Insomnio
Se dio la vuelta en la cama y miró hacia la puerta. ¿Qué hora era? Hacía rato que no oía las campanadas del reloj de la iglesia. ¿Se habría dormido? No era consciente de ello. Sonrió. Qué tontería, el sueño es el mundo de la inconsciencia. ¿Cómo podría ser consciente de él?
Pulsó el botón del móvil y observó: las dos y media. Se levantó quedamente para no despertar a su compañero y fue hasta el cuarto de estar. Se asomó al balcón y miró a un lado y a otro. El mundo de la noche es un mundo desierto. ¿O no? Un minino callejero, agazapado entre las sombras, saltó silenciosamente y trepó por un canalón.
Sintió la brisa que llegaba del campo besándole el rostro. Por un momento, imaginó que se trataba de los fríos dedos de la Muerte, que le palpaban las mejillas en busca de calor. Pensó en las leyendas de Bécquer que su hermana les leía cuando niños y recordó la que mayor pavor le producía: El monte de las ánimas… De reojillo, miró el callejón por el que se subía al cementerio. El primer trecho estaba alumbrado por las farolas de la calle. Luego…, las sombras de la noche cubrían el mundo de los muertos.
Algo a su espalda crujió. Se dio la vuelta e intentó penetrar las tinieblas con la vista. Concluyó que había sido la mesa del televisor y tarareó una cancioncilla para tranquilizarse. Se apartó del balcón y se sentó en una silla junto a la camilla. Tamborileó con los dedos sobre la mesa y siguió el ritmo del tarareo con el balanceo de la cabeza. Como un péndulo, movía el cuello hacia un lado y hacia el otro haciendo oscilar el cráneo, ora a la izquierda, ora a la derecha. De repente, entre tanto movimiento, sus ojos repararon en algo que la estremeció: agarrados a los barrotes del balcón, los huesos de una mano paralizaron su corazón. Tras ellos, se alzó una calavera de cuencas vacías y oscuras. ¡Quería morirse! Abrió la boca, pero no pudo emitir sonido alguno.
–Buenas noches. ¿Estás muerta?
–No… –se atrevió a contestar.
–Debes de estarlo.
–¿Por qué?
–Porque esta es la hora en la que el reposo de los vivos permite a los muertos vagar por su mundo. Tú no duermes, luego debes de estar muerta.
–No lo estoy.
–Mira…, la Estrella de la Sangre ha sobrepasado el cenit cinco veces el diámetro de la Luna.
La mujer miró hacia arriba y observó la estrella que el esqueleto le indicaba.
–Eso…, eso es Marte –las cuencas de la calavera la miraron atónitas.
–¡Quia! –exclamó con frialdad–. Es la Estrella de la Sangre y su posición marca el momento de volver. Vamos.
–¿Adónde?
De nuevo las cuencas hueras del esqueleto la observaron.
–Vamos –la apremió–. No te hagas la tonta. A todos nos cuesta al principio… Estamos demasiado apegados a este mundo, pero ya no es el nuestro. Hay que marcharse.
–¡Pero yo estoy viva! –exclamó angustiada.
–¿Viva? –ella lo miró horrorizada–. ¿Tú?
–Sí –logró balbucir.
–¿Qué haces, entonces, despierta a estas horas? ¡Es el tiempo de la Muerte!
–Me desperté…
–Oh, vamos, vamos… La Estrella de la Sangre se aproxima al punto de castigo. Si no estamos allí para entonces…
La mano huesuda la agarró.
–¡Suéltame! –quiso volverse hacia el dormitorio y gritar, pero no pudo.
–Vamos, no seas terca. ¡Eh, compañeros, ayudadme! Aquí hay una testaruda.
Más allá de las farolas del callejón, unos leves reflejos blancos ascendieron sigilosos por la pendiente y se movieron ligeros entre las sombras. Un bulto compacto de forma inapreciable parecía luchar con ellos. El bulto giró la cabeza y miró hacia atrás…, hacia la luz del callejón, pero sólo una terrible oscuridad penetró en las cuencas negras de sus ojos.
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Tenía previsto, y lo anuncié en un comentario, de hecho, publicar hoy la tercera entrega de Atrápame si puedes; sin embargo, tal vez pueda el lector generoso no sólo pasar por alto este cambio de idea sino permitirme que esta noche, en la que media España estará disfrazada de calabaza con ojos, me dé el gusto de traer este relatillo al blog y, con él, reivindicar a Don Juan Tenorio en un día de los Fieles Difuntos (aunque sea hoy el de Todos los Santos) que ha olvidado sus tradiciones para adoptar las foráneas.
Se dio la vuelta en la cama y miró hacia la puerta. ¿Qué hora era? Hacía rato que no oía las campanadas del reloj de la iglesia. ¿Se habría dormido? No era consciente de ello. Sonrió. Qué tontería, el sueño es el mundo de la inconsciencia. ¿Cómo podría ser consciente de él?
Pulsó el botón del móvil y observó: las dos y media. Se levantó quedamente para no despertar a su compañero y fue hasta el cuarto de estar. Se asomó al balcón y miró a un lado y a otro. El mundo de la noche es un mundo desierto. ¿O no? Un minino callejero, agazapado entre las sombras, saltó silenciosamente y trepó por un canalón.
Sintió la brisa que llegaba del campo besándole el rostro. Por un momento, imaginó que se trataba de los fríos dedos de la Muerte, que le palpaban las mejillas en busca de calor. Pensó en las leyendas de Bécquer que su hermana les leía cuando niños y recordó la que mayor pavor le producía: El monte de las ánimas… De reojillo, miró el callejón por el que se subía al cementerio. El primer trecho estaba alumbrado por las farolas de la calle. Luego…, las sombras de la noche cubrían el mundo de los muertos.
Algo a su espalda crujió. Se dio la vuelta e intentó penetrar las tinieblas con la vista. Concluyó que había sido la mesa del televisor y tarareó una cancioncilla para tranquilizarse. Se apartó del balcón y se sentó en una silla junto a la camilla. Tamborileó con los dedos sobre la mesa y siguió el ritmo del tarareo con el balanceo de la cabeza. Como un péndulo, movía el cuello hacia un lado y hacia el otro haciendo oscilar el cráneo, ora a la izquierda, ora a la derecha. De repente, entre tanto movimiento, sus ojos repararon en algo que la estremeció: agarrados a los barrotes del balcón, los huesos de una mano paralizaron su corazón. Tras ellos, se alzó una calavera de cuencas vacías y oscuras. ¡Quería morirse! Abrió la boca, pero no pudo emitir sonido alguno.
–Buenas noches. ¿Estás muerta?
–No… –se atrevió a contestar.
–Debes de estarlo.
–¿Por qué?
–Porque esta es la hora en la que el reposo de los vivos permite a los muertos vagar por su mundo. Tú no duermes, luego debes de estar muerta.
–No lo estoy.
–Mira…, la Estrella de la Sangre ha sobrepasado el cenit cinco veces el diámetro de la Luna.
La mujer miró hacia arriba y observó la estrella que el esqueleto le indicaba.
–Eso…, eso es Marte –las cuencas de la calavera la miraron atónitas.
–¡Quia! –exclamó con frialdad–. Es la Estrella de la Sangre y su posición marca el momento de volver. Vamos.
–¿Adónde?
De nuevo las cuencas hueras del esqueleto la observaron.
–Vamos –la apremió–. No te hagas la tonta. A todos nos cuesta al principio… Estamos demasiado apegados a este mundo, pero ya no es el nuestro. Hay que marcharse.
–¡Pero yo estoy viva! –exclamó angustiada.
–¿Viva? –ella lo miró horrorizada–. ¿Tú?
–Sí –logró balbucir.
–¿Qué haces, entonces, despierta a estas horas? ¡Es el tiempo de la Muerte!
–Me desperté…
–Oh, vamos, vamos… La Estrella de la Sangre se aproxima al punto de castigo. Si no estamos allí para entonces…
La mano huesuda la agarró.
–¡Suéltame! –quiso volverse hacia el dormitorio y gritar, pero no pudo.
–Vamos, no seas terca. ¡Eh, compañeros, ayudadme! Aquí hay una testaruda.
Más allá de las farolas del callejón, unos leves reflejos blancos ascendieron sigilosos por la pendiente y se movieron ligeros entre las sombras. Un bulto compacto de forma inapreciable parecía luchar con ellos. El bulto giró la cabeza y miró hacia atrás…, hacia la luz del callejón, pero sólo una terrible oscuridad penetró en las cuencas negras de sus ojos.
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Tenía previsto, y lo anuncié en un comentario, de hecho, publicar hoy la tercera entrega de Atrápame si puedes; sin embargo, tal vez pueda el lector generoso no sólo pasar por alto este cambio de idea sino permitirme que esta noche, en la que media España estará disfrazada de calabaza con ojos, me dé el gusto de traer este relatillo al blog y, con él, reivindicar a Don Juan Tenorio en un día de los Fieles Difuntos (aunque sea hoy el de Todos los Santos) que ha olvidado sus tradiciones para adoptar las foráneas.
9 comentarios:
¡ja, ja! Aquí una lectora generosa perdonando que hayas hecho un parón en "Atrápame..." para publicar esta apropiada historia para la noche en cuestión. Yo no me disfrazo de calabaza, me limito a tallarlas (la puedes ver aquí y aquí), pero me gustan estos relatos que sin ser largos consiguen situarte perfectamente en ambiente.
Un abrazo.
Pardiez, pura la luna brilla, y si bien esos muertos gozan de buena salud, aun malditos no gritan, y como con cielo raso no hay rayo, ya con la carta acabada, gracias por el convite literario, pues no somos de piedra.
A mi me parece una estupidéz como un barco de grande, y la verdad, que debido al estilo de vida que llevo, es que ni me entero de la paparrucha esta. Un claro exponente de lo arrigado que está en nuestro país es, que incluso las nenas de Zp, se visten todo el año de jaloguin.
- ¿truco o trato?...poneros a estudiar, que es lo que teneis que hacer, y menos tonterías.
Bookworm: Monas las calabazas :-). Debes de ser una manitas, porque te han quedado genial. Yo no estoy en contra de Halloween. Supongo que para los niños es muy entretenido, pero defiendo a Don Juan. Ay, don Juan, caer abatido por unos zombis americanos ;-). Ah, y no te preocupes por el parón del "Atrápame", que será sólo de una semana: próximo domingo..., nueva entrega :-)
Posodo: Mira..., hablando de don Juan..., aquí llega Posodo ;-) Jejeje, qué poético venís hoy por aquí, don Posodo. Estáis invitado a mis convites pseudo-literarios siempre que gustéis :-)
Bate: Como le dije a Bookworm por ahí arriba, con Halloween tengo la manga un poco más ancha (imagino que los niños se divierten mucho disfrazándose). Lo que no perdono es lo de Papá Noel. Lo que no entiendo, desde luego, es que por aquí todo el mundo sea tan anti-yankee y luego los imiten hasta el punto de olvidar las propias tradiciones.
Saludos a los tres.
S. Cid
Me ha gustado mucho tu relato. Sigue así que muy pronto llegarás a ser una escritora.
Ahora te aviso que te queda sudor,sangre y lágrimas, je,je
Bueno, yo no estoy ni en contra ni a favor de Halloween, pero con un niño en edad escolar, hay que colaborar en lo que se pueda y a mi ni se me da la confección de disfraces ni la repostería (en realidad nada que tenga que ver con la cocina), pero descubrí que tallar calabazas era divertido.
Al fin y al cabo es una vez al año.
Carlos: :-) Bueno, gracias por tus palabras. Es un churri-relato, como te dije, pero me entretuve durante el ratillo en que lo escribí. No sé si llegaré a ser escritora (ni si quiera sé si quiero llegar a serlo). De momento me va bien con los ratos de asueto que me proporciona y si a vosotros también os gusta..., pues mejor. En cuanto a la sangre, sudor y lágrimas..., ya la la derramo, lo sudo y las derramo cada día en mi trabajo, así que más no, por favor :-))
Bookworm: Yo opino así también: si a los niños les hace ilusión..., ¿por qué no darles el gusto? En cuanto a tus calabazas..., me parecen alucinantes. Tienes maña para ello :-)
Saludos.
S. Cid
Quiero aprovechar desde aquí para felicitar a la señora Bookworm por sus calabazas, me parecen una maravilla lo que ha hecho. Admiro a las personas que tienen la paciencia necesaria para poder labrar esas cosas.
Me gustó mucho tu relato S.Cid. Es un tema que tienta, pero si lo puedes hacer con tan buenas letras, MEJOR.
rober
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