España invertebrada
El joven Rebolledo se fue por el pasillo con un libro en la mano gritando que aquello no era justo, que era un abuso, que a ninguno de sus amigos les hacían eso, que qué ganas tenía de que pasaran tres años para cumplir 18 y hacer lo que le diera la gana, que era increíble, que menuda pérdida de tiempo, que había quedado a las ocho en el metro, que iba a llegar tarde por su culpa, que mamáaaaaaa, que por favor, que le hiciera entrar en razón a papá...
El joven Rebolledo entró en su cuarto, dio un portazo [...], tiró el libro contra la pared como si arrojara una tarta a la cara de un payaso, se sentó en la cama y golpeó con el puño cerrado el colchó viscoelástico, que ni se inmutó. El joven, con la almohada en la cara, gritó un millón de palabras prohibidas. Después, se levantó, caminó hasta el fondo de su dormitorio, recogió el libro, se volvió a sentar en la cama y pasó hojas crispado mientras musitaba "No es justo".
Cuarenta y cinco minutos después, el joven Rebolledo salió de su cuarto, atravesó el pasillo, entró en el salón y alzó la voz: "¡Ya!". Su madre le miró con una sonrisa. Su padre levantó los ojos por encima del periódico, dobló el diario, lo dejó apoyado en la mesita de café, miró recto a los ojos de su hijo y dijo: "Segundo apellido".
El joven Rebolledo se mordió el labio inferior, dudó durante un segundo y dijo: "Olabarrieta" y después, sin que le preguntaran: "Nació en Pasajes, en Guipúzcoa". A su padre se le rizó la comisura de la boca y preguntó: "¿Cuántos hombres defendieron Cartagena junto a Blas de Lezo?". El joven contestó de mala gana: "España sólo tenía seis navíos de guerra, alrededor de tres mil soldados y medio centenera de indígenas flecheros contra los 186 barcos de la Armada británica y unos treinta mil soldados ingleses y voluntarios de las colonias de Virginia".
Su padre tomó un vaso de agua, le dio un sorbo pequeño y dijo: "¿Nombre de la nave capitana?". El joven dudó: "¿Ga, ga..., esto... Galicia?" Su padre asintió: "¿Qué gritó el almirante Vernon cuando fue derrotado?" El joven Rebolledo miró derecho a los ojos de su padre y masculló: "¡Que Dios te maldiga, Lezo!".
El padre dejó el vaso sobre la mesita sin decir palabra. El joven Rebolledo desmayó los brazos y preguntó: "¿Ya me puedo ir?". Su madre sonrió y su padre dijo: "Sí, claro". El joven salió corriendo al recibidor y cuando abrió la puerta aún pudo oír a su padre gritar: "El año que viene, si quieres ir a otra fiestecita de Halloween te tendrás que aprender la noche triste de Cortés, ¿estamos?".
Por José Antonio Fúster, en La Gaceta. Viernes, 1-Noviembre-2013
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Desde hace más de un año, en mi casa ya no se escucha ningún otro idioma, en la tele o en la radio, que no sea inglés. Ayer, mientras me aseaba después del desayuno, escuchaba la radio de Vaughan. Sin perderme en pormenores que alargarían el texto, simplemente contaré que, en determinado momento del programa, Vaughan trajo a colación al Gran Capitán. Hizo una pausa tras pronunciar este nombre, durante la cual debió de mirar a los alumnos que le acompañaban en el estudio, y preguntó: Do you know who he is? Uno de los alumnos, doy por supuesto que aquél al que le había dirigido la pregunta, musitó una negativa casi inaudible. And you? Preguntó a otro. La respuesta fue la misma. And you? And you? And you? Lo hizo con los tres o cuatro alumnos con los que comparte mesa de estudio cada mañana. La repetitiva pregunta obtenía siempre la repetitiva y humillante respuesta. Ninguno de ellos lo sabía. Yo, para entonces, tragaba buches de agua con gel y gritaba desde la ducha: Gonzalo Fernández de Córdoba, Gonzalo Fernández de Córdoba, caray -como si pudieran escucharme-, ¡¡Gonzálo Fernández de Córdoba!! cada vez que oía uno de esos humillantes and you?
De repente, Richard Vaughan volvió su atención al que primero había recibido la pregunta y esta vez le lanzó otro tipo de cuestión:
-Have you heard of Washington?
-Yes, I have.
-Have you heard of Lincoln?
-Yes, I have.
-Have you heard of...
Y así continuó con una retahíla de figuras históricas norteamericanas. La respuesta del alumno fue siempre la misma: Yes, I have. Entonces Vaughan se detuvo un instante y resopló. Este es el problema de España, dijo. Tenéis cientos de figuras heróicas, pero no conocéis a ninguna. No las tratáis con orgullo, no construís vuestra historia presente a lomos de la pasada. Por eso España continúa estando invertebrada.
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Ay, señor Rebolledo, si hubiera más padres como usted, otro gallo cantaría.