España, convidada de piedra
Parte de mi vida como estudiante la pasé en un colegio mercedario, de modo que, por un lado, no se me esconde la biografía de Pedro Nolasco y, por otro, en mi visión del mundo, Tirso de Molina es mucho más que el autor de El burlador de Sevilla.
Sin embargo, y aunque el carisma mercedario acabó por prender en mi memoria, la cercanía de un colegio de escolapios repleto de niños monos, dos de los cuales eran mis hermanos -motivo doble que explica por qué más de un romance se evaporó entre los ayes de una hermana casi tan irritada con ellos como chiflada por el chico anhelado-; la cercanía de un colegio de escolapios, decía, inclina a la ausencia y la ensoñación, por lo que es fácil imaginar que en la época de la que hablo, plena adolescencia, una no estaba para prestar mucha atención a la monja que se recreaba en contar las bondades de la orden mercedaria. La liberación de cautivos es su lema y, aunque suspirando por el escolapio apetecido por el corazón, confieso que algo de mí escuchaba a la monja en aquellas clases de religión en las que una no podía evitar que le recorrieran escalofríos al pensar en lo valiente que habían de ser los frailes para, cuando faltaba con qué pagar el rescate, irse así, motu proprio, a cambiarse por un prisionero en tierras lejanas. Por supuesto, casos como el del mundano fraile mercedario al que acompaña Lázaro en el Cuarto Tratado eran simplemente eso: casos… excepcionales. Mucho me quedaba entonces por aprender de la vida, pero, y a pesar de la doblez del alma humana, mercedarios hubo que dieron su vida por otros.
“¿Y qué? -se preguntará el lector-. ¿Acaso pretende vendernos una suscripción al sublime mundo de la Merced?”. No, no…, amigo leedor. No se trata de eso. Toda la retórica previa no deja de ser, por una parte, la búsqueda del deleite en las vivencias del pasado y, por otra, viene a servirme de rodeo para introducir el asunto que desde el principio quería tratar: el fiasco del Alakrana.
Creo -aunque hay bastantes posibilidades de que me equivoque, pues esta memoria mía no da más que para lo absolutamente imprescindible- que era Ansón quien llamaba a nuestro bondadoso presidente Zapatero, el de las mercedes. Se debía el remoquete a las dádivas con que este tipo se prodiga para su simple bien -que el de los demás le suele importar un colín- y no a la Merced de la que hablaba ahí arriba. Mas parece que la vida, atando cabos aquí y allá, se complace en retorcer la existencia y traer hasta la realidad lo que nunca pudo alcanzar la imaginación: que el laico ZP satisface el rescate con que liberar a los cautivos apresados por los piratas. Eso… porque no hay de lo otro para irse a cambiar por ellos, claro. ¡Si Cervantes levantara la cabeza… y la volviera hacia Argel…!
Y es que, para ir terminando, hace un par de días no pude dejar de asociar dos ideas mientras, al ojear el ABC en el recreo, encontré el chiste de Martín Morales al tiempo que iba mi mente trazando el bosquejo de este escrito: que España ha quedado, merced al ansia infinita de paz que alberga el alma de ZP, como simple convidada de piedra en las funciones circenses del planeta.
Parte de mi vida como estudiante la pasé en un colegio mercedario, de modo que, por un lado, no se me esconde la biografía de Pedro Nolasco y, por otro, en mi visión del mundo, Tirso de Molina es mucho más que el autor de El burlador de Sevilla.
Sin embargo, y aunque el carisma mercedario acabó por prender en mi memoria, la cercanía de un colegio de escolapios repleto de niños monos, dos de los cuales eran mis hermanos -motivo doble que explica por qué más de un romance se evaporó entre los ayes de una hermana casi tan irritada con ellos como chiflada por el chico anhelado-; la cercanía de un colegio de escolapios, decía, inclina a la ausencia y la ensoñación, por lo que es fácil imaginar que en la época de la que hablo, plena adolescencia, una no estaba para prestar mucha atención a la monja que se recreaba en contar las bondades de la orden mercedaria. La liberación de cautivos es su lema y, aunque suspirando por el escolapio apetecido por el corazón, confieso que algo de mí escuchaba a la monja en aquellas clases de religión en las que una no podía evitar que le recorrieran escalofríos al pensar en lo valiente que habían de ser los frailes para, cuando faltaba con qué pagar el rescate, irse así, motu proprio, a cambiarse por un prisionero en tierras lejanas. Por supuesto, casos como el del mundano fraile mercedario al que acompaña Lázaro en el Cuarto Tratado eran simplemente eso: casos… excepcionales. Mucho me quedaba entonces por aprender de la vida, pero, y a pesar de la doblez del alma humana, mercedarios hubo que dieron su vida por otros.
“¿Y qué? -se preguntará el lector-. ¿Acaso pretende vendernos una suscripción al sublime mundo de la Merced?”. No, no…, amigo leedor. No se trata de eso. Toda la retórica previa no deja de ser, por una parte, la búsqueda del deleite en las vivencias del pasado y, por otra, viene a servirme de rodeo para introducir el asunto que desde el principio quería tratar: el fiasco del Alakrana.
Creo -aunque hay bastantes posibilidades de que me equivoque, pues esta memoria mía no da más que para lo absolutamente imprescindible- que era Ansón quien llamaba a nuestro bondadoso presidente Zapatero, el de las mercedes. Se debía el remoquete a las dádivas con que este tipo se prodiga para su simple bien -que el de los demás le suele importar un colín- y no a la Merced de la que hablaba ahí arriba. Mas parece que la vida, atando cabos aquí y allá, se complace en retorcer la existencia y traer hasta la realidad lo que nunca pudo alcanzar la imaginación: que el laico ZP satisface el rescate con que liberar a los cautivos apresados por los piratas. Eso… porque no hay de lo otro para irse a cambiar por ellos, claro. ¡Si Cervantes levantara la cabeza… y la volviera hacia Argel…!
Y es que, para ir terminando, hace un par de días no pude dejar de asociar dos ideas mientras, al ojear el ABC en el recreo, encontré el chiste de Martín Morales al tiempo que iba mi mente trazando el bosquejo de este escrito: que España ha quedado, merced al ansia infinita de paz que alberga el alma de ZP, como simple convidada de piedra en las funciones circenses del planeta.
4 comentarios:
"Esa llamada postrera,
ha sonado en la escalera"
Recordemos, sin embargo, que el convidado de piedra no deja de ser un personaje activo en la obra (aunque sólo sea para llevarse a Don Juan al infierno).
Expaña, no.
Y ni siquiera tenemos confianza (esperanza es otra cosa) en que haya "un punto de contrición" que nos salve.
La cosa estaba difícil, y había llegado un punto, creo yo, en que no había más remedio que pagar. Pero eso sí, en cuanto hubieran soltado a los tripulantes del barco, ¡a por ellos! Y si hacía falta un pepinazo, pues pepinazo y al fondo del mar los cuatro millones y todos los piratas. Puedo comprender que paguen, vale, pero no puedo comprender que se les escapen a dos fragatas y un helicoptero y no sé cuánto despliegue militar. Ahí es cuando yo creo que realmente la cagó. Y espérate porque estoy seguro que dentro de poco Willy y el otro estarán en Somalia repartiéndose el botín con los demás. En quince días, le calculo yo
Lo peor de todo este asunto, es el descaro con que el gobierno pretende hacer creer a la gente que fue un éxito internacional cuando, en realidad, fue un enorme ridículo. Y para ello, va empalmando mentiras y repitiéndolas, sabedor de que la gente tiene poco criterio y, además, olvida pronto.
Un saludo.
Posodo: Bueno..., en realidad..., España también tiene un papel activo en el mundo actual... en la figura de su (no mi) Presidente. Mírale qué bien salta a través del aro... No me dirás que no es una actividad ciertamente relevante... ;-)
Miguel: Si yo estoy de acuerdo contigo: había que pagar. No quedaba otro remedio si se quería sacar sanos y salvos a los marineros de allí, pero luego... Es ese luego el que me toca las narices. No tuvo arrestos ZP para zanjar el asunto (y los posibles futuros "asuntos piratiles") de una vez por todas.
Guido: Cien por cien de acuerdo también. Esa es la palabra: ridículo. Lo que venda el gobierno aquí es, por supuesto, cosa bien distinta. Ahora bien..., lo de que la gente no tiene criterio... Mucha no, desde luego, pero la gran mayoría es que vive muy bien haciéndose la engañada. Creo yo, vamos..., porque tan necio no se puede ser... ¿O sí? No sé ya qué pensar.
Saludos a los tres.
S. Cid
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