discurría entre las plantaciones de frutales, al final del cual unos jardines diseñados con exquisita simetría daban paso a la mansión, cuya fachada, profusamente acristalada en un derroche de vidrio que no había de entenderse más que como la manifestación evidente de la próspera situación económica del propietario original, respetaba, con absoluta escrupulosidad, las formas compactas y simétricas de la estética isabelina. Como culmen a aquella magnificencia, Mike había hecho tallar en la crestería las iniciales de su nombre, todo lo cual hacía de Maple House un auténtico ejemplo de ostentación y magnificencia.
En la puerta, un coche de policía rompía el encanto del pintoresco conjunto que formaban la casa y los jardines. Sin tener tiempo para preguntarme qué demonios pintaba aquel coche allí, acerté a adivinar la figura de Mike emergiendo por la puerta de la mansión y bajando las escaleras con una rapidez tal vez excesiva para recibir a alguien al que veía con tanta frecuencia como lo hacía conmigo. Casi no había terminado de detener el coche cuando Mike ya se encontraba junto a la puerta del auto.
–Hola Harry.
–¿Qué hay, Mike? –pregunté mientras esbozaba una amplia sonrisa.
Él no contestó. Sin dejar que cerrara la portezuela del coche, me tomó por el codo y me arrastró tras de sí. Caminamos juntos unos metros alejándonos de la casa. Mi sonrisa, para entonces, se había borrado.
–¿Qué ocurre, Mike? –pregunté nervioso.
–Escucha, ¿dónde has pasado la noche?
–Ya te lo dije –contesté–. Se estropeó el coche y tuve que detenerme en un pueblecito pintoresco que encontré por el camino. No recuerdo su nombre… Hinchfield o algo así.
–¿Alguien puede corroborar esa coartada?
–¿Coartada? –pregunté estupefacto–. ¿Cómo que coartada, Mike?
–Escúchame –dijo bajando la voz y acercándose a mí–, ¿hay alguien que pueda confirmar que has pasado la noche en Hinchcliff o como sea?
–¡Claro que sí! –exclamé–. El dueño de la fonda donde me alojé. ¿Pero por qué tiene nadie que confirmar mi estancia en Hinchfield? ¿Y por qué hablas de ella como una coartada?
–Ha ocurrido algo terrible, Harry –dijo deteniéndose y mirándome directamente a los ojos.
Le devolví una mirada seria y escrutadora, pero Mike no volvió a hablar. Alargó el brazo y me entregó un periódico que desdoblé con desazón. Two killed in car crash, decía el titular de la noticia que aparecía en la página por la cual estaba doblado. Laura Elvesham y su madre, la señora Theresa Aubrey, murieron ayer por la noche en un trágico accidente de coche debido a un fallo en los frenos de su automóvil. El marido, Henry Elvesham, a quien al cierre de esta edición había sido imposible notificar la noticia por encontrarse fuera de Londres, en viaje de negocios, es un importante empresario en el campo de la extracción de fosfatos...
–¡Oh, Dios mío, Mike…! –exclamé–. Laura… Laura ha…
–No, no –se apresuró a negar Mike–. Ella no. Es un error. Está grave, pero no ha muerto.
Respiré aliviado y sentí cómo los hombros se deslizaban hacia abajo, haciendo de mi porte el del hombre contuso por un duro golpe, pero que aún se mantiene en pie
–Fue ella –continuó Mike– quien, esta mañana, al recuperar la consciencia, dio mi dirección a la policía creyendo que te encontrabas aquí.
–¿Ésa es la razón de que esté ahí ese coche? –pregunté mientras señalaba con un movimiento del mentón el coche patrulla, junto al cual observé que aguardaban para entonces un par de agentes.
–Sí. Han venido a buscarte, pero han tenido la deferencia de permitirme hablar contigo unos minutos para que te previniera de la terrible noticia, sin embargo, no tenemos mucho tiempo. Debes tranquilizarte y pensar. Has de recordar exactamente qué hiciste anoche, Harry. Es de vital importancia.
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Si deseas continuar la lectura, puedes visitar Capricho fatal VI.
Aminoré la velocidad y me acerqué lentamente por el camino de gravilla que discurría entre las plantaciones de frutales, al final del cual unos jardines diseñados con exquisita simetría daban paso a la mansión, cuya fachada, profusamente acristalada en un derroche de vidrio que no había de entenderse más que como la manifestación evidente de la próspera situación económica del propietario original, respetaba, con absoluta escrupulosidad, las formas compactas y simétricas de la estética isabelina. Como culmen a aquella magnificencia, Mike había hecho tallar en la crestería las iniciales de su nombre, todo lo cual hacía de Maple House un auténtico ejemplo de ostentación y magnificencia.
En la puerta, un coche de policía rompía el encanto del pintoresco conjunto que formaban la casa y los jardines. Sin tener tiempo para preguntarme qué demonios pintaba aquel coche allí, acerté a adivinar la figura de Mike emergiendo por la puerta de la mansión y bajando las escaleras con una rapidez tal vez excesiva para recibir a alguien al que veía con tanta frecuencia como lo hacía conmigo. Casi no había terminado de detener el coche cuando Mike ya se encontraba junto a la puerta del auto.
–Hola Harry.
–¿Qué hay, Mike? –pregunté mientras esbozaba una amplia sonrisa.
Él no contestó. Sin dejar que cerrara la portezuela del coche, me tomó por el codo y me arrastró tras de sí. Caminamos juntos unos metros alejándonos de la casa. Mi sonrisa, para entonces, se había borrado.
–¿Qué ocurre, Mike? –pregunté nervioso.
–Escucha, ¿dónde has pasado la noche?
–Ya te lo dije –contesté–. Se estropeó el coche y tuve que detenerme en un pueblecito pintoresco que encontré por el camino. No recuerdo su nombre… Hinchfield o algo así.
–¿Alguien puede corroborar esa coartada?
–¿Coartada? –pregunté estupefacto–. ¿Cómo que coartada, Mike?
–Escúchame –dijo bajando la voz y acercándose a mí–, ¿hay alguien que pueda confirmar que has pasado la noche en Hinchcliff o como sea?
–¡Claro que sí! –exclamé–. El dueño de la fonda donde me alojé. ¿Pero por qué tiene nadie que confirmar mi estancia en Hinchfield? ¿Y por qué hablas de ella como una coartada?
–Ha ocurrido algo terrible, Harry –dijo deteniéndose y mirándome directamente a los ojos.
Le devolví una mirada seria y escrutadora, pero Mike no volvió a hablar. Alargó el brazo y me entregó un periódico que desdoblé con desazón. Two killed in car crash, decía el titular de la noticia que aparecía en la página por la cual estaba doblado. Laura Elvesham y su madre, la señora Theresa Aubrey, murieron ayer por la noche en un trágico accidente de coche debido a un fallo en los frenos de su automóvil. El marido, Henry Elvesham, a quien al cierre de esta edición había sido imposible notificar la noticia por encontrarse fuera de Londres, en viaje de negocios, es un importante empresario en el campo de la extracción de fosfatos...
–¡Oh, Dios mío, Mike…! –exclamé–. Laura… Laura ha…
–No, no –se apresuró a negar Mike–. Ella no. Es un error. Está grave, pero no ha muerto.
Respiré aliviado y sentí cómo los hombros se deslizaban hacia abajo, haciendo de mi porte el del hombre contuso por un duro golpe, pero que aún se mantiene en pie
–Fue ella –continuó Mike– quien, esta mañana, al recuperar la consciencia, dio mi dirección a la policía creyendo que te encontrabas aquí.
–¿Ésa es la razón de que esté ahí ese coche? –pregunté mientras señalaba con un movimiento del mentón el coche patrulla, junto al cual observé que aguardaban para entonces un par de agentes.
–Sí. Han venido a buscarte, pero han tenido la deferencia de permitirme hablar contigo unos minutos para que te previniera de la terrible noticia, sin embargo, no tenemos mucho tiempo. Debes tranquilizarte y pensar. Has de recordar exactamente qué hiciste anoche, Harry. Es de vital importancia.
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2 comentarios:
Tú sí que haces filigranas con los textos.
Oye, que ahora resulta que se ha cumplido su deseo ¡el libro!
¿El libro de Fenn? ...
Sue: Pues no te creas tú que estoy yo muy contenta con este texto. Tampoco estoy a disgusto con él, es cierto, pero creo que aún se le puede mejorar bastante. Quizá un día me ponga a ello, a ver si logro darle el toque scidil que es el que me deja satisfecha.
Jajajajajaja, ¿se ha cumplido su deseo o es algo más...? ¿Quizá un odio tramado en vida que traspasa, incluso, la frontera de la muerte? Ah, mañana la solución ;-)
Y, ¡¡¡¡¡¡¡¡sííííííííííí!!!!!!!!, ¡¡¡El libro de Fenn! ¡Me encanta! ¡¡¡Ése es el título! Gracias, Sue, diste con ello. Thanks, thanks, thanks a lot.
No lo cambiaré aquí, porque eso supondría tener que cambiar todos los enlaces, pero sí lo hago en mi ordenador y, además, que quede registrado para la posteridad. El relato se titula El libro de Fenn.
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