¡Tiembla, Belén!
La aparición de aquellas dos plumillas por encima de las orejas me dejó perpleja. Recién levantada, juro que me creí aún inmersa en un sueño delirante que se complacía en mostrarme con aquella ridícula apariencia. Ladeé un tanto la cabeza, entorné los ojos y observé mi imagen reflejada en el espejo del baño. Una áspera mueca se dibujó en mi rostro a modo de sonrisa bufa; y es que, mientras contemplaba aquel irrisorio rostro que, reflejado en el espejo, a su vez me observaba a mí, sorprendí, corriendo por mi mente, el disparatado pensamiento de que, si me colocaba un capucha azul con máscara y dibujaba una A sobre la frente, parecería el mismísimo Capitán América.
Obviamente, no fui a trabajar. Telefoneé a la oficina y dije que me encontraba mal. Perpleja aún y, por qué no confesarlo, con el ánimo intranquilo, salí de casa con la cabeza escondida bajo una ridícula pamela digna de ser exhibida en el mismísimo Ascot y conduje hasta el hospital. Allí, hube de esperar un buen rato que dio para sumergirme en conmovedor monólogo de donde brotó la lacerante pregunta de si la dichosa pamela no estaría atrayendo sobre mí miradas más intensas y abundantes que la seducción que fueran capaces de producir las plumillas incrustadas en mi cuero cabelludo.
-¡Fascinante!
-¿Doctor...? -susurré angustiada.
-Jamás había visto nada parecido.
-¿Pero qué hacen ahí esas dos plumas?
-Ni idea.
¡Qué gran penetración la que prolifera en la profesión médica! Miré desesperada al doctor que, al fin, borró la sonrisa estúpida con que observaba las plumillas y se recompuso.
-No se preocupe, lo averiguaremos. Ahora váyase a casa, descanse hoy y a partir de mañana haga vida normal.
-¿No me va a dar la baja?
-¿La baja? ¿Se encuentra mal?
-No, pero usted comprenderá que no puedo ir por el mundo con estas...
-Lo siento, no es razón suficiente. Pase por la recepción y pida cita para las pruebas.
Mi compañera no cesó un instante de mirarme. A la hora del desayuno, intenté escabullirme, pero ella anduvo más lista que yo y se sentó junto a mí en la cafetería.
-¿Dónde te has hecho con ellas? -preguntó mientras removía el azúcar en el café y miraba asombrada las plumillas.
-¿Eh? -acerté a balbucear sorprendida.
-¡Me encantan! Quiero unas iguales.
-Me las trajo mi hermana del Soho -contesté inspirada.
-¿En Londres?
-A ver...
-¿Hay que ir hasta allí para conseguirlas?
-Sí -contesté con firmeza, viendo en aquella perogrullada el deus ex machina que me salvaría del ridículo-. Sólo las tienen allí.
Ella torció los labios y arrugó la nariz con un resoplido que demostró su disgusto.
-¡Vaya! -exclamó. Y quedó pensativa.
A la mañana siguiente, se me cayeron los ojos de las cuencas al verla entrar en la oficina con dos plumillas sobre las orejas.
-¿Te gustan? -me preguntó sonriente.
-Sí -contesté aún asombrada-, pero... ¿cómo?
-Soy mañosa para los trabajos manuales. En el colegio siempre sacaba sobresaliente en Pretecnología.
-Ah.
Pocas semanas después, las calles, el metro y los autobuses rebosaban de mujeres con plumillas en la cabeza. Las había de todos los tamaños y motivos: largas, cortas, blancas, como las mías, de colores, estampadas, a rayas, a cuadros, con lunares y motivos geométicos variados... Paris Hilton no salía de casa sin sus plumillas, en las cuales había incrustado una considerable cantidad de piedras preciosas, y las de Belén Esteban eran tan grandes que más parecían las de un casco vikingo que un adorno plumífero, estilizado y femenino.
-No damos con la razón -dijo el doctor semanas y cientos de pruebas después-, pero, tranquila, tenemos la solución. Quirúrgica, naturalmente, pero no se preocupe: será una intervención rápida y fácil.
-¿Cómo dice, doctor?
-Se las extirparemos en un pispás y la recuperación será rápida.
-¡De ningún modo, doctor! -exclamé alterada.
-¿Cómo? -preguntó sorprendido.
Sonreí barruntando ya mi periplo por las cadenas de televisión. Al fin podría abandonar la horrible oficina.
-Ni se le ocurra tocarme las plumillas. ¡Ahora, no!
Mi compañera no cesó un instante de mirarme. A la hora del desayuno, intenté escabullirme, pero ella anduvo más lista que yo y se sentó junto a mí en la cafetería.
-¿Dónde te has hecho con ellas? -preguntó mientras removía el azúcar en el café y miraba asombrada las plumillas.
-¿Eh? -acerté a balbucear sorprendida.
-¡Me encantan! Quiero unas iguales.
-Me las trajo mi hermana del Soho -contesté inspirada.
-¿En Londres?
-A ver...
-¿Hay que ir hasta allí para conseguirlas?
-Sí -contesté con firmeza, viendo en aquella perogrullada el deus ex machina que me salvaría del ridículo-. Sólo las tienen allí.
Ella torció los labios y arrugó la nariz con un resoplido que demostró su disgusto.
-¡Vaya! -exclamó. Y quedó pensativa.
A la mañana siguiente, se me cayeron los ojos de las cuencas al verla entrar en la oficina con dos plumillas sobre las orejas.
-¿Te gustan? -me preguntó sonriente.
-Sí -contesté aún asombrada-, pero... ¿cómo?
-Soy mañosa para los trabajos manuales. En el colegio siempre sacaba sobresaliente en Pretecnología.
-Ah.
Pocas semanas después, las calles, el metro y los autobuses rebosaban de mujeres con plumillas en la cabeza. Las había de todos los tamaños y motivos: largas, cortas, blancas, como las mías, de colores, estampadas, a rayas, a cuadros, con lunares y motivos geométicos variados... Paris Hilton no salía de casa sin sus plumillas, en las cuales había incrustado una considerable cantidad de piedras preciosas, y las de Belén Esteban eran tan grandes que más parecían las de un casco vikingo que un adorno plumífero, estilizado y femenino.
-No damos con la razón -dijo el doctor semanas y cientos de pruebas después-, pero, tranquila, tenemos la solución. Quirúrgica, naturalmente, pero no se preocupe: será una intervención rápida y fácil.
-¿Cómo dice, doctor?
-Se las extirparemos en un pispás y la recuperación será rápida.
-¡De ningún modo, doctor! -exclamé alterada.
-¿Cómo? -preguntó sorprendido.
Sonreí barruntando ya mi periplo por las cadenas de televisión. Al fin podría abandonar la horrible oficina.
-Ni se le ocurra tocarme las plumillas. ¡Ahora, no!
21 comentarios:
Me hizo mucha gracia esta historia. La verdad es que ha habido modas más ridículas que ésta, de las cuales yo todavía recuerdo unas cuantas.
Mañana, por si acaso, voy a mirarme en el espejo con mayor atención que de costumbre, no sea que empiecen los primeros síntomas y me agarren desprevenido.
Un saludo
PD: Una vez, hace tiempo, me había comprado otra pluma (de las de escribir) y se lo conté a mi madre. Ella me replicó: ya te falta menos para el pájaro.
Guido: Jajajajajaja, tranquilo, el virus plumífero parece afectar sólo a las mujeres, jajajaja.
Y más jajajajajaja, por el comentario de tu madre. Muy agudo, jajajaja. Te quedarías con cara de pavo, ¿no? Jajajajaja.;-)
Bueno, ahora que estamos tú y yo sólos por aquí, te confesaré que plumas detrás de las orejas puede que me salgan, o no, (que diría Rajoy), pero de lo que sí estoy segura es de que he debido ir perdiendo tornillos por ahí, porque cuando escribí este cuentecito me pregunté cómo demonios se me ocurrían gilitonteces tan gilitontas como ésta.
¿De dónde saldrá la inspiración para estas cosas? ¿Me faltará un tornillo de verdad? Jajajajaja.
Saludos y gracias por tu visita.:-)
Perdere tornillos es la única forma de poder mantener un imposible equilibrio en esta demencial y anodina sociedad de hoy en día, plagada de alienados, inmorales y abúlicos.
Un saludo
¿Pues sabes lo peor, Guido? Que cada día me sorprendo hablando más y más conmigo misma... en voz alta. Jajajajajaja. En serio, que estoy perdiendo el norte. Claro que, como bien dices, para chacharear con tipos de esos que rebosa la boba sociedad actual, mejor pegar la hebra con una misma, jajajaja.
Cómo va por aquí la cosa??
Me ha recordado un poco a aquella peli en la que a un niño le salían unos bultitos en la espalda que al tiempo resultan ser unas alitas. Al final vuela y todo.
Es una historia curiosa la que te ha salido, lo que no entiendo muy bien es el título...
Bate: Por aquí la cosa sigue as usually, aunque con plumas detrás de las orejas, jajaja. ¿Qué tal tu periplo por los madriles?
Belén: Ah, sí, recuerdo esa peli... Pero tiene un buen montón de años, ¿no?
El título se refiere a Belén Esteban: Tiembla, Belén..., porque empieza mi paseo por las televisiones y te voy a robar el puesto a cuenta de las plumitas, jajajaja.
Saludos, amigos.
Escúchame S.Cid, no es por ná, ni yo quiero meter cizaña entre vosotras y tal, tal, y etcetera,, pero creo que has llamado a mi amiga Sue (qué foto más otoñal, niña), Belén.
Y eso en una laicista, no debe sentir nada bien...jejeje.
PD: Por los madriles ya te contaré, acabo de llegar, guapa.
Bate: ¿Que yo he llamado Belén Esteban -esto sí que sería malo, malo, jajaja- a Sue? ¿¿¿Ein???
Lo de "guapa" está muy bien dicho, jajajaja ;-) G
Ah, coñ... (casi se me escapa, pero la ocasión lo merecía). Acabo de verlo... ¡¡¡Es verdad!!!
Perdón, Suuuueeee, te llamé Belén, jajajajaja. Sorry, que se me fue la olla.
Bate, me ha ocurrido lo mismo que sucedió aquel día, en tu blog, en que te llamé Posodo. ¿Te acuerdas? Me dijiste que no volviera, bajo ningún concepto, a llamarte con ese nombre porque bla, bla, bla y no sé cuántisimas cosas más...
- - - - -
Esto sí que es sembrar cizaña... jajajajaja ;-)
Don,t Worry, Cid, cosas peores me han llamado.
Mira, sin ir más lejos Bate me ha llamado "amiga" jajajajajaja.
En fin, ahora en serio y sin zizaña: La peli (lo he buscado, no soy Carlos Boyero) es de 1978... yo casi no había nacido :) así que Tobi debe ser ya un carcamal ¿seguirá teniendo alas?
(vaya, creo que tobi es de mi quinta)
Posodo!!, Hey!!, no eches cuenta a esta cizañera!!.
Si hay alguien que me agrada en este loco mundo internáutico eres tú. Lo sabes.
PD: No me juzgue mal, Sue
Tranquilo, Bate. Además, La cizaña también me gusta (me refiero a la aventura de Astérix, claro).
S.Cid: ocurrente la historia. imagíntae lo que sería si en vez de unas plumillas, fueran unos plumillas, y encima tertulianos, sin parar de hablar, interrumpiéndose continuamente... entonces, sí habría que operar de urgencia.
Feliz Día Nacional de la Salud.
Sue: Chica, Sue, es que estaba con lo de la explicación del título en la cabeza cuando te respondí, y se me fue el santo a saber dónde, de modo que te coloqué el Belén y no me di ni cuenta.
De la peli sabía que era muy antigua. La vi en mi más tierna infancia y, por cierto, recuerdo que no me gustó mucho. Ahora no sabría decir por qué, pero no me gustó.
Bate: Jajajajajajajajajajajajajajaja. Ah, no, que me estoy riendo mal. Aquí procede una risa maligna: juuaaa,jua,jii,jua,jiiii
Posodo: Hago solemne promesa de que no veo los programas del corazón, pero, alguna vez, mientras zapeo, me topo con ellos y escucho durante unas décimas de segundo el griterío con que se comunican. ¿Esto a que viene? A que, últimamente, en las tertulias radiofónicas que suelo escuchar, comienzan los tertulianos a adquirir unos modos semejantes a los contertulios de la casquería. Se han vuelto para mí profundamente molestos. Cada vez las escucho menos, de hecho. De modo que si fuera cargando con dos plumillas (ellos) todo el día detrás de las orejas, creo que me suicidaría.
Saludos, amigos.
Demoledor:
Hitler se entera del rechazo a la ley Sinde
¿Pero en este vídeo no salía ya Hitler hablando de otra ley socialista, o algo así?
Quién mejor que un político nacional-socialista para hablar de leyes socialistas.
El vídeo es buenísimo. Me he jartao de reir, en serio.
Bate: veremos lo que tarda ese video en desaparecer.
Pero hasta entonces, riamos, riamos.
Joder Posodo! ¿Tan malvado era el profesor Manglano para que le montaran un video comparándolo con Adolf?
Jajajajaja, eso fue lo que pensé yo también, Bate, cuando leí el texto al que conducía el enlace del amigo Posodo, dichoso superviviente del malvado profesor Manglano, jajajajajaja.
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