domingo, 8 de noviembre de 2009

Las monedas del Iscariote

Las monedas del Iscariote


Cuando por fin Tom acudió a mí, no podía imaginar, y me ocuparé de que nunca lo haga, las terribles consecuencias que el asunto podría llegar a tener para él. Por supuesto, como director del MI-5, yo ya conocía los hechos, pero el fondo del asunto era de naturaleza tan delicada que había de actuar con la máxima cautela… en todos los ámbitos. Tom había decidido confiarse a mí y yo haría lo posible por no defraudarlo. Dos eran los asuntos de los que debía ocuparme. Uno, ya resuelto, reposaba en un sobre dentro del cajón de mi escritorio; el otro exigió grandes dosis de sutileza y toda mi astucia. La noche en que lo cité en mi despacho, el plan ya estaba urdido.


–Te dije que prefería no meter al Yard en este asunto, Arthur –dijo Tom.

–No viene como inspector de policía, Tom, sino como amigo personal.

–¿Confías en él?

–Totalmente. Es un héroe de guerra: fue abatido en Dunkerque a principios del verano de 1940, después de haber derribado dos Stukas. Desgraciadamente, abrió su paracaídas demasiado tarde y el salto le produjo lesiones irreversibles. Nunca más pudo pilotar. Fue mi asistente durante la guerra y te aseguro que es un muchacho de toda confianza.


Charles Carter penetró en la estancia y fue presentado a Lord Craddock, que lo miró con curiosidad.

–Espero no haberle importunado al pedirle que viniera a estas horas, Charles, pero el asunto a tratar exige máxima discreción. Lord Craddock es un viejo amigo que se encuentra en un aprieto. Su hija Laura está en relaciones con un sujeto de incierta reputación y vida misteriosa. Se trata de un tal Boris Witzkibodj del que sospechamos que pueda ser espía. La cuestión, querido Charles, es que han desaparecido unos documentos del despacho de Lord Craddock que son cruciales para la seguridad del Estado y, como podrá comprender, estando su hija por medio debido a su relación con este sujeto, lo último que deseamos es que el suceso se vuelva vox pópuli.

–¿Cuándo desaparecieron?

–Hace dos días –contestó Tom.

–¿Y por qué no ha avisado hasta ahora? Se ha perdido un tiempo precioso.

–Comprenda usted, mister Carter, que primero quise hablar con mi hija y tratar de obtener alguna información sobre ese tipo con el que sale. Ella lo niega, y probablemente esté convencida de su inocencia, pero yo sé que fue él.

–¿Lo sabe?

–Es una forma de hablar, inspector. Si lo supiera fehacientemente, tenga la seguridad de que el asunto se habría resuelto ese mismo día. Arthur confía plenamente en usted y yo lo hago totalmente en él, de modo que…

–No te apures, Tom –lo interrumpí–, todo se solucionará.


Tres días después, amparados por las sombras como ladrones y silenciados nuestros pasos por el sordo tañido del Big Ben, volvimos a reunirnos en mi despacho. La lluvia azotaba los cristales de las ventanas y Tom apareció pesaroso. Le serví un whisky y tomé el sobre que tenía preparado en mi escritorio.

–Tranquilo, Tom –le dije mientras se lo tendía–, todo está resuelto.

–¿Quieres decir que estos son…?

–Ábrelo y comprueba si falta algo –le sugerí mientras le guiñaba un ojo.

Sentí cómo toda la tensión acumulada en el pecho de mi viejo amigo se esfumaba con el resoplido de alivio que le oí dar.

–Está todo, Arthur. ¡Me has salvado! –exclamó–. Pero…, ese Carter es… ¡magnífico!

–Efectivamente, lo es.

–Dime, ¿fue Boris?

–Sí, él robó los documentos pero, si bien logramos interceptarlos a tiempo, desgraciadamente Witzkibodj logró escapar.

–¡Maldito! Espero que Laura comprenda ahora su error.

–El amor es ciego, Tom, y ella es joven e inexperta.


Poco después de que se marchara, Charles llegó.

–¿Todo bien?

–Sí, señor, Lord Craddock y los documentos llegaron sanos y salvos.

–¿Y ella?

–No tenía ni idea de que el MI-5 sospechaba ni de que la había puesto bajo vigilancia.

–Cuando Tom comentó que necesitaba un nuevo mayordomo, le recomendé de inmediato al viejo Peter… Claro que él no sabía que es uno de mis mejores agentes. No me engañé: hizo un buen trabajo y descubrió que esa insolente joven había robado los documentos a su propio padre.

–Jamás sospechó que interceptamos los documentos inmediatamente después de que hiciera la entrega al agente tzeldavo.

–¿Cómo puede un hijo que ha recibido una educación exquisita y ha vivido a la sombra de un hombre ejemplar hacer lo que ella ha hecho, Charles? –pregunté abatido– ¿Dinero…? –aventuré–. ¿Cuántas monedas costó el beso de esta Iscariote?

–Ninguna, señor. No cobró nada. Creo que se trata de un caso de aburrimiento vital: una jovencita que lo ha tenido todo y necesita un poco de emoción en su vida. Lástima que para lograrla optara por ayudar al enemigo.

–Es una necia.

–Y, sin embargo, digna hija de su padre…

–Yo no diría precisamente eso, jovencito –lo reprendí.

–Me refería al temple con que se condujo cuando la enfrenté con los hechos. No se vino abajo, a pesar de que sabía que su acción podría llevarla al cadalso por espionaje. Me pregunto si hemos hecho bien librándola de la horca, señor.

–Me importa un rábano la vida de esa renegada. Su padre ha rendido grandes servicios a la patria y no podía consentir que pasara por esta vergüenza. Nunca debe saberlo. ¿Te has asegurado de ello?

–Sí, señor. A estas horas Laura Craddock va camino de Calais y esta noche Lord Craddock descubrirá que su hija se ha fugado con Boris.

–Pobre hombre –exclamé–. Al fin y al cabo es inocente, pero era necesario que saliera del país. ¿Se avino a ello?

–De mala gana, pero lo asusté lo suficiente. A mí quien más me apena es Lord Craddock.

–Creer que su hija se ha fugado lo afligirá, por supuesto –dije–, pero era la salida más honrosa para él, Charles. Aunque sea una pesada losa que deba soportar el resto de su vida, esa huida que hemos urdido era la única solución.

6 comentarios:

posodo dijo...

Curioso, sobre todo ahora que me fijo que el contador de visitas marca precisamente 1940.
Espionaje muy a lo british de antes. Ocurrente.
Pero, ¿y si...?
¿Y si todo fuera una argucia del padre para conseguir por fin que su hija treintañera se fuera por fin de casa?

Es que de pronto me han salido los recuerdos de Graham Greene con "El factor humano" ;-)

José Manuel Guerrero C. dijo...

Que maravilla de texto. S, estás especializándote en brumas británicas y demás ambientes isleños, y me gusta.

S. Cid dijo...

Posodo: "¿Y si...?" Hummmm, me das una idea... Pero no, no cambiaré nada... El devenir de la historia está ya predestinado..., je, je, je... ;-)

Bate: No te pases, Bate, que ya sabes que me sonrojo. Eso en cuanto a tu primera frase. En cuanto a la segunda..., sí, parece que me está dando por las brumas británicas y los misterios. A ver cuánto dura esto... ;-)

Saludos a los dos.

S. Cid

Guido Finzi dijo...

Mañana me lo leo con detenimiento, que ahora tengo que salir. Siempre me fascinan tus historias británicas.

Un saludo.

Guido Finzi dijo...

EXCELENTE, Maestra ¡

Cómo me gustan esta vena suya, tan british ¡

S. Cid dijo...

Gracias, Guido... ¡Tú sí que eres un maestro! :-)

Saludos.

S. Cid

Belén 2013

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