La maldición de Tutankamón
Entre la montaña (bueno, la suave colina) de papeles que he estado organizando este fin de semana, encuentro un artículo publicado, con el título de esta entrada, en A tu salud verde (El Mundo) el pasado 25 de julio de 2010. Seguro que casi todos los que pasamos por aquí hemos oído hablar de esa maldición y casi seguro también que muchos pensamos que es una historia curiosa para hacer una película entretenida o escribir una novela amena, pero que maldición, maldición..., lo que se dice maldición... En cualquier caso, me viene bien copietear del artículo porque, al fin y al cabo, es una leyenda singular... que ayudará a pasar esta tarde de domingo.
Una muerte en extrañas circunstancias y una desafortunada cadena de coincidencias son el origen de la más inquietante de las leyendas sobre Egipto que se conocen. Imagínese. El Cairo, 4 de noviembre de 1922. Un explorador llamado Howard Carter revisa sus notas mientras asume el poco tiempo que le queda para obtener el único éxito que justificaría cinco caros años de excavaciones en el Valle de los Reyes.
Fue entonces cuando los gritos de uno de sus ayudantes le sacaron del letargo. A pocos metros de su estudio improvidado en mitad del desierto apareció un escalón antes sepultado bajo la arena. Éste fue el primer peldaño hacia lo que sería uno de los mayores descubrimientos arqueológicos de la historia del siglo XX: la tumba del faraón niño Tutankamón.
"Encontraron en un lugar que se creía totalmente rastreado una tumba real prácticamente intacta y una cámara funeraria tal y como la habían dejado los sirvientes del faraón 3.300 años antes. Fue un hallazgo maravilloso que nadie se podía imaginar", relata el presidente de la Asociación Española de Egiptología, Rafael Agustí. [...]
La noticia corre como la pólvora. "Realizado al fin el maravilloso descubrimiento en el Valle. Magnífica tumba con los sellos intactos. Esperamos su llegada. Enhorabuena". Éste es el telegrama que envía el descubridor a su mecenas, George Eward Herbert, quinto conde de Carnarvon, que viaja poco después a Egipto para ver con sus propios ojos el hallazgo.
Sin embargo, un acontecimiento fortuito oscurece el ánimo de algunos de los obreros que trabajaban en la excavación. Días antes de romper el sello de la entrada a las cámaras mortuorias, el canario que hacía compañía al solitario Howard Carter es devorado por una cobra, el animal que simboliza el poder ultraterreno del faraón "Tut". Una vez Lord Carnarvon llega a El Cairo, este mal presagio no impide que se abra la tumba. [...].
"Realmente no hay nada de cierto en lo que se popularizó como la maldición de Tutankamón", según cuenta la arqueóloga Esther Pons [...]. No obstante, esta experta reconoce que, tras la apertura de la tumba acaecieron hechos "que no tienen una explicación clara". A Lord Carnarvon le picó un mosquito que le provocó erisipela, una herida que se infectó al cortarse con la navaja de afeitar y que derivó en una grave infección sanguínea. Una extraña neumonía complicó la situación y aceleró el proceso que acabaría con su vida el 5 de abril de 1923, apenas cinco meses después de haberse interrumpido el descanso del faraón.
El responsable de una enfermedad respiratoria de este calibre podría ser un pequeño hongo denominado "aspergillus nigger", asiduo huésped de lugares cerrados y con humedad, como las tumbas de los faraones. Según explica el doctor Manuel Cuenca, experto micólogo de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología (SEIMC).
(Sin embargo) Personajes como el afamado escritor Sir Arthur Conan Doyle fue uno de los primeros en declararse creyente de la maldición y dar popularidad al mito. En los salones de té y clubes de caballeros no se hablaba de otra cosa. Algunos decía que las luces de El Cairo se apagaron misteriosamente minutos después de la muerte de Lord Carnarvon, como una muestra de la ira divina. Otros comentaban que, en ese mismo instante, la perra del aristócrata cayó fulminada sin motivo aparente en el castillo inglés de Highclere. Meses después, las muertes de varios ayudantes de Carter siguieron alimentando el miedo entre las mentes más impresionables.
"También murieron varios obreros mientras se estaba excavando", recuerda Esther Pons. Los apuntes de Carter sobre el descubrimiento describían la presencia de materiales orgánicos y moho en las paredes. Según explica la arqueóloga, "un habitáculo de este tipo nunca está totalmente cerrado. De hecho, muchas veces entran murciélagos y hacen sus necesidades allí. El polvo que se origina sobre ellas sí que puede dañar los pulmones; esto podría ser lo que acabó con los trabajadores y no una maldición".
Además de estos microscópicos asesinos a sueldo del faraón, los historiadores también hablan de una misteriosa tablilla a las puertas de la tumba en la que Tutankamón avisaba a los profanadores de las consecuencias de su sacrilegio. "Hay una tablilla de arcilla de la que todo el mundo habla y que aparece mencionada por varios autores", reconoce el presidente de los egiptólogos españoles. Sin embargo, dice que nadie la ha visto, nunca estuvo catalogada y que no existe ningún documento gráfico que dé fe de su existencia. "La muerte golpeará con sus alas a aquel que perturbe el descanso del faraón", rezaba la supuesta tablilla.
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Mito o realidad, lo cierto es que la maldición de Tutankamón parece ser el resultado de varias coincidencias, algunas medias verdades y muchas grandes mentiras. El eco de la leyenda llega intacto a nuestros días.
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Ni victorias, ni pirámides colosales o decisiones revolucionarias lograron para sus artífices lo que un mosquito, el azar y una guerra de titulares consiguieron para Tutankamón: la vida eterna.