miércoles, 21 de abril de 2010

El fuego de Vesta

El fuego de Vesta

Cuando Pat me invitó a pasar las vacaciones de Pascua en Wellow, no lo dudé. Necesitaba alejarme de Londres unos días, así que tomé el tren para Bath en cuya estación me esperaba mi amiga.

Aquella tarde, mientras merendábamos en el salón de té de mistress Evans, Pat aprovechó para interesarse por mi vida amorosa:
–No puedes negarlo, querida, se adivina en tu mirada.
–Tampoco afirmo nada, Pat.
–Estás enamorada. Lo sé.
Un terrible alboroto en la calle nos interrumpió. A través del ventanal observamos cómo un joven y un anciano reñían furiosamente.
–Aléjate de mi hija. Si vuelvo a verte rondándola, te mataré.
–¡Qué extraño! –susurró Pat–. Jamás he visto al viejo Charman pelear con nadie.
–¿Quién es el joven?
–James Helthman, el novio de su hija.

Aquella noche apenas pude dormir. Exasperada tras horas de insomnio, me levanté y, asomada a la ventana, aspiré la tranquila quietud de Wellow. Sin embargo, el sonido de un coche acelerado con fiereza rompió el silencio. Lo vi pasar veloz y desaparecer tras la esquina.

Por la mañana, mareada por la mala noche, salí a pasear para despejarme. Frente a la casa de Pat, una vecina lloraba el destrozo que un auto había ocasionado en su jardín. Observé con pena que no le faltaba razón: una larga huella de neumático recorría el césped y había aplastado los macizos de flores. Recordé el coche que había rasgado el silencio, compañero de mi desvelo, pero puesto que me resultaba imposible identificar al desalmado conductor, continué con mi paseo.

Al volver a casa, Pat me esperaba con la noticia:
–Wellow hierve de excitación, Kate. La hija de Charman ha desaparecido y la policía está totalmente desconcertada.

Unas horas después, sin embargo, supimos que James Helthman había sido detenido. En su poder encontraron una nota muy comprometedora en la que Helthman se citaba con la chica en la estación de Bristol y dos billetes de tren con destino a Plymouth.
–¿No es romántico, Kate? Evidentemente pensaban huir juntos.
–Pero…, ¿detenido? –me pregunté. En su arrebato romántico, Pat no había reparado en ello, pero yo no podía dejar de asombrarme ante el hecho de que la policía considerara delito huir con una joven mayor de edad.

Al día siguiente, mistress Evans nos informó mientras preparaba el té:
–Ayer por la tarde Jamie Helthman fue conducido hasta Bristol para que se encontrara con Jane, pero la chica no acudió a la cita; de modo que ahora lo acusan de asesinato.
–¿Asesinato? –preguntó Pat.
–Claro, querida. Jane ha desaparecido y nadie entiende el motivo, salvo porque…
–Él la haya matado –aseveré–. Sin embargo…, es absurdo.
–¿Por qué, miss West?
–¿No estaban enamorados? –pregunté. Mistress Evans alzó la cabeza un instante y miró a su alrededor. Luego, bajando la voz, dijo:
–Se ha corrido la voz de que estaba embarazada…
–Con mayor razón… –afirmé–. Es absurdo…
–Oh, vamos, Kate –me interrumpió Pat–. No es lo mismo correr una aventura con una bella joven que…
–¡Patricia Florey –una voz estentórea sonó a nuestra espalda–, no utilices la bella voz que Dios te dio para levantar rumores contra el prójimo!
Un hombre corpulento que se hallaba detrás de nosotros miraba a Pat severamente.
–¡Reverendo Murray! No lo había oído llegar.
–No lo dudo, jovencita. De otro modo…., seguramente hubieras medido tus palabras.
–Sólo charlábamos, reverendo –intervino mistress Evans–, sin ánimo de perjudicar a nadie.
¡No salga de vuestra boca palabra viciada, sino palabras buenas! Menos charlatanería y más lectura de los textos sagrados.

Wellow llevaba dos días rumoreando y yo, aburrida, salí de nuevo a pasear. El camino avanzaba serpenteante y, aunque embarrado por la lluvia, las profundas rodadas que lo recorrían facilitaban mi marcha que, no obstante, algo en mi cabeza ralentizaba. Sin saber de qué se trataba, en realidad, mi cerebro tocaba campanas de alarma. Repentinamente, la llovizna arreció. Miré alrededor en busca de un refugio y descubrí una cabaña que parecía abandonada. Con un leve empujón abrí la puerta y, creyéndome sola, un gemido a mi espalda me asustó. Al girarme, descubrí a una jovencita desmayada sobre un diván que musitaba incesantemente el nombre de Jamie. El azar me había conducido hasta Jane Charman.

La joven, trasladada de inmediato al hospital de Bath, no pudo dar pista alguna debido al estado narcotizado en que se encontraba. Sin embargo, al relatar yo el nombre brotado de sus labios, la sospecha sobre Helthman se acrecentó.

Dos días después, camino del salón de té, sorprendí esta conversación a las puertas del taller:
–Vamos, Peter, ¿está listo el auto? Quiero ir a ver a Jane al hospital.
–Aún no, Charman.
–Yo le acercaré. Voy de camino.
La voz del reverendo sonó potente a través de la ventanilla de su auto.
–Gracias, reverendo. Me hace usted un favor.
Me aparté cuando el coche giró delante de mí para incorporarse a la calzada...

Corrí en busca de un teléfono público y afortunadamente, en el hospital de Bath, un policía disfrazado de enfermero detuvo la mano que pretendía inyectar aire en el tubo que conducía el suero hasta la vena de Jane Charman. Por fortuna, mi advertencia había llegado a tiempo y logró evitar el asesinato que el reverendo Murray quería cometer.

–¿Cómo lo supiste? –preguntó Pat mientras ella y mistress Evans me miraban asombradas.
–Cuando el coche del reverendo avanzó sobre la gravilla frente al taller donde recogió a Charman, observé las huellas que dejaron sus neumáticos. Eran las mismas que grabó sobre el césped de tu vecina el auto que mi primera noche en Wellow destrozó su jardín, e idénticas a las extrañas huellas que observé en las rodadas del camino que me condujo a la cabaña donde hallé a Jane.
–¿Por qué querría matarla?
–No tenía otra salida –dije–. En cuanto ella despertara…, hablaría.
–Pero ¿por qué secuestrarla?
–Sin duda porque, embarazada la virgen por la que él velaba, no le cupo otra idea que emparedarla como a una vestal sorprendida en flagrante atentado contra su voto de castidad.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantan todas tus historias, y creo que tiene mucho que ver ese ambiente inglés que tanto me gusta.

Miguel Baquero dijo...

Qué istoria más bien contada. Me la he leído después de salir de los oficios y me ha gustado mucho. En serio, muy buena trama y muy bien recrado el ambiente

Miguel Baquero dijo...

Historia con hache, claro, que se me ha escapado el dedo. Y recreado, no recrado. Perdón

Paco Gómez Escribano dijo...

Pues a mí también me ha gustado. Un relato muy inglés, similar a los de Agatha Christie. Ni le sobra ni le falta nada. Muy bien resuelto. Saludos.

Guido Finzi dijo...

Un relato fantástico y con ese inconfundible aire británico que tanto me gusta. Enhorabuena, Maestra.

Un saludo

Qué bien escrito ¡

S. Cid dijo...

Anónimo: Bueno, gracias :-). No sé si logro darle un auténtico ambiente inglés, aunque lo intento ;-) porque para mí también es una atmósfera muy atrayente.

Miguel: Gracias, Miguel. Pues, mira, esta historia la he tenido en el ordenador muriéndose de asco un montón de meses porque no me convecía. Eso de tener que contarla en exactamente mil palabras (título incluido), restringe mucho y no me gustaba nada cómo había quedado. Ayer por la tarde, me decidí a trabajar de nuevo en ella, hice algunos retoques... y la subí. Bueno, vuestras opiniones me animan :-)

Paco: Me alegra oírte decir eso, porque emular a la grandísima Agatha Christie es lo que pretendo (siempre teniendo presente, por supuesto, la insalvable distancia que hay entre ella y yo). He leído a otros muchos autores, pero ella es la que más me gusta: sus crímenes, sus personajes, sus ambientes, la atmósfera tan británcia que rodea todas sus historias... Me encanta, todo ello me encanta, así que parecerme, aunque sólo sea un poquitín, a ella me causa mucha alegría :-)))

Guido: Gracias, Guido. Esos elogios, viniendo de ti, son muy valiosos para mí :-))

Saludos, amigos.

S. Cid

Carlos dijo...

Estamos ante la Agatha Cristie española. A partir de ahora a inundar libros y libros en las librerías.
Besitos.

José Manuel Guerrero C. dijo...

Excelente texto. Se nota muchas horas de lectura detrás.

Guido Finzi dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Guido Finzi dijo...

Son elogios más que justificados; bordas este tipo de relatos...

Sue dijo...

Me voy a repetir y te voy a echar unas cuantas flores Cid, pero es que me he visto tomando té en la campiña inglesa tan ricamente y me ha gustado mucho.
No sé si eres Ágatha, pero tus historias me recuerdan mucho a las suyas (me encanta Muerte en el Nilo, sus personajes son geniales!)

S. Cid dijo...

Carlos: Me abrumas, me abrumas... ;-). Ojalá inundara las librerías con libros y viviera de esto..., menudo corte de mangas (mental, mental..., que una es chica fina) le iba a hacer al colegio ;-) Gracias, en cualquier caso por tu devoción literaria ;-)) y besos para ti también.

Bate: Chico, muchas horas de lectura en mi vida sí hay, aunque no sé si luego se notan mucho en mis escritos... Me gustaría creerte :-)

Guido: Bueno... :-), pues gracias :-)))

Sue: Y gracias de new, esta vez a ti. Entre todos conseguís que me sonroje, porque hasta que abrí el blog nadie me había leído y no estoy yo muy acostumbrada a tanto elogio.

Me alegro de que te guste esta historia que en un principio no estaba ambientada en Inglaterra ni existía una Kate West que resolviera el caso. La idea la tomé de otra historia que escribí hace mucho tiempo y que situé a principios del siglo XX (en mi imaginación, claro, porque una de las cosas que tenía clara para ese conjunto de historias del que formaba parte ésta era que su tiempo no debía estar muy definido) en un remoto pueblo español. Formaba parte de un conjunto de historias que se supone que un personaje iba recopilando en sus viajes por España.

Desgraciadamente, he perdido la mayoría,aunque no descarto recuperar las historias algún día, cuando encuentre (y espero hacerlo) un CD donde sé que las grabé.

Saludos, amigos. Gracias por vuestra visita y vuestros comentarios.

S. Cid

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