Al lector interesado en este texto:
Aquel que no haya leído previamente las historias El arca de Noé y Fe debería hacerlo, pues, de otra forma, no podrá entender el que ahora mismo tiene ante sus ojos.
Caminos inescrutables
Allí no había nada. Ni siquiera él era consciente de estar. No, hasta que la alarma comenzó a sonar y el ordenador central activó el programa que controlaba la cápsula de sueño e inició el proceso de deshibernación que habría de interrumpir el largo dormir del viajero sideral. A pesar de la urgencia que el repetitivo sonido de la alarma sugería, despertar y volver a la vida un cuerpo que había dormido durante sabe Dios cuánto no era cuestión baladí. Sin embargo, y a pesar de la aparente urgencia, la actuación humana no parecía imprescindible: para cuando David logró volver a su ser y fue consciente de la situación, la nave había recabado los datos necesarios para la toma de cualquier decisión y, en previsión de un ataque, tenía activadas todas las defensas, pese a lo cual el vello de David se erizó cuando supo lo que ocurría.
-Infórmame -le gritó al ordenador central mientras recorría los pocos metros que lo separaban de la sala de mandos.
-Aproximación de nave desconocida -contestó la máquina.
-¿Desconocida? ¡Es imposible! -exclamó David para sí-. ¿Nos ha detectado?
-Afirmativo.
-¿Amenazas?
-Ha activado sus defensas.
-Como nosotros -pensó David-, lo que no significa que alberguen intención de ataque...
Trataba así de alcanzar una confianza que, sin embargo, no lograba asir por completo. Sabía que la nave guardaba grandes posibilidades, tanto de ataque como de huida, y que no era fácil, por tanto, ni capturarla ni destruirla, sin embargo, su calma era aparente y él era consciente de ello, lo que le hizo sonreír: ¿a quién trataba de asombrar? ¿A un ordenador, tal vez? El único organismo vivo en aquel espacio resguardado de la nada por unas potentes, pero simples, paredes metálicas era él.
-Características de la nave -pidió con voz imperiosa al ordenador.
-Similares a otras naves terrestres.
-¿Cómo?
-Similares a... -trató de repetir la máquina.
-¿Y, sin embargo, desconocida? -gritó David.
-Afirmativo.
-¡Es imposible! Has cometido un error.
-Negativo.
-Imagen.
Una amplia pantalla se desplegó delante de sus ojos e inmediatamente apareció reflejada sobre ella la figura de una nave de aspecto ciertamente similar a la suya propia.
-¿Qué símbolos son esos que muestra en su proa? -preguntó David. Por toda respuesta, el ordenador activó el zoom y una palabra apareció ante los ojos del anonadado astronauta:- Prometheus... ¡La nave se llama Prometheus! -exclamó a gritos David-. Dios santo..., es una nave terrestre...
-Imposible -atajó la voz del ordenador-. No existe ninguna nave con ese nombre en la base de datos.
-Comunicación.
-No existen canales abiertos.
-Búscalos.
A David le llevó un buen rato asimilar el hecho de que la voz que se escuchó a través de los altavoces fuera humana y se expresara en inglés y, sin embargo, lo fue aún más descubrir que la nave, efectivamente, procedía de un planeta que ellos llamaban Tierra, que estaba situado en las coordenadas exactas donde un día giró su propio planeta en torno al Sol que reinaba en su sistema solar y que... ese planeta, empero, se movía ahora en la más rotunda oscuridad alrededor de una estrella que ya no existía en un universo que se había apagado. Las noticias, por más que no hubiera motivo aparente para que fueran falsas, debían de serlo. La Tierra, su Tierra, se consumía en aquellos precisos instantes en una bola de fuego y no había nada que pudiera hacerle concebir otro final para aquella catástrofe que le había expulsado de su hogar y obligado a emprender una aventura que, tras la muerte de Laurence y los embriones, lo había dejado absolutamente solo en el universo.
- - - - - - - - -
Sólo el tiempo le otorgó la confianza suficiente para que decidiera, al fin, acceder a una entrevista cara a cara con los viajeros de la nave Prometheus, náufragos estelares como él mismo.
-¿Deseas una taza de té o tal vez te apetecería algo... un poco más fuerte? -preguntó el capitán mientras mostraba una botella de coñac.
-Por favor... -contestó David con la mirada fija en la botella.
-Entonces, no hay duda -prosiguió el capitán de la nave Prometheus-, ambos procedemos del mismo planeta...
-¡Parece increíble!
-Y, sin embargo, ha sucedido.
-Esto es más difícil que hallar una aguja en un pajar.
-Jajajajaja -rio el capitán-. Si hasta tenemos los mismos dichos...
-Pero es, ciertamente, lo que ha ocurrido. Que encontrarais ese agujero de gusano que os condujo hasta este universo es verdaderamente increíble. Mi nave, sin duda, también atravesó uno durante mi periodo de hibernación...
-Y aquí estamos ambos, procedentes de un mismo planeta que ha existido en universos diferentes y cuya destrucción nos expulsó de él.
-La tuya por el frío y la oscuridad, la mía por el calor... ¡Qué desenlaces tan dispares...!
-El Destino, sin duda, amigo... Estaba escrito que nos encontráramos y le diéramos una nueva oportunidad a la humanidad. En mi Tierra quedaron en suspenso, creyendo que jamás alcanzaríamos el éxito. Nuestro encuentro, sin embargo, me da mucho qué pensar. Sin duda, ese Dios en el que tan poco fiamos, ha movido algunos hilos y...
-Nos ha regalado esa nueva oportunidad.
David pensó en Laurence, cuyo cuerpo congelado aún no se había decidido a expulsar de la nave. Torció el gesto por ella... ¡Cuán feliz hubiera sido de haber compartido aquel momento! La felicidad de no saberse solo lo embargaba, pero ello no era óbice para que sintiera cierto pellizco en el alma por haber perdido a su compañera. La voz potente del capitán, sin embargo, lo sacó de su meditación errabunda:
-Venga, David, quiero que conozca al resto de la tripulación. Permítame presentarle a la teniente Laurence...
Aquel que no haya leído previamente las historias El arca de Noé y Fe debería hacerlo, pues, de otra forma, no podrá entender el que ahora mismo tiene ante sus ojos.
Caminos inescrutables
Allí no había nada. Ni siquiera él era consciente de estar. No, hasta que la alarma comenzó a sonar y el ordenador central activó el programa que controlaba la cápsula de sueño e inició el proceso de deshibernación que habría de interrumpir el largo dormir del viajero sideral. A pesar de la urgencia que el repetitivo sonido de la alarma sugería, despertar y volver a la vida un cuerpo que había dormido durante sabe Dios cuánto no era cuestión baladí. Sin embargo, y a pesar de la aparente urgencia, la actuación humana no parecía imprescindible: para cuando David logró volver a su ser y fue consciente de la situación, la nave había recabado los datos necesarios para la toma de cualquier decisión y, en previsión de un ataque, tenía activadas todas las defensas, pese a lo cual el vello de David se erizó cuando supo lo que ocurría.
-Infórmame -le gritó al ordenador central mientras recorría los pocos metros que lo separaban de la sala de mandos.
-Aproximación de nave desconocida -contestó la máquina.
-¿Desconocida? ¡Es imposible! -exclamó David para sí-. ¿Nos ha detectado?
-Afirmativo.
-¿Amenazas?
-Ha activado sus defensas.
-Como nosotros -pensó David-, lo que no significa que alberguen intención de ataque...
Trataba así de alcanzar una confianza que, sin embargo, no lograba asir por completo. Sabía que la nave guardaba grandes posibilidades, tanto de ataque como de huida, y que no era fácil, por tanto, ni capturarla ni destruirla, sin embargo, su calma era aparente y él era consciente de ello, lo que le hizo sonreír: ¿a quién trataba de asombrar? ¿A un ordenador, tal vez? El único organismo vivo en aquel espacio resguardado de la nada por unas potentes, pero simples, paredes metálicas era él.
-Características de la nave -pidió con voz imperiosa al ordenador.
-Similares a otras naves terrestres.
-¿Cómo?
-Similares a... -trató de repetir la máquina.
-¿Y, sin embargo, desconocida? -gritó David.
-Afirmativo.
-¡Es imposible! Has cometido un error.
-Negativo.
-Imagen.
Una amplia pantalla se desplegó delante de sus ojos e inmediatamente apareció reflejada sobre ella la figura de una nave de aspecto ciertamente similar a la suya propia.
-¿Qué símbolos son esos que muestra en su proa? -preguntó David. Por toda respuesta, el ordenador activó el zoom y una palabra apareció ante los ojos del anonadado astronauta:- Prometheus... ¡La nave se llama Prometheus! -exclamó a gritos David-. Dios santo..., es una nave terrestre...
-Imposible -atajó la voz del ordenador-. No existe ninguna nave con ese nombre en la base de datos.
-Comunicación.
-No existen canales abiertos.
-Búscalos.
A David le llevó un buen rato asimilar el hecho de que la voz que se escuchó a través de los altavoces fuera humana y se expresara en inglés y, sin embargo, lo fue aún más descubrir que la nave, efectivamente, procedía de un planeta que ellos llamaban Tierra, que estaba situado en las coordenadas exactas donde un día giró su propio planeta en torno al Sol que reinaba en su sistema solar y que... ese planeta, empero, se movía ahora en la más rotunda oscuridad alrededor de una estrella que ya no existía en un universo que se había apagado. Las noticias, por más que no hubiera motivo aparente para que fueran falsas, debían de serlo. La Tierra, su Tierra, se consumía en aquellos precisos instantes en una bola de fuego y no había nada que pudiera hacerle concebir otro final para aquella catástrofe que le había expulsado de su hogar y obligado a emprender una aventura que, tras la muerte de Laurence y los embriones, lo había dejado absolutamente solo en el universo.
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Sólo el tiempo le otorgó la confianza suficiente para que decidiera, al fin, acceder a una entrevista cara a cara con los viajeros de la nave Prometheus, náufragos estelares como él mismo.
-¿Deseas una taza de té o tal vez te apetecería algo... un poco más fuerte? -preguntó el capitán mientras mostraba una botella de coñac.
-Por favor... -contestó David con la mirada fija en la botella.
-Entonces, no hay duda -prosiguió el capitán de la nave Prometheus-, ambos procedemos del mismo planeta...
-¡Parece increíble!
-Y, sin embargo, ha sucedido.
-Esto es más difícil que hallar una aguja en un pajar.
-Jajajajaja -rio el capitán-. Si hasta tenemos los mismos dichos...
-Pero es, ciertamente, lo que ha ocurrido. Que encontrarais ese agujero de gusano que os condujo hasta este universo es verdaderamente increíble. Mi nave, sin duda, también atravesó uno durante mi periodo de hibernación...
-Y aquí estamos ambos, procedentes de un mismo planeta que ha existido en universos diferentes y cuya destrucción nos expulsó de él.
-La tuya por el frío y la oscuridad, la mía por el calor... ¡Qué desenlaces tan dispares...!
-El Destino, sin duda, amigo... Estaba escrito que nos encontráramos y le diéramos una nueva oportunidad a la humanidad. En mi Tierra quedaron en suspenso, creyendo que jamás alcanzaríamos el éxito. Nuestro encuentro, sin embargo, me da mucho qué pensar. Sin duda, ese Dios en el que tan poco fiamos, ha movido algunos hilos y...
-Nos ha regalado esa nueva oportunidad.
David pensó en Laurence, cuyo cuerpo congelado aún no se había decidido a expulsar de la nave. Torció el gesto por ella... ¡Cuán feliz hubiera sido de haber compartido aquel momento! La felicidad de no saberse solo lo embargaba, pero ello no era óbice para que sintiera cierto pellizco en el alma por haber perdido a su compañera. La voz potente del capitán, sin embargo, lo sacó de su meditación errabunda:
-Venga, David, quiero que conozca al resto de la tripulación. Permítame presentarle a la teniente Laurence...