Embragando, que es gerundio
Vuelvo a levantar el pie del embrague, despacito, despacito, despacito..., pero el coche se agita y por un momento parece que se va a calar. Desembrago una pizca y el motor se calma. Lo intento de nuevo y otra vez el coche se inquieta. Parece que le he perdido el tono al asunto. Pero insisto. Un poco de práctica y seguro que vuelvo a escuchar el ronroneo suave del motor acelerando sin problemas. O eso espero.
Después de un mes sin escribir una sola palabra, retomo la historia que comencé poco después de Navidad, y de la que tan sólo tenía esbozadas dos escenas. Hoy, en un arrebato de inspiración (a machacarse las neuronas pensando lo llamo inspiración, ¡ja!), ya he pergeñado los pasos de mi historia. Ya sé por dónde quiero ir, ya sé lo que va a pasar, ya intuyo lo que quiero dibujar y ya he llenado un par de huecos más en mi cuaderno de detalles de continuidad. De hecho, ya tengo bien anotado el plan de la historia. Ahora hay que ponerse a colocar una palabra detrás de otra. Y es aquí donde mi habilidad para el embrague y desembrague se nota un poco oxidada.
Escribo como un niño de cuatro años, aunque me consuelo pensando que al menos las ideas quedan expresadas y ya volveré sobre ellas con nuevos aires a darles una buena lavada. Pero me impacienta este motor quejumbroso, tan delicado que tirita en cuanto levantas el pie un poco más rápido de lo que su sutileza demanda. Avanzo a tirones, como un conductor novel, y se me cala el tecleo tantas veces, que me dan ganas de bajarme y tomar el autobús.
Veremos si mañana ando más espabilada. De momento, lo dicho: voy a bajarme de la historia y coger ese autobús que me está esperando en la forma de un buen libro (la mar de interesante, además) de Patricia Cornwell.
Pero antes de irme: ¿alguien puede sugerirme un título más llamativo que el que lleva la historia: Las monedas del Iscariote? No me convence nada, nada, nada...(a aquellos que que les suene el título porque leyeran esta historia en el Atrápame, les diré que ha cambiado bastante... Esta mañana la he enrevesado de tal forma, que parece otra (o casi otra).
Sugerencias, please.
4 comentarios:
La moneda número 31.
Posodo: ¿Y otra...?
Como bien sabes, lo de poner título siempre se me ha dado muy mal. Para mí era el peor ejercicio posible en Lengua: lee el texto y ponle un nuevo título... ¡Pero si ya tenía título! ¿Para qué cambiarlo...? Debe ser un "trauma" infantil o algo así... ;-)
Saludos
No importa, amigos. Creo que ya lo tengo (aún tengo que pensar un poco al respecto, pero creo que ya lo tengo): le voy a poner el título de Aracne.
Saludos.
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