lunes, 5 de abril de 2010

En bicicleta II

En bicicleta II

Alcanzamos, por fin, la meta fijada: un pueblo vecino, pues hoy no habremos de ir más allá y dejaremos para otro día la visita al monasterio de Santa Juana, que en nuestro paseo de ayer atisbamos desde lo alto de la loma pero sin decidirnos a emprender la bajada. Tenemos intención de ir allá con más tiempo, merendar y solazarnos con un buen día de campo. Ahora, sin embargo, se impone aguzar los sentidos. Atrás hemos dejado los caminos rurales y nos hemos adentrado en las calles donde el tráfico puede jugarnos una mala pasada. Con mil ojos miramos a izquierda y derecha, y al poco de callejear hemos girado la orientación con que ruedan nuestras bicis, que enfilan ahora el camino de vuelta. Un pequeño repecho asfaltado donde acaba el pueblo aparece ante nosotros, pero antes de atacarlo paramos un instante: a nuestra izquierda ofrece sus servicios uno de los restaurantes más bonitos (y más caros) de la comarca. Por los cinco euros -de emergencia- que llevo en el bolsillo, aquí el camarero no me daría ni un vaso de agua. Afortunadamente, aún está a medias la botella que va enganchada al cuadro de la bici y no necesito hacer frente a estipendios tan elevados por líquido tan simple ;-). Si bien..., no desdeño sus insinuaciones que, lo confieso sin rubor, desde hace tiempo me llaman a gastar en lugar tan bello parte de mi sucinto salario y hoy, quizá impulsada por este milagro primaveral con que la vida tan generosamente se ha regalado ante mis ojos, me he prometido que aquí he de venir a celebrar el último pago de la hipoteca que me tiene esclavizada al banco cuando este momento, sin duda importante en la vida del pobre hipotecado, me llegue.

Se estrecha la vereda de vuelta y comienza el sol a declinar, cubriendo con sombras parte del camino, pero no por ello dejamos de disfrutar el paseo. A veces, salen a nuestro encuentro ladridos de perros que nos acompañan durante unos metros en nuestro -ahora ya un poco- cansino pedalear, aunque afortunadamente lo hacen desde el interior de las vallas que rodean los jardines que han de guardar. Alternamos estos instantes de sonoras voces caninas con momentos en que sólo se escucha el rasguear de nuestras ruedas sobre la tierra y las piedras del camino. Y sorprendemos, de vez en cuando, voces que nos llegan sin ser tal vez conscientes de nuestra presencia: a derecha e izquierda se ofrecen a la vista casas cuyos jardines hablan -unos, entre susurros; otros, tan alto que su volumen rompe la quietud del lugar- con las voces de los vecinos que pasan la tarde entre la escasa sombra de los árboles aún no florecidos. En uno de ellos, por cierto, no puedo sino parar un instante y registrar en mi cámara, para la posteridad, un ejemplar bovino que sin duda pisó las calles de esta ciudad mía, cuyas aceras y jardines no hace mucho se llenaron con ejemplares como éste que ahora aparece tras la valla de una casa rural.

Casi sin resuello después de haber pedaleado durante largo rato, apoyo el pie en el suelo y me detengo para tomar aliento. Observo el paisaje, muy verde tras estos meses tan lluviosos, y de repente viene la Fortuna a sonreírme: a lo lejos diviso un conejo saltarín seguido por un par de gazapos, que son sus crías, sin duda, también nacidas al amor de esta providente primavera. Me han visto y sin quitarme ojo se quedan quietos. Yo no pierdo el tiempo: deprisa echo mano a la cámara y enfoco. ¡Maldita sea! El zoom es demasiado corto para alcanzar a hacer una foto provechosa. Desvanecida la esperanza de lograrla, vuelvo la cámara al morral sin dejar de mirar el objeto de mis deseos fotográficos. Un nuevo salto repentino, empero, los quita de mi vista. Como si la tierra se hubiera abierto bajo sus pies, los tres conejos han desaparecido en las entrañas del Planeta. No hay que ser muy listo para deducirlo: allí está su madriguera. Sin quitar la vista un instante del lugar donde han desaparecido a fin de no perderlo en aquel mar de verdes olas, le grito a mi amiga el descubrimiento y juntas corremos al encuentro del punto exacto donde creemos que ha de encontrarse la conejera. Y no nos equivocamos. Dejamos las bicis tumbadas sobre la hierba, a unos metros del lugar, y nos acercamos con calma. A pesar de la oscuridad que cubre las aberturas, acertamos a descubrir un conejo que, asomado el hocico con el que husmea, al vernos, echa hacia atrás y se refugia de nuevo en el interior de su cueva. Son afortunados, pues han ido a topar no con cazadores, sino con dos curiosas que sólo se maravillan ante lo que ofrece la naturaleza. Mi amiga y yo nos limitamos a dar vueltas por la madriguera, observar las distintas entradas con las que cuenta y fotografiar algunas de ellas.

Sí, sin duda con la primavera despiertan los seres dormidos y se activa todo aquello que durante el otoño y el invierno permaneció en stand-by a la espera de que llegara esta época. Se generan entonces imágenes que guarda celosa la retina, como las que he traído hoy hasta aquí, aunque a veces se produzcan interferencias y una, cuando levanta la vista, se encuentra con que allá..., a lo lejos..., hay cosas que nunca cambian: la vida a la que, tras estos días de asueto, habrá de volverse. Pero, mientras el trascurso de los minutos no nos haya devuelto a ese páramo existencial, mejor volvemos atrás en el tiempo y retomamos el paseo, para lo cual, y merced a los poderes que emanan de este blog, tan sólo es necesario pinchar aquí.

13 comentarios:

Guido Finzi dijo...

Igual que la ciudad cada día me atrae menos, los pueblos de la provincia de Madrid me gustan más cuanto más los conozco. Y no sólo los de la sierra...
Saludos

Sue dijo...

Yo, la semana pasada, dando un paseo por el Parque de la Vega (creo que se llama así) vi un conejito. Al principio que sería de algún niño del parque, pero no. Tenía su refugio bajo una gran red de arbustos con forma de cúpula, como si la propia naturaleza quisiera protegerle del hombre (o de los niños del maiz que había en un parque de juegos cercano).

Hace años, cuando visitaba regularmente el pueblo de mi madre (en los Arribes del Duero), estaba en contacto con animales en libertad y de granja muy amenudo. Tan amenudo que me parecía lo normal. Ahora veo un conejo en un parque y saco el móvil para hacerle una foto, cual si fuera una aparición...

Qué pena ¿no?

S. Cid dijo...

Guido: Sí, a mí me pasa también algo así, aunque qué duda cabe de que los pueblos de la sierra generalmente están rodeados de un paisaje que les da un aire especial.

Sue: Cuánta razón tienes: nos hemos acostumbrado tanto a vivir sobre asfalto y entre hierro y cristal, que ahora cualquier cosa que se aparete de eso nos parece fauna salvaje y casi pensamos que estamos siendo protagonistas de una expedición por tierras exóticas. Es una pena, sí.

Saludos, amigos.

S. Cid

Paco Gómez Escribano dijo...

Los alrededores de Madrid son preciosos. Yo los descubrí cuando era pequeño y aún sigo disfrutándolos. Creo que pasear por el campo repara los males que nos provoca la ciudad. Saludos.

Carlos dijo...

"Viajes de una romántica en bicicleta"
Así podría ser el título cuando te lo publique en mi editorial. Je, je vamos a vender miles y miles de libros.
Besitos.

S. Cid dijo...

Paco: Pasear ya de por sí relaja y tranquiliza, pero si encima se hace recorriendo un bonito paraje, los efectos beneficiosos deben de multiplicarse por mil. Y, sí, en efecto, los alrededores de Madrid esconden auténticos paraísos.

Carlos: Jajajaaj, pues mira, si esa fuera la solución y me sacara de estas aulas insoportables..., me recorría el mundo entero en bicicleta y cada año te presentaba un "Episodio bicicletil" ;-)

Saludos, amigos.

S. Cid

José Manuel Guerrero C. dijo...

S.,¿la vaca de la foto es de verdad, o es cartón /piedra?

S. Cid dijo...

Bate: Es de cartón piedra (en la foto no se ve bien ,pero las manchas son de color verde). Es uno de los ejemplares, creo yo, que estuvieron expuestos por las calles de Madrid hace unos meses.

José Manuel Guerrero C. dijo...

Que bonita es la vaca. Tiene una mirada muy digna.
;-)

S. Cid dijo...

Y, sin embargo, cercana y amistosa al tiempo ;-))

José Manuel Guerrero C. dijo...

Es que la dignidad no está reñida con la amistad y la cecanía,todo lo contrario, S. Si se me permite decir, digo que esta vaca tiene algo entrañablemente humano. ¿Llegasteis a ver algo sospechoso en la vaca? ;-)

Yo viví algo parecido hace poco:

http://diariodeunnaufrago-bate.blogspot.com/2009/04/breve-visita-al-paraiso-i.html

http://diariodeunnaufrago-bate.blogspot.com/2009/04/breve-visita-al-paraiso-ii.html

S. Cid dijo...

Bate: ¿Algo sospechoso? Hummm, bueno, ver, ver..., lo que se dice ver del verbo ver no sé..., pero cuando nos acercamos oí algo así como "Muuuuu", que parece muy normal en una vaca, ¿no? La cosa es que detrás de ese "Muuuu" me pareció escuchár aún: "Muuuuuuy buenas tardes, jovenzuelas".

¿Crees que eso es sospechoso? ;-)

José Manuel Guerrero C. dijo...

Totalmente, a eso me refería. Con que "Muuuu", Hummmm..., que raro. ¿Y donde dices que se puede uno cruzar con esa vaca??

Belén 2013

Belén 2011