Diversidad de paladares
Son las siete y media y acabo de sentarme ante el ordenador. Entre unas cosas y otras, se me ha ido la tarde en menesteres domésticos de diversa índole, pero al fin -suspiro para mis adentros-, puedo dedicar un ratito a una actividad relajante. Desde aquí puedo ver el sofá y me pregunto, alentada quizá por el cansancio que me aturde, si no sería más provechoso para el espíritu zarandeado que se lamenta por ahí dentro, así como reposado para el cuerpo agotado que me sostiene, tirarme como Dios me dé a entender sobre el sofá y dedicarme a la lectura de la horrible novela que estoy deglutiendo, de título Bungalow 2 y vomitada sobre el papel por la Corín Tellado americana, Danielle Steel. Algún día, supongo, traeré hasta estas páginas la razón que explica con meridiana claridad el porqué de esta lectura. Lo haré con sorna, pues nada más que con este cariz se puede comentar un libro de estos. No es el momento, sin embargo, de modo que a otra cosa.
Repaso el día y encuentro que el momento más feliz lo he vivido durante mi guardia de biblioteca. A Dios gracias, hoy sólo hubo un castigado, y llegó cuando la guardia tocaba casi a su fin, de modo que pude disfrutar de sesenta minutos de silencio en un edificio donde mil niños y adolescentes gritan sin parar por los pasillos cada 55 minutos, y constantemente dentro del aula cada uno de los segundos que una tiene la desgracia de pasar en su compañía. Durante mi estancia en ese oasis de paz, estuve reunida con Tomás Moro, inyectándome un chute de su Utopía. Allí leí: Sin embargo, a decir verdad, no estoy aún bien decidido a editar el libro, ya que son tan diversos los paladares de los mortales, tan torpes las inteligencias de algunos, tan ingratos los ánimos, tan absurdos los juicios, que les son más simpáticos los que se conceden una vida alegre y suelta que los que se molestan con preocupaciones y el estudio de algo que pueda ser de provecho y placer para los ingratos y los injuriosos. La mayor parte ignora las letras; muchos las desprecian. El bárbaro rechaza como molesto lo que no es netamente bárbaro. El timbre sonó y el oasis volvió a situarse en el remoto horizonte. Me convertí de nuevo en el desgraciado náufrago de ese mar inhóspito que es el desierto… intelectual. Tomé aire y luego resoplé, dejando escapar con el dióxido de carbono (anhídrido carbónico lo llamaban en mis tiempos) que expulsaba de mis pulmones la visión de las miserias que intuía próximas, me até los machos… (¿de quién es el mundo si no de los valientes?) y marché al tajo.
Y el tajo ha sido hoy… extraordinariamente inhabitual. No tanto por lo ocurrido (que tiene su miga), sino por el vacío mental que me aquejó en el instante en que sucedían los hechos y que me ha llevado a no saber qué hacer. Nada… No vino nada hasta mi mente, por demás generalmente ingeniosa. Soy mujer de recursos, al menos en lo que a la disputa diaria que entablo en el aula se refiere. Sí, tengo una chispa especial que me ha salvado de muchas. No miento si digo que suelo salir con garbo de situaciones embarazosas gracias a la ayuda de una especie de ingeniosa caja hacedora de ocurrentes deus ex machina. Sin embargo, hoy…
Él se acercó hasta mi mesa para solventar una duda. De repente, dio un respingo y se volvió hacia el compañero cuyo pupitre quedaba a su espalda. La bofetada sonó dura.
-¡Fulano! -exclamé mientras miraba a Zutano, receptor del golpe, y veía la piel enrojecida de su cara. Puse las manos sobre mi mesa y estaba levantándome cuando Fulano se volvió hacia mí y me espetó:
-Me estaba metiendo el dedo por el culo.
-El dedo, no; el boli -se defendió Zutano mientras agitaba el bolígrafo, usualmente inofensivo pero que ahora mostraba a mis ojos la amenazadora forma de un objeto penetrante y doloroso.
Oí las risotadas del resto de la clase mientras intentaba meter baza. Vano propósito. Su conversación continuaba y yo no existía.
-Si es lo que te gusta, maricón de mierda.
-¡Eh, Zutano!
-Lo que le gusta a tu madre que le haga.
-¡Eh, Fulano!
-Pues… -Zutano iba a escupir veneno de nuevo, pero esta vez sí lo impedí. No recuerdo lo que dije, pero eché broncas a diestro y siniestro…, sin pensar una sola de las palabras que salían de mi mente. Tampoco me importaba, la verdad, me traía sin cuidado lo que estaba diciendo. Lo importante es que había parado aquel cruce de invectivas que estaba empezando a tornarse peligroso… De repente, Fulano me protestó. En realidad, lo de la madre era inadmisible, pero no podía dejar de comprender la bofetada que le había endosado al violador del bolígrafo, ni olvidar que la mención materna había sido precedida de ese “es lo que te gusta, maricón”. Sin embargo, no podía permitir una nueva arremetida. Protestaba mientras yo le echaba la bronca y, de repente, me espetó:
-Él empezó, no te jode.
Se acabó. Ese “no te jode” fue la guinda. Abrí el cajón de mi mesa, saqué un papelito de expulsión y lo mandé a la biblioteca. Sí, a ese remanso de paz en el que había estado escuchando a Tomás Moro hablar de la diversidad de paladares y de las torpes inteligencias…
Son las 20:42, hora ya de ir acabando el día. Me despido, pues, que tengo una cita con Danielle Steel.
6 comentarios:
Buff, yo me enfrento a personas psiquicamente mal, y a veces la cosa se torna peligrosilla de verdad, pero tu no te quedas muy atrás...que pasada verse en medio de estas historias...te deseo suerte y paciencia si es que es eso lo que se necesita para lidiar con semejante chavalería...Saludos
Sólo por curiosidad ¿qué edad tienen tus alumnos? A mi lo que más miedo me da es que este tipo de comportamientos acaben en algo mucho peor, a lo mejor a la salida de clase.
Se oyen y ven tantas cosas hoy día.
Mi hijo está en cuarto de primaria y ya empiezo a ver muuuuchaas diferencias entre niños de la misma edad. Los hay que aún son muy niños y disfrutan de lo que deben disfrutar y los hay que ya da pavor escucharlos (que si se ponen "calientes", que si menganita está muy buena y yo le haría...) Alucinada me quedo. También es cierto que la mayoría de los que se comportan así ya tienen hermanos mucho mayores.
Veo a mi hijo y pienso "madre mía, a este un día se lo comen con patatas".
Y luego escucho casos dentro del instituto que son para pararse a pensar "¿cómo se ha llegado a esto?". Yo nunca he visto esa falta de respeto cuando estudiaba ya no solo de los alumnos a los profesores, sino de algunos padres a los profes.
Con razón no hace mucho me mandaron un mail con esta imagen. Si es que no me extraña luego que haya bajas por depresión entre el profesorado.
Siempre me ha parecido muy dificil el trabajo de los educadores, de cualquier materia. Y en estos tiempos mucho más.
Yo hace tiempo lo pensé (lo de educar) pero supongo que me pudo el miedo.
Eres una valiente Finis. Mucho.
Un saludo.
Yo no aguanto a los mayores, así que ni te cuento a esos niñatos; Maleducados, cortos de entendederas como sus progenitores, con tendencias tempranas a la obesidad, recalcificación mental sostenida, alérgicos a la lectura, convergentes con formas de humor poco elaboradas, orgullosos de su propia incultura, candidatos ideales para viciosas dependencias químicas, etc.
Lástima que uno no pueda hacer las maletas y largarse a algún confín del Pacífico, para tumbarse bajo una palmera a tomar bebidas tropicales y leer a Spinoza, o incluso Tomas Moro.
Un saludo
Escribí esta entrada por el mero placer de escribir, la verdad, porque de la anécdota de mis alumnos no tengo mucho que decir, quizá porque ya estoy curada en salud (veo y oigo tantas cosas cada día...).
La verdadera cuestión que me planteé ayer -no en el texto, pero sí en mi cabeza, a la que volví loca- es que, al fin y al cabo, yo había sido muy injusta: expulsé de clase al que había sido "agredido" (claro que no hice lo mismo con el otro porque suponía mandarlos a los dos a la biblioteca, es decir, trasladar el problema a otro lugar. Había que tenerlos separados).
Lo de "agredido" lo he puesto entre comillas porque ellos se lo toman a guasa. A pesar de lo ocurrido, siguen siendo tan amigos. Los cité en el aula a la salida y hablé con ellos... y, oye, "que perdona, tío", "que ya sabes que fue una broma", "que aquí no ha pasao na", y los dos tan contentos porque no les había puesto una nota en la agenda. Y yo... sin saber qué hacer. Se habían dicho de todo, uno le había gastado una broma humillante al otro... Y yo no sabía qué hacer. Normalmente estas cosas se las endosas al tutor..., pero es que en este caso la tutora de ese grupo soy yo. Así pues..., ¿qué hacía? ¿Iba al jefe de estudio? ¿Montaba el escándalo? ¿Llamaba a padres? ¿O lo arreglaba con ellos en un cara a cara a solas en el aula? Demasiadas preguntas, ninguna respuesta y seguridad nula en haber tomado la decisión correcta. En fin...
Saludos a todos.
S. Cid
PD: Ah, Bookworm, tengo alumnos de 13 a 18 años. Los de ayer tienen 16 y 17 años.
S.Cid: Tengo una hija maestra de matemáticas.
Sé de lo que hablas. El problema es que los
muchachos crecen sin autoridad paterna, sin
frenos. A quién quejarse?...
Que te sea leve Danielle Steele. Con leer
uno de sus libros, los has leído todos.
Un abrazo S.Cid Agatha.
BB
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