Notas de un narrador omnisciente
Las casas de hoy en día son demasiado pequeñas para guardar todo lo que uno desea conservar, de modo que, de cuando en cuando, resulta inaplazable la dura tarea de hacer limpieza y echar lastre fuera. Sin fuerzas para ello, hacía tiempo que venía proponiéndome este penoso quehacer sin decidirme, no obstante, a encararlo con gallardía. Pero, al fin, y dado que el espacio no puede ser expandido a voluntad, elegí esta mañana de sábado para hacerlo.
Con un suspiro contenido en la garganta a fuer de tenacidad, fui apilando en tres montones los objetos y documentos revisados: el montón de sentenciados, el de indultados y, el más lacerante de todos, el de la duda.
Con un suspiro contenido en la garganta a fuer de tenacidad, fui apilando en tres montones los objetos y documentos revisados: el montón de sentenciados, el de indultados y, el más lacerante de todos, el de la duda.
Fue en éste último, precisamente, donde coloqué uno de mis cuadernos verdes, que son aquellos en los que tomo nota de los pensamientos y emociones de los personajes de cuya narración me hago cargo. Lo vi caer sobre la pila de dudosos con la levedad de una pluma, como si deseara no llamar la atención y no fuera otro su propósito que el de someterse dócilmente a mi arbitrio, y quizá fue esa sutileza, esa sensación de abandono a la que mansamente se entregó lo que excitó mi curiosidad. De modo que me detuve indeciso y lo observé largamente sin decidirme por continuar con mi labor como juez inclemente.
Al fin, lo tomé entre las manos y sopesé sus posibilidades de salvación sin atreverme a emitir un dictamen. Lo abrí tímidamente, porque volver sobre asuntos que conciernen el corazón de los personajes cuando ya no es necesaria mi labor siempre me resulta un tanto indecente: husmear entre sus emociones, recordarlas, cuando ya deberían estar olvidadas, hacerles sentir de nuevo que no hay lugar donde puedan esconderse de mí, acaba por convertirse en una labor desagradable, pese a que estoy sometido al acuerdo de confidencialidad que siempre firmo con el escritor que me contrata. Pero no pude resistirme, no en aquel momento en que tenía que decidir si enviar el cuaderno a la pila de los condenados o a la de los indultados. De modo que, valga esta confesión abochornada como descargo de mi flaqueza, lo abrí y volví sobre aquellas notas que no llegaron jamás a publicarse a cuenta de la brevedad con que hoy en día han de escribirse las historias, y que cada vez reduce más mi trabajo, hasta que lo haga inútil y lo condene a la desaparición.
Al fin, lo tomé entre las manos y sopesé sus posibilidades de salvación sin atreverme a emitir un dictamen. Lo abrí tímidamente, porque volver sobre asuntos que conciernen el corazón de los personajes cuando ya no es necesaria mi labor siempre me resulta un tanto indecente: husmear entre sus emociones, recordarlas, cuando ya deberían estar olvidadas, hacerles sentir de nuevo que no hay lugar donde puedan esconderse de mí, acaba por convertirse en una labor desagradable, pese a que estoy sometido al acuerdo de confidencialidad que siempre firmo con el escritor que me contrata. Pero no pude resistirme, no en aquel momento en que tenía que decidir si enviar el cuaderno a la pila de los condenados o a la de los indultados. De modo que, valga esta confesión abochornada como descargo de mi flaqueza, lo abrí y volví sobre aquellas notas que no llegaron jamás a publicarse a cuenta de la brevedad con que hoy en día han de escribirse las historias, y que cada vez reduce más mi trabajo, hasta que lo haga inútil y lo condene a la desaparición.
Los ojos chispearon risueños al deslizarse por entre las páginas. ¡Kate West y Charles Carter! De modo que aquél era su cuaderno... No pude evitar sonreír al volver sobre ellos. ¡Qué pareja tan cautivadora! Levanté la cabeza un instante y dejé que la memoria evocara su historia. El tiempo pasó envuelto en recuerdos sin que me percatara de cuán rápido se escapa de nuestras vidas y sólo con el cegador reflejo del sol sobre el cristal de la ventana acabé por despertar de mis ensoñaciones.
Las visiones oníricas por las que había viajado me agitaron el pecho y lo volvieron un tamboril escandaloso que repiqueteaba con el desacierto del ciego enamoramiento a que a veces te conduce la fascinación con que unos personajes te seducen. Susurrando una disculpa, volví al cuaderno y hojeé sin rubor sus páginas. Sólo unas cuantas, me prometí en silencio, y lo cerraría.
Las visiones oníricas por las que había viajado me agitaron el pecho y lo volvieron un tamboril escandaloso que repiqueteaba con el desacierto del ciego enamoramiento a que a veces te conduce la fascinación con que unos personajes te seducen. Susurrando una disculpa, volví al cuaderno y hojeé sin rubor sus páginas. Sólo unas cuantas, me prometí en silencio, y lo cerraría.
Allí estaba el trozo seleccionado por el escritor y su editora:
-¿Entonces debo entender que considera a Craig Dawes sospechoso?
-Es una opción que debemos valorar, aunque sus posibilidades para cometer los crímenes se vuelven prácticamente nulas si, tal y como usted afirma, tiene el pie como un balón de rugby.
-Lo tiene. Él no ha podido ser.
-Y en realidad creo que Sir Dawes tampoco -admitió ella-. Está hecho unos zorros. No tendría fuerza para tender la trampa del sedal y moverse con agilidad por el campo, como parece hacerlo el asesino pese a su...
Kate calló y sintió cómo se ruborizaba.
-No tema decirlo, miss West: cojera. Soy cojo, pero no hay por qué evitar esa palabra.
-Lo siento -susurró ella.
-No se preocupe. Me sobrepongo a mi... desnivel tan bien como puedo -Charles la miró divertido, pretendiendo hacerle llegar el alivio que ella necesitaba en aquel momento-. En lo que a mí respecta, estoy decidido a vivir como un hombre normal.
-Me alegra esa decisión, inspector. No hay nada en usted que le impida vivir como tal.
Apoyé el cuaderno aún abierto sobre el pecho y dejé vagar la mirada. Lo había prometido: sólo un vistazo. ¡Pero qué débil es el espíritu! Por alguna otra parte habían de hallarse los pedazos de vida que el escritor y la editora desdeñaron...Pasé rápido las hojas de mi cuaderno verde en busca de ellos y, al fin, lo encontré. Todo recogido con buena letra, sin que se escapara un sólo detalle de cada uno de sus pensamientos:
¿Cómo he podido ser tan estúpida? (juntó las manos y las escondió entre las rodillas). Para ser tan lista como dicen que eres, cometes errores imperdonables, Kate West. Mejor harías en quedarte calladita (dejó salir en silencio el aire que le oprimía el pecho y sintió cierto alivio). Me pregunto qué estará pensando. Quizá si me atreviera a levantar la vista y lo mirara podría reconocer en su rostro un gesto que me indicara cómo lo ha tomado (dejó pasar unos segundos durante los que buscó fuerzas para hacerlo, pero al fin no se decidió a intentarlo). ¡Qué vergüenza! (se sintió enrojecer las mejillas y deseó que una ráfaga de viento las refrescara). Ha reaccionado como un caballero, pero mi torpeza es imperdonable y seguramente habré bajado unos cuantos puntos en su estima (unos ligeros surcos se marcaron en la frente de Kate y la sombra de un cierto desconsuelo apareció entre ellos). Aunque..., sí, (de reojo lo miró) parece conducir tranquilo. ¡Y sonríe! (aquello le dio esperanzas). Claro que vete a saber si no estará disimulando. (Detuvo un instante su soliloquio acelerado y pensó). ¿Charles Carter hace esas cosas? (miró por la ventanilla y se concentró en la idea). ¡No! (se contestó al fin). Es un tipo demasiado íntegro para pretender aparentar lo que no es o siente. ¡Oh, Dios, qué estará pensando! Si pudiera observarlo de frente, estudiarlo detenidamente, podría hacerme una idea, pero sé que si lo intento, volverá la vista hacia mí y me llevará a una conversación que ahora no puedo mantener. Necesito pensar. Intenta imaginarlo, Kate, piensa, eres lista para estas cosas. Es un hombre amable, que no se deja llevar por primeras impresiones, de modo que su juicio para con mi pifia no debe de haber sido muy duro. Creo que le caigo bien. Sí, estoy bastante segura de ello. No puede haberme tachado con una cruz por un error que, sin embargo, ya no podré subsanar. (Apretó aún más fuerte las rodillas y sintió un crujido en los dedos de la mano al que no dio importancia). ¡Un error que no podré subsanar! He ahí el quid de la cuestión. En realidad, la digna de lástima soy yo (se tragó un hipido y sintió la asfixia que el esfuerzo le produjo): creerá que me importa su cojera más de lo que me importa él. (Entrecerró los ojos y con un leve movimiento de la cabeza negó una posibilidad que deseaba soslayar). ¿Será tan torpe de creerlo? ¿Será tan torpe como he sido yo?
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Creo que he reaccionado con naturalidad. No es que lo de ser un tullido lo lleve bien del todo, pese a que trato de aparentarlo y creo que la gente incluso se lo traga, pero intento que no afecte a mi vida más de lo que ya lo hace. Pobre miss West, se ha sonrojado tanto que llegué a pensar que le daría un soponcio y ahora no es capaz de mirarme. Tranquilícese, Kate, no se lo he tomado en cuenta, en serio. Sé que no ha pretendido desairarme. No quiero mirarla directamente para que no se sienta más cohibida aún, pero si me atreviera a echar un vistazo disimuladamente... Sí, sigue mirándose las rodillas. ¡Pero, cuidado, no apriete tan fuerte! Mírese las manos. ¡Están blancas! Venga, mujer, ¿dónde está la joven espabilada, de réplica rápida e inteligente, que me acorrala en la esquina cada vez que le viene en gana? ¿No va a volver a mirarme, miss West? ¿Y qué hago yo ahora? Parece que mi intento por aliviarle el mal rato no ha tenido éxito. Lo cierto es que el chiste sobre mi desnivel ha sido bastante malo. Para ser un tipo con buenas salidas, esta vez no has andado muy hábil, Charles. Aunque, con franqueza, nunca consigo serlo del todo con ella. ¿Por qué siempre acaba por tener la última palabra? Cada conversación con ella es un reto. Y... (se sonrió sin percatarse de que Kate lo observaba de reojo) ¡me encantan esos retos!, pese a que casi siempre acabe por perderlos. Y esa respuesta.... No es el tipo de mujer al que una pierna le importe más que el resto de la persona. Estoy seguro de ello. Es asombrosa. Y lo ha dicho: no hay nada en mí que me impida vivir como un hombre normal.
Cerré el cuaderno y lo sujeté con una mano mientras el sol que se colaba por la ventana dibujaba sobre la tapa la sombra de mi pulgar. ¿Arriba? ¿Abajo? ¿Hacia dónde había de inclinarlo? La pila de los condenados y la de los indultados aguardaban mi decisión.
Cerré el cuaderno y lo sujeté con una mano mientras el sol que se colaba por la ventana dibujaba sobre la tapa la sombra de mi pulgar. ¿Arriba? ¿Abajo? ¿Hacia dónde había de inclinarlo? La pila de los condenados y la de los indultados aguardaban mi decisión.
7 comentarios:
Señoría, el Jurado ha llegado ya a un veredicto: indulto...
Gallardón lo indultaría sin pestañear. Haz que lleve el caso el bufete de su pariente.
Por cierto, está bien la duda por lo del museo pero, en cualquier caso, supongo que todas las notas estarán ya debidamente guardadas y organizadas en carpetas y colores en el Scrivener ¿no?
En realidad, no hay nada que indultar pues no se ha cometido delito alguno, y, por ello, no procede ningún castigo.
O sea, absolución absoluta.
Condena en el Séptimo Párrafo. Para el escritor y su editora. ¡Acabáramos!
Y el caso es que yo a este señor que escribe hoy aquí no lo conozco. ¿Quién es ese narrador omnisciente, y el escritor, y la editora? Pero si yo no tengo ningún cuaderno verde, que todo va anotado en papelitos que ya habrán sido espachurrados en la planta de reciclaje de papel...
PS: tranqui, Caraguevo, en Scrivener no; pero tengo una carpetita especial en DropBox con uuuuuuunnnnn montón de notas e ideas.
Saludos, amigos.
Primero, mi queridísima S. Cid, necesitaría saber cual es la sentencia reservada a esos objetos y documentos sentenciados, ummm... ¿sentenciados a vivir en el olvido?, ¿setenciados a ser colocados en un montón futuro todavía no definido?, ¿sentenciados a cadena perpetua en el último cajón del escritorio?...
Aunque, ¿por qué no crear una subdivisión dentro de los montoncitos ya creados? Por ejemplo, en el de indultados, tener indultados con premio específico...
;-)
Dama: Pues, mi queridísima Dama, para ser sincera, tengo documentos que guardo como oro en paño porque me son (y me serán) necesarios, así que están bajo la custodia de DropBox (con sus copias en el portátil y en el ordenador de mesa).
Luego, tengo anotaciones en papeles ya utilizadas (y por ello recogidas en las historias y, a veces, si son muuuuyyyy importantes para desarrollos posteriores, también en los documentos arriba mencionados).
Y, por último, sí que tengo un cuaderno con anotaciones que me pueden (o no) ser de utilidad.
Luego, además, está el cuaderno para los detalles de continuidad, ya sabes...
Así que, no, en realidad no hay nada que tenga que ser indultado. Hay:
-cosas importantes que tienen que guardarse sí o sí.
-cosas que... bueeeenoooo, quizá sirvan.
-cosas que ya se han utilizado y de las que se puede prescindir, estas van al montón de los condenados.
Pero, sí (y dando respuesta a tu pregunta, después de todo este rollo) algunas anotaciones tienen su premio específico... ;-)
Y, por cierto, ¿no te has dado cuenta de que la conversación transcrita en la historia... no tiene lugar, en realidad, mientras van en el coche? Jeje, las historias suelen dar muchas vueltas de cómo se piensan, e incluso escriben, al principio y de cómo acaban al final.
;-)
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