Disección de un relato
Muchas veces (diría que casi siempre), cuando acabo de escribir una historia y la leo para regocijo propio, me sorprendo preguntándome de dónde demonios he sacado la idea para tal diálogo o tal situación, cómo han venido a mí estas palabras o aquellas otras que me parecen especialmente adecuadas o de dónde ha salido tal o cual personaje. Algunas veces sé responderme (sobre todo si el auto-interrogatorio se realiza próximo a la finalización del relato), pero otras muchas (pero muchas, muchas) acabo por dejar la pregunta tirada allá donde me venga en gana, visto que no le encuentro respuesta.
Acabo de terminar un relatillo que Carlos ha tenido la deferencia de publicar en su blog, y en estas mismas páginas de Finis Terrae se me pregunta por el origen de la creatividad que lo ha dado a luz. En este caso, sí tengo algunas respuestas. Por ejemplo sé contestar a la pregunta de ¿cómo se te ocurrió? Sencillo: una tarde estuve barriendo el patio y al acabar me senté en el sofá del salón a leer. De repente, noté los pies fríos y con una extraña sensación de humedad. Pensé que era imposible que los tuviera mojados, porque el patio estaba tan seco como un camino de tierra en verano. No hay más que explicar: el relato nació. ¿Cómo se me ocurrió que el personaje fuera transformándose en agua y desapareciendo? Eso ya no lo sé contestar. Simplemente, la idea estaba ahí, en mi cabeza. Luego… fue cuestión de darle el marco adecuado.
Comienza entonces el trabajo de campo… No hay mucha investigación en este caso (en realidad, no hay ninguna, pues el relato es muy breve y, además, está situado en una nebulosa espacio-temporal que no requirió ningún tipo de investigación ni comprobación de datos). Eso sí, había que rodearlo de un ambiente un poco más atractivo que el que resultaría de la experiencia que tiene una tal S. Cid después de haber barrido el patio de su casa. De modo que se busca un personaje inglés. ¿Por qué inglés? Porque me gustan mucho los entornos típicamente británicos (supongo que eso va por épocas, porque hace algunos años, el que prefería remitía mucho a los ambientes galdosianos). Y entonces ya es momento de ponerse a trabajar.
Como la historia es tan corta, no se piensa mucho en el tipo de personaje: su físico, su edad, su personalidad... Hay que ir al grano. Y tan al grano fui, que la empecé por este párrafo: Tal vez si no me hubiera decidido, precisamente entonces, a arreglar el jardín… Tal vez si la borrasca que se anunciaba no hubiera saturado la atmósfera de aquella humedad previa a modo de aviso… Tal vez si, aconsejado por un espíritu previsor, hubiera calzado las botas de agua… Tal vez…, sí, pero chi lo sa?. De ahí que el relato lleve por título Tal vez (el cual, por cierto, no me convence nada). Luego, se da plena libertad a los dedos, que que se mueven libremente por el teclado. En mi cabeza, estoy viendo a Abel Bourke (que todavía no se llama así, por cierto) sentado en la biblioteca, con el periódico en el regazo y preguntándose por qué siente los pies húmedos, de modo que es bastante fácil describir la escena. Así, van sucediéndose los párrafos hasta que se alcanza el final, pero siempre con la idea de mezclar sensaciones dispares en el lector: un ambiente cálido, el de la biblioteca con su chimenea, frente a un ambiente desapacible en el exterior, donde se anuncia una borrasca, e incluso se sugiere la idea del viento ululando con ese chopo cuyas ramas han sido podadas para que no golpeen las cristaleras. El personaje se tiene merecido un descanso reparador, tras el arduo trabajo, y la biblioteca parece ofrecérselo. Aparece, sin embargo, el elemento incómodo (la sensación de humedad en los pies) al que, además, no se le encuentra explicación. ¿El lector ya no se encuentra tan a gusto en esa biblioteca calentita protegida del frío exterior? ¿No? Ah, bien, entonces…, objetivo logrado.
Primer borrador hecho. Se cierra el ordenador y se deja dormir el asunto hasta el día siguiente, o dos días después, ya no recuerdo, al cabo de los cuales se retoma. En esta segunda parte del trabajo, hay frases que comienzan a provocarte disgusto. Se trabaja sobre ellas, se cambian e incluso se llegan a borrar. Supongo que puede haber quien encuentre tediosa esta parte. A mí, sin embargo, no me molesta. Es más, suelo disfrutarla, porque me gusta jugar con las palabras y la composición de oraciones hasta encontrar las que más me satisfacen (aunque reconozco que algunas veces dejo las cosas como están a pesar de que no acaban de convencerme). Ha sucedido, por ejemplo, en el caso de Tal vez, con los párrafos centrales: me parecen un tanto repetitivos. Creo que se podrían mejorar muchísimo, si el relato fuera más largo. En éste, debería haber recortado.
Otro de los puntos del relato que no acababan de satisfacerme era su primer inicio. Bien es verdad que no estaba mal del todo: esa sucesión de "tal vez" con sus correspondientes oraciones condicionales llevan al lector a preguntarse: Y si todas esas condiciones se hubieran dado, ¿qué habría pasado? Es más, en realidad, y puesto que no se han dado, qué le ha sucedido a este señor que me habla? Con lo cual se lograba el objetivo que perseguía: excitar la curiosidad del lector, que estará dispuesto a continuar la lectura. Sin embargo, no era suficiente. Yo quería algo más… impactante. Entonces, una se queda mirando la pantalla un rato mientras el cerebro piensa. Y, de repente, surge la idea: Aún soy… Abel Bourke. Es perfecta. La combinación de ese adverbio y el verbo por excelencia (el ser, naturalmente) es explosiva. Ahora sí que el lector se va a quedar ojiplático: ¿Cómo que "aún es"? Ah, casi seguro que no se va a escapar: seguirá leyendo.
Pero, claro, desde ese preciso instante, el personaje tiene un nombre (del que antes carecía), así que hay que pintarle un poquito para que el lector tenga algún dato más y, puesto que unos párrafos después, el personaje habla en términos despectivos de la juventud actual, es obvio que él tiene unos añitos. De nuevo me detengo y pienso. Hay muchas maneras de decir que se trata de un anciano. ¿Cuál es la que quiero yo? Yo deseo una forma que diga mucho del propio personaje, al que, en este punto del proceso creador, imagino como un tipo que ya lo ha vivido todo y ve la vida con un punto de ironía. Así pues, la forma que utilice para aludir a su ancianidad debe ser mordaz e incluso agresiva, de tal manera que, sólo con ella, el personaje dé una idea clara de sí mismo. Y es aquí donde surge la frase, junto a ese Aún soy…, que más me gusta de toda la historia: un hombre de edad provecta, según dicen aquellos que, a falta de arrestos suficientes para llamarme viejo, esgrimen el arte de la perífrasis sin respeto alguno a mi inteligencia.
Muchas veces (diría que casi siempre), cuando acabo de escribir una historia y la leo para regocijo propio, me sorprendo preguntándome de dónde demonios he sacado la idea para tal diálogo o tal situación, cómo han venido a mí estas palabras o aquellas otras que me parecen especialmente adecuadas o de dónde ha salido tal o cual personaje. Algunas veces sé responderme (sobre todo si el auto-interrogatorio se realiza próximo a la finalización del relato), pero otras muchas (pero muchas, muchas) acabo por dejar la pregunta tirada allá donde me venga en gana, visto que no le encuentro respuesta.
Acabo de terminar un relatillo que Carlos ha tenido la deferencia de publicar en su blog, y en estas mismas páginas de Finis Terrae se me pregunta por el origen de la creatividad que lo ha dado a luz. En este caso, sí tengo algunas respuestas. Por ejemplo sé contestar a la pregunta de ¿cómo se te ocurrió? Sencillo: una tarde estuve barriendo el patio y al acabar me senté en el sofá del salón a leer. De repente, noté los pies fríos y con una extraña sensación de humedad. Pensé que era imposible que los tuviera mojados, porque el patio estaba tan seco como un camino de tierra en verano. No hay más que explicar: el relato nació. ¿Cómo se me ocurrió que el personaje fuera transformándose en agua y desapareciendo? Eso ya no lo sé contestar. Simplemente, la idea estaba ahí, en mi cabeza. Luego… fue cuestión de darle el marco adecuado.
Comienza entonces el trabajo de campo… No hay mucha investigación en este caso (en realidad, no hay ninguna, pues el relato es muy breve y, además, está situado en una nebulosa espacio-temporal que no requirió ningún tipo de investigación ni comprobación de datos). Eso sí, había que rodearlo de un ambiente un poco más atractivo que el que resultaría de la experiencia que tiene una tal S. Cid después de haber barrido el patio de su casa. De modo que se busca un personaje inglés. ¿Por qué inglés? Porque me gustan mucho los entornos típicamente británicos (supongo que eso va por épocas, porque hace algunos años, el que prefería remitía mucho a los ambientes galdosianos). Y entonces ya es momento de ponerse a trabajar.
Como la historia es tan corta, no se piensa mucho en el tipo de personaje: su físico, su edad, su personalidad... Hay que ir al grano. Y tan al grano fui, que la empecé por este párrafo: Tal vez si no me hubiera decidido, precisamente entonces, a arreglar el jardín… Tal vez si la borrasca que se anunciaba no hubiera saturado la atmósfera de aquella humedad previa a modo de aviso… Tal vez si, aconsejado por un espíritu previsor, hubiera calzado las botas de agua… Tal vez…, sí, pero chi lo sa?. De ahí que el relato lleve por título Tal vez (el cual, por cierto, no me convence nada). Luego, se da plena libertad a los dedos, que que se mueven libremente por el teclado. En mi cabeza, estoy viendo a Abel Bourke (que todavía no se llama así, por cierto) sentado en la biblioteca, con el periódico en el regazo y preguntándose por qué siente los pies húmedos, de modo que es bastante fácil describir la escena. Así, van sucediéndose los párrafos hasta que se alcanza el final, pero siempre con la idea de mezclar sensaciones dispares en el lector: un ambiente cálido, el de la biblioteca con su chimenea, frente a un ambiente desapacible en el exterior, donde se anuncia una borrasca, e incluso se sugiere la idea del viento ululando con ese chopo cuyas ramas han sido podadas para que no golpeen las cristaleras. El personaje se tiene merecido un descanso reparador, tras el arduo trabajo, y la biblioteca parece ofrecérselo. Aparece, sin embargo, el elemento incómodo (la sensación de humedad en los pies) al que, además, no se le encuentra explicación. ¿El lector ya no se encuentra tan a gusto en esa biblioteca calentita protegida del frío exterior? ¿No? Ah, bien, entonces…, objetivo logrado.
Primer borrador hecho. Se cierra el ordenador y se deja dormir el asunto hasta el día siguiente, o dos días después, ya no recuerdo, al cabo de los cuales se retoma. En esta segunda parte del trabajo, hay frases que comienzan a provocarte disgusto. Se trabaja sobre ellas, se cambian e incluso se llegan a borrar. Supongo que puede haber quien encuentre tediosa esta parte. A mí, sin embargo, no me molesta. Es más, suelo disfrutarla, porque me gusta jugar con las palabras y la composición de oraciones hasta encontrar las que más me satisfacen (aunque reconozco que algunas veces dejo las cosas como están a pesar de que no acaban de convencerme). Ha sucedido, por ejemplo, en el caso de Tal vez, con los párrafos centrales: me parecen un tanto repetitivos. Creo que se podrían mejorar muchísimo, si el relato fuera más largo. En éste, debería haber recortado.
Otro de los puntos del relato que no acababan de satisfacerme era su primer inicio. Bien es verdad que no estaba mal del todo: esa sucesión de "tal vez" con sus correspondientes oraciones condicionales llevan al lector a preguntarse: Y si todas esas condiciones se hubieran dado, ¿qué habría pasado? Es más, en realidad, y puesto que no se han dado, qué le ha sucedido a este señor que me habla? Con lo cual se lograba el objetivo que perseguía: excitar la curiosidad del lector, que estará dispuesto a continuar la lectura. Sin embargo, no era suficiente. Yo quería algo más… impactante. Entonces, una se queda mirando la pantalla un rato mientras el cerebro piensa. Y, de repente, surge la idea: Aún soy… Abel Bourke. Es perfecta. La combinación de ese adverbio y el verbo por excelencia (el ser, naturalmente) es explosiva. Ahora sí que el lector se va a quedar ojiplático: ¿Cómo que "aún es"? Ah, casi seguro que no se va a escapar: seguirá leyendo.
Pero, claro, desde ese preciso instante, el personaje tiene un nombre (del que antes carecía), así que hay que pintarle un poquito para que el lector tenga algún dato más y, puesto que unos párrafos después, el personaje habla en términos despectivos de la juventud actual, es obvio que él tiene unos añitos. De nuevo me detengo y pienso. Hay muchas maneras de decir que se trata de un anciano. ¿Cuál es la que quiero yo? Yo deseo una forma que diga mucho del propio personaje, al que, en este punto del proceso creador, imagino como un tipo que ya lo ha vivido todo y ve la vida con un punto de ironía. Así pues, la forma que utilice para aludir a su ancianidad debe ser mordaz e incluso agresiva, de tal manera que, sólo con ella, el personaje dé una idea clara de sí mismo. Y es aquí donde surge la frase, junto a ese Aún soy…, que más me gusta de toda la historia: un hombre de edad provecta, según dicen aquellos que, a falta de arrestos suficientes para llamarme viejo, esgrimen el arte de la perífrasis sin respeto alguno a mi inteligencia.
Se añade después el segundo párrafo, que se utiliza para provocar un poco más al lector: se nos va a contar una historia que puede afectar a los ánimos frágiles y que, además, debe contarse deprisa porque algo va a pasar, pues ya se anuncia que al personaje le ocurre algo: pues he de conseguir narrarlo antes de que la disipación me alcance por completo y se evaporen las ideas conmigo. Claro, al final se entiende por qué Abel Bourke utiliza exactamente esas palabras, pero cuando la lectura sólo ha alcanzado ese segundo párrafo, no es más que una frase que anuncia un final próximo del personaje… Luego, venga, ¡un nuevo empujón al lector para que persista en la lectura!
Et voilà, ya está escrita la historia.
9 comentarios:
Bien, bien, este Making of, "según dicen aquellos que, a falta de arrestos suficientes para llamarlo 'Cómo se hizo', esgrimen el arte de la perífrasis en idiomas que nio siquiera hablan, sin respeto alguno a mi inteligencia", podría decirse.
Pero observo que, en tu modestia, has omitido lo más importante.
Un saludo.
He disfrutado leyendo los ondulantes vericuetos por los que has transitado para llevar a buen puerto el relato.
Y me ha encantado que le hayas puesto a la Etiqueta: "Detrás de un escrito".
Suena muy poético.
Posodo: ¿He omitido lo más importante? ¿Y lo he hecho por modestia? Pues no acabo de cuadrar el asunto...
Bate: Pues me alegro de que lo hayas disfrutado porque lo escribí para todos, pero por ti, que fuiste quien me dio la idea.
Saludos, amigos.
Ha sido una disección al nivel de CSI. Bromas aparte, me ha encantado que me hayas dejado curiosear un poquito dentro de tu mente al momento de la creación. Desde la idea germinal al cuento terminado.
(lo único malo es que como hace varios días no entraba a Finis Terrae, lo leí antes de leer 'Tal vez')
Me voy ya mismo a leerlo.
Saludos!!!
Ana Laura: Me gustó mucho escribir esta entrada, porque me obligó a pensar sobre cómo había escrito. Pude hacerlo porque era muy reciente y, de hecho, descubrí algunas cositas interesantes sobre cómo funciona la cabeza cuando está construyendo una historia. Me gustaría poder hacerlo con todas las historias que escribo (aprendería mucho, seguro), pero requiere mucho tiempo y concentración. Aunque parezca fácil, en realidad es bastante difícil buscar respuestas en la propia cabeza (al menos con respecto a este asunto).
Saludos, y gracias por visitarme.
Claro que no es fácil, es la famosa metacognición que se supone debemos promover en nuestros alumnos, así pueden repetir el proceso (de lo que sea que hayan hecho bien) exitosamente...
Laura; "metacognición" le daba yo a Zapatero ;-)
Ana Laura: Reflexionar sobre las decisiones conscientes que se toman (por qué uso esta palabra y no esta otra, por qué prefiero que la historia se desarrolle aquí y no allí, etc) es, hasta cierto punto, fácil pero explicar de dónde vienen las ideas..., uffff.
Mira,ayer estaba pensando a ver si se me ocurría una nueva historia, pero nada, la inspiración debía de estar echándose la siesta. Luego, al atardecer, me dio por reflexionar sobre cierto asunto que ocurre cuando doy a leer una de mis historias y, de repente, así, sin saber cómo ni por qué, apareció la nueva historia de la que estoy ahora ocupándome.
Pues a eso es a lo que me refiero: estás pensando una cosa y, repentinamente, salta la chispa. Eso no es cerebral, no es racional. A mí, desde luego, me resulta inexplicable.
Claro, no siempre ocurre así. A veces, la historia la montas conscientemente. Pero estos casos sí son fácilmente reconstruibles.
Muy buena disección Cid.
Por cierto, me preguntaste si había hecho la receta de solomillo al queso picón, pues aún no, pero, ummm, lo estoy deseando.
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