Si estás interesado en este Capricho fatal II y no has leído el primer capitulito, puedes encontrarlo en el enlace Capricho fatal I.
Capricho fatal II
Capricho fatal II
Estaba muy satisfecho del rendimiento que había venido ofreciéndome mi Aston Martin desde que lo compré hasta que, parece que los astros se conjuran en contra del desdichado todos a la vez, aquel día no quiso arrancar. A través del parabrisas, miré hacia el cielo seguro de encontrar a un dios furibundo dispuesto a abatirme con su poder sobrehumano, pero lo único que hallé fue un cielo veraniego sobre el que ni siquiera alcanzaban a asomar acechantes nubes. Tal vez debería haber telefoneado a Mike para anular la cita, quizá entonces se hubieran detenido los sucesos que estaban a punto de acaecer, pero no lo hice. Saqué del maletero la pequeña maleta que utilizo para los viajes cortos y volví a casa. Desde la puerta, escuché la voz repelente de mi suegra que entonaba unos versos de El Barbero de Sevilla. Me detuve y a punto estuve de volver sobre mis pasos. Aquella voz engolada se jactaba, sin duda, de su triunfo sobre mí, una vez que mi propia mujer, con su ultrajante elección, había puesto de manifiesto el escaso influjo y poder de convicción que su ingenuo marido, simple y papanatas como únicamente un marido puede ser, ejercía sobre ella. Sólo la disciplina y el autocontrol que me inculcaron en Eton evitó que en aquel momento mi suegra y yo tuviéramos unas palabras que, sin duda, habrían acabado con mi matrimonio.
Encaminé mis pasos en dirección opuesta al lugar del que procedía aquella voz, pretenciosa en cuanto al fondo y amanerada hasta espeluznar en cuanto al tono, con el reverberar de su ofensa aún en mis oídos, pues se había permitido cambiar el nombre del enamorado al que canta Rosina, Lindoro, por el mío propio:
–Sì, Harry mio sarà;
lo giurai,
la vincerò…,(1)
Entré en el dormitorio y cerré la puerta detrás de mí, como si la ofensa pudiera quedarse fuera. Al menos la voz sí lo hizo, lo cual me dio cierto respiro durante los segundos que me llevó descubrir sobre la cama el traje de noche que sin duda Laura pretendía vestir para la reunión botánica de su madre. Aún resonaban en mis oídos las estridentes notas moduladas por la garganta de mi suegra cuando escuché el sonido de la ducha en el cuarto de baño anejo a nuestra habitación. Laura se preparaba para aquella absurda velada que había decidido pasar con una cáfila de fitólogos, botánicos aficionados y jardineros de tres al cuarto empeñados en amenizar la noche con aburridas exposiciones fitográficas e interminables inventarios de larvas, parásitos y gusanos dañinos para sus adorables jardines.
Doblemente enfadado, triplemente quizá, por el abandono a que me sometía mi propia esposa, por el fallo del coche y por el maldito traje que reposaba encima de la cama y que haría de ella la mujer más bella de la reunión, arrojé las llaves del Aston Martin sobre la colcha y tomé el teléfono de la mesilla. Si en algún momento cruzó por mi mente la idea de anular mi reunión con Mike, en aquel instante ya no estaba dentro de mí, de modo que telefoneé a una agencia de alquiler de coches y me hice con uno que pudiera sacarme de allí y llevarme hasta Maple House.
En el pasillo, su espantable voz volvió a taladrar mis oídos:
–Io sono docile,
son rispettosa,
sono obediente,
dolce, amorosa…(2) Ja, ja, ja
La oí entonar, cuando se interrumpió para reír, supongo que a mi pobre costa, antes de continuar:
–Ma se mi toccano
dov'è il mio debole,
sarò una vipera, sarò
e cento trappole
prima di cedere
farò giocar!
Sì sì, lo vincerò! (3)
Corrí de puntillas hasta la puerta de la calle y cerré detrás de mí con nuevos versos que me aguijoneaban el alma, como si de las pinzas de un alacrán ponzoñoso se tratase.
Era viernes y muchos otros londinenses, como yo, habían pensado dejar la ciudad unas horas para disfrutar de la naturaleza durante el fin de semana, de modo que la carretera se encontraba bastante concurrida, lo cual ralentizaba mi velocidad. No obstante, alcancé al fin la salida que debía tomar para llegar a Maple House, momento en el cual comencé a sentirme relajado. Conducir por una comarcal tiene sus riesgos, pero también es una experiencia llena de encanto: los amplios terraplenes cubiertos de verbasco y los senderos rurales que se hallaban delimitados por setos cargados de madreselva dulcificaron la irritante indignación con que venía fastidiándome el hecho de que Laura hubiera decidido quedarse con su madre, en lugar de acompañarme, y acallaron el rezongo interior con que había venido martirizándome durante el viaje.
Fue precisamente allí, en medio de aquel paisaje idílico, tras coronar una pequeña loma, y probablemente a causa de ella, donde el motor del viejo coche de alquiler se agotó y unas volutas de humo negro comenzaron a salir por debajo del capó. Después de algunos trompicones que me agitaron en su interior, se detuvo con un brusco gruñido y yo quedé patidifuso. Abrí el capó, naturalmente, como corresponde hacer a todo automovilista abandonado en la carretera por su coche, a sabiendas, sin embargo, de que era inútil, pues nada sé de mecánica. Lo cerré furioso. Empezaba a sentir que una suerte de maleficio se había derramado, quizá por mano de mi propia suegra, sobre mi pobre destino. Intenté calmarme pensando en aquello como una, aunque desventurada, simple fatalidad, y comencé a desandar el camino en busca de un pequeño pueblo que había atravesado poco antes de que el coche se detuviera.
Cuando alcancé mi destino, la tarde ya había caído y encontré al mecánico a punto de echar el cierre al taller. Con tono firme, aunque de él se escapó inevitablemente alguna que otra nota aguda que denotaba mi desesperación, le expliqué mi caso. Él, sin embargo, aunque no desatendió por completo mi solicitud, contestó con la pronunciación cerrada y calmosa propia del entorno rural que llevaría la grúa hasta la loma y traería mi coche de vuelta al pueblo, pero que no podría ocuparse de él hasta el día siguiente, puesto que ya era la hora de cerrar. Su determinación al respecto me pareció tan consistente, que no dio lugar a la réplica y hube de acomodarme a la situación y avenirme a tal remiendo. Me pidió que lo aguardara en la taberna de The crazy poet, donde ofrecían habitaciones para pasar la noche por un módico precio y adonde se ocuparía de llevar mi equipaje. Sumiso a la decisión del destino, me encaminé hacia la taberna que se me había recomendado, desde donde telefoneé a Mike para explicarle la situación y anunciarle mi retraso, pues no podría llegar hasta el día siguiente.
Encaminé mis pasos en dirección opuesta al lugar del que procedía aquella voz, pretenciosa en cuanto al fondo y amanerada hasta espeluznar en cuanto al tono, con el reverberar de su ofensa aún en mis oídos, pues se había permitido cambiar el nombre del enamorado al que canta Rosina, Lindoro, por el mío propio:
–Sì, Harry mio sarà;
lo giurai,
la vincerò…,(1)
Entré en el dormitorio y cerré la puerta detrás de mí, como si la ofensa pudiera quedarse fuera. Al menos la voz sí lo hizo, lo cual me dio cierto respiro durante los segundos que me llevó descubrir sobre la cama el traje de noche que sin duda Laura pretendía vestir para la reunión botánica de su madre. Aún resonaban en mis oídos las estridentes notas moduladas por la garganta de mi suegra cuando escuché el sonido de la ducha en el cuarto de baño anejo a nuestra habitación. Laura se preparaba para aquella absurda velada que había decidido pasar con una cáfila de fitólogos, botánicos aficionados y jardineros de tres al cuarto empeñados en amenizar la noche con aburridas exposiciones fitográficas e interminables inventarios de larvas, parásitos y gusanos dañinos para sus adorables jardines.
Doblemente enfadado, triplemente quizá, por el abandono a que me sometía mi propia esposa, por el fallo del coche y por el maldito traje que reposaba encima de la cama y que haría de ella la mujer más bella de la reunión, arrojé las llaves del Aston Martin sobre la colcha y tomé el teléfono de la mesilla. Si en algún momento cruzó por mi mente la idea de anular mi reunión con Mike, en aquel instante ya no estaba dentro de mí, de modo que telefoneé a una agencia de alquiler de coches y me hice con uno que pudiera sacarme de allí y llevarme hasta Maple House.
En el pasillo, su espantable voz volvió a taladrar mis oídos:
–Io sono docile,
son rispettosa,
sono obediente,
dolce, amorosa…(2) Ja, ja, ja
La oí entonar, cuando se interrumpió para reír, supongo que a mi pobre costa, antes de continuar:
–Ma se mi toccano
dov'è il mio debole,
sarò una vipera, sarò
e cento trappole
prima di cedere
farò giocar!
Sì sì, lo vincerò! (3)
Corrí de puntillas hasta la puerta de la calle y cerré detrás de mí con nuevos versos que me aguijoneaban el alma, como si de las pinzas de un alacrán ponzoñoso se tratase.
Era viernes y muchos otros londinenses, como yo, habían pensado dejar la ciudad unas horas para disfrutar de la naturaleza durante el fin de semana, de modo que la carretera se encontraba bastante concurrida, lo cual ralentizaba mi velocidad. No obstante, alcancé al fin la salida que debía tomar para llegar a Maple House, momento en el cual comencé a sentirme relajado. Conducir por una comarcal tiene sus riesgos, pero también es una experiencia llena de encanto: los amplios terraplenes cubiertos de verbasco y los senderos rurales que se hallaban delimitados por setos cargados de madreselva dulcificaron la irritante indignación con que venía fastidiándome el hecho de que Laura hubiera decidido quedarse con su madre, en lugar de acompañarme, y acallaron el rezongo interior con que había venido martirizándome durante el viaje.
Fue precisamente allí, en medio de aquel paisaje idílico, tras coronar una pequeña loma, y probablemente a causa de ella, donde el motor del viejo coche de alquiler se agotó y unas volutas de humo negro comenzaron a salir por debajo del capó. Después de algunos trompicones que me agitaron en su interior, se detuvo con un brusco gruñido y yo quedé patidifuso. Abrí el capó, naturalmente, como corresponde hacer a todo automovilista abandonado en la carretera por su coche, a sabiendas, sin embargo, de que era inútil, pues nada sé de mecánica. Lo cerré furioso. Empezaba a sentir que una suerte de maleficio se había derramado, quizá por mano de mi propia suegra, sobre mi pobre destino. Intenté calmarme pensando en aquello como una, aunque desventurada, simple fatalidad, y comencé a desandar el camino en busca de un pequeño pueblo que había atravesado poco antes de que el coche se detuviera.
Cuando alcancé mi destino, la tarde ya había caído y encontré al mecánico a punto de echar el cierre al taller. Con tono firme, aunque de él se escapó inevitablemente alguna que otra nota aguda que denotaba mi desesperación, le expliqué mi caso. Él, sin embargo, aunque no desatendió por completo mi solicitud, contestó con la pronunciación cerrada y calmosa propia del entorno rural que llevaría la grúa hasta la loma y traería mi coche de vuelta al pueblo, pero que no podría ocuparse de él hasta el día siguiente, puesto que ya era la hora de cerrar. Su determinación al respecto me pareció tan consistente, que no dio lugar a la réplica y hube de acomodarme a la situación y avenirme a tal remiendo. Me pidió que lo aguardara en la taberna de The crazy poet, donde ofrecían habitaciones para pasar la noche por un módico precio y adonde se ocuparía de llevar mi equipaje. Sumiso a la decisión del destino, me encaminé hacia la taberna que se me había recomendado, desde donde telefoneé a Mike para explicarle la situación y anunciarle mi retraso, pues no podría llegar hasta el día siguiente.
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(1): Sí, Harry mío será, / lo he jurado, / y me saldré con la mía.
(2): Yo soy dócil / y respetuosa, / soy obediente, / dulce, amorosa,
(3): Pero si me tocan / en mi punto flaco / seré una víbora, lo seré, / y de cien trampas / me serviré / antes de ceder. / ¡Sí, sí, me saldré con la mía!
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Si deseas continuar la lectura, puedes visitar Capricho fatal III.
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6 comentarios:
Bueno, SCid, magnífica ambientación,conflicto latente, taberna Crazy, esto promete. ¿También los ingleses arden en deseos de liquidar a la SUE-gra? Andiamo, andiamo.
Saludos blogueros
José Antonio: ¿Promete? :-) Me alegro, eso significa que no está mal del todo ;-)
Lo que no sé es qué pensará SUE... si pasa por aquí. Jajajaja. Lo tomará bien, porque tiene sentido del humor. Muy ingenioso por su parte, de todas formas ;-)
Saludos y felices Pascuas.
Bueno... a ver si el curso de maquillaje este me deja seguir... ya.
Cid, acabo de llegar de unas vacaciones pasadas por agua (como no puede ser de otra manera en estas fechas), así que aún no me he puesto al día con este "Capricho fatal" (ahora me suena a nombre de helado). Lo retomo y te cuento, porque lo he leído transversalmente y tiene muy buena pinta.
Y como mi sentido del humor me avala, no me voy a ofender por lo de SUEgra. Por supuesto que no jaja! En cualquier caso yo sería una suegra estupenda, de serlo. Porque no todas son malas.
Sue: ¿Curso de maquillaje? ¿Te has ido de vacaciones para hacer un curso de maquillaje? Jajajaja. Como lo del nombre del helado..., tienes cada cosa ;-) Pero vete pensando, a ver si se te ocurre un título diferente, que entre lo de la teleserie de sobremesa en Antena 3 y lo del helado..., ¡hay que buscarle otro título ya! ;-)
Por cierto, ¿qué tal las vacaciones? Aunque pasadas por agua, bien, ¿no?
Jaja no, no he hecho ningún curso de maquillaje, es que al abrir Finis Terrae me aparecía la publi de un curso de maquillaje cansino.
En cuanto al título, si el libro que se está leyendo Harry tiene protagonismo podría titularse igual. O como la taberna : The crazy poet.
Las vacaciones muy bien, en el sur sin sol, pero bueno, como no fui en plan de playa no se me han chafado los planes y las he aprovechado un montón. Fíjate que hasta he visto el banco de Chanquete. Y qué ganas tenía, oye, con lo que me gustaba Verano Azul.
Sue: Ah, ¿otra vez la publicidad? ¡Vaya gaita!
Anoto las sugerencias en cuanto al título.
Respecto a Verano Azul, a todos nos encantó y quien lo niegue, miente. Jajajajajaja.
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