Del coche de pedales… a los 1.350 €
Lo que va de entonces a ahora… ¡Caray! Debía yo andar por los primeros cursos de la EGB cuando se dio esta conversación entre mi madre y yo:
–Mamá –dije–, mira a Javi Corchero…
Javi Corchero era uno de mis compañeros de clase y vecino nuestro, para más señas. Era un buen estudiante, lo que le había valido un estupendo regalo de sus padres a cuenta de las notas. Mientras la conversación que aquí transcribo se desarrollaba, Javi Corchero pedaleaba feliz en un cochecito, de asiento blanco inmaculado y volante negro, que simulaba ser de carreras. ¡Zum!, pasaba Javi Corchero calle arriba. ¡Zum!, volvía a pasar Javi Corchero, esta vez calle abajo. ¡Cómo me gustaba! ¡Ay, Dios, qué deseo tan fuerte de poseer uno tenía agarrado al corazón!
–¡Mira, mira…! –estábamos en que yo decía–. Ése es el coche que le han regalado por las notas.
–Es muy bonito –contestó mi madre con una parsimonia que contrastaba con los vehementes tirones que yo le estaba arreando a su bolso.
–¿Y por qué… –pregunté a bocajarro– a Javi, que sólo saca notables, le han regalado ese coche y vosotros a mí, que saco sobresalientes, no?
–Porque, hija…, estudiar es tu obligación y no se hacen regalos por cumplir con ella.
Punto en boca. Se acabó la conversación. Nunca tuve mi cochecito de pedales, aunque disfruté el de Javi siempre que éste me lo permitió.
Y hoy en día, ¿qué? Harta estoy de ver alumnos a los que padres irresponsables llenan de regalos a pesar de sus exiguos resultados académicos y su inadmisible comportamiento en clase. Ahí los tenemos, sin dar palo al agua pero interfiriendo, a veces con un exceso que roza lo insufrible, en el trabajo del profesor y de sus compañeros. Sin embargo, no debe de ser suficiente que estos chicos abúlicos alcancen todos sus anhelos (materiales, por supuesto) sin mover un dedo. Tampoco debe de serlo que el contribuyente español sufrague, inútilmente, con sus impuestos el asiento que estos chicos apáticos calientan día tras día con su trasero. No, tampoco debe de serlo. Por ello, quizá, al nuevo Ministro de Educación se le ha ocurrido la feliz idea de remunerarles con 1.350 eurazos de propina si no abandonan el colegio. Se va al traste, pues, justo el mayor de los deseos que tanto los alumnos estudiosos (que ven interrumpida su instrucción por los desmanes con que se comporta el futuro gratificado) como el profesor que lo sufre albergan en su corazón. Ya, por tanto, ni siquiera quedará el leve consuelo de contar en silencio los días que restan para el decimosexto cumpleaños del ganador de la lotería gabilondeña, momento en el cual la ley le permite abandonar las aulas. Todo sea por el bien de las estadísticas del ministro.
Lo que va de ayer a hoy se concreta en el material con que estamos hechos: la solidez de la pasta con que a nosotros nos formaron y la gelatina, sin base sobre la que sustentarse y que lo mismo le da inclinarse a un lado que a otro, con la que hoy fabricamos el soporte sobre el que habrán de sostenerse nuestros niños.
Del cochecito de pedales, hoy a mí me queda un entrañable recuerdo y una lección aprendida: la del significado de obligación. Con los 1.350 euritos que se van a ganar los vándalos y vagos que asolan las aulas, sólo criaremos jetas. ¡Y bien empleado nos estará el futuro que estos caraduras nos traigan! ¡Por necios!
Lo que va de entonces a ahora… ¡Caray! Debía yo andar por los primeros cursos de la EGB cuando se dio esta conversación entre mi madre y yo:
–Mamá –dije–, mira a Javi Corchero…
Javi Corchero era uno de mis compañeros de clase y vecino nuestro, para más señas. Era un buen estudiante, lo que le había valido un estupendo regalo de sus padres a cuenta de las notas. Mientras la conversación que aquí transcribo se desarrollaba, Javi Corchero pedaleaba feliz en un cochecito, de asiento blanco inmaculado y volante negro, que simulaba ser de carreras. ¡Zum!, pasaba Javi Corchero calle arriba. ¡Zum!, volvía a pasar Javi Corchero, esta vez calle abajo. ¡Cómo me gustaba! ¡Ay, Dios, qué deseo tan fuerte de poseer uno tenía agarrado al corazón!
–¡Mira, mira…! –estábamos en que yo decía–. Ése es el coche que le han regalado por las notas.
–Es muy bonito –contestó mi madre con una parsimonia que contrastaba con los vehementes tirones que yo le estaba arreando a su bolso.
–¿Y por qué… –pregunté a bocajarro– a Javi, que sólo saca notables, le han regalado ese coche y vosotros a mí, que saco sobresalientes, no?
–Porque, hija…, estudiar es tu obligación y no se hacen regalos por cumplir con ella.
Punto en boca. Se acabó la conversación. Nunca tuve mi cochecito de pedales, aunque disfruté el de Javi siempre que éste me lo permitió.
Y hoy en día, ¿qué? Harta estoy de ver alumnos a los que padres irresponsables llenan de regalos a pesar de sus exiguos resultados académicos y su inadmisible comportamiento en clase. Ahí los tenemos, sin dar palo al agua pero interfiriendo, a veces con un exceso que roza lo insufrible, en el trabajo del profesor y de sus compañeros. Sin embargo, no debe de ser suficiente que estos chicos abúlicos alcancen todos sus anhelos (materiales, por supuesto) sin mover un dedo. Tampoco debe de serlo que el contribuyente español sufrague, inútilmente, con sus impuestos el asiento que estos chicos apáticos calientan día tras día con su trasero. No, tampoco debe de serlo. Por ello, quizá, al nuevo Ministro de Educación se le ha ocurrido la feliz idea de remunerarles con 1.350 eurazos de propina si no abandonan el colegio. Se va al traste, pues, justo el mayor de los deseos que tanto los alumnos estudiosos (que ven interrumpida su instrucción por los desmanes con que se comporta el futuro gratificado) como el profesor que lo sufre albergan en su corazón. Ya, por tanto, ni siquiera quedará el leve consuelo de contar en silencio los días que restan para el decimosexto cumpleaños del ganador de la lotería gabilondeña, momento en el cual la ley le permite abandonar las aulas. Todo sea por el bien de las estadísticas del ministro.
Lo que va de ayer a hoy se concreta en el material con que estamos hechos: la solidez de la pasta con que a nosotros nos formaron y la gelatina, sin base sobre la que sustentarse y que lo mismo le da inclinarse a un lado que a otro, con la que hoy fabricamos el soporte sobre el que habrán de sostenerse nuestros niños.
Del cochecito de pedales, hoy a mí me queda un entrañable recuerdo y una lección aprendida: la del significado de obligación. Con los 1.350 euritos que se van a ganar los vándalos y vagos que asolan las aulas, sólo criaremos jetas. ¡Y bien empleado nos estará el futuro que estos caraduras nos traigan! ¡Por necios!
2 comentarios:
No hay que olvidar nunca, quien trajo tanta ignominia a las aulas, y lo que queda por ver. No es otra cosa que el derrumbe moral de varias generaciones de españoles, el mayor proyecto -conseguido- que ha sustentado primordialmente el programa del partido socialista obrero español. Alguna generación, un siglo de esto, pedirá cuentas, y yo lo quiero ver, es más, mi memoria estará plena de facultades para refrescar la memoria de quien quiera escuchar....
Tanta fustración tiene que salir algún día. Se han cargado España.
Cien por cien de acuerdo contigo. Es una ignonimia que sufro cada día (aunque reconozco que aún quedan alumnos por los que merece la pena el trabajo ímprobo que supone la enseñanza). Pero son los menos... La mayoría constituirán la "borreguez" del futuro. Desde luego, el PSOE tiene asegurado muchos años de poder con esas mentes embotadas que está (mal)educando y a las que manejará a su antojo. Y, por otra parte..., el futuro de España es muy negro y, sobre todo, dependerá más de lo que nos venga de fuera, que de nuestras propias cabezas.
Saludos.
S. Cid
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