Misery, Stephen King
A veces hago experimentos con mis alumnos (y en algunas ocasiones hasta tienen cierto éxito). Uno que realizo con bastante frecuencia es contarles una historia, siempre tomada de una novela entretenida, narrarla lo mejor que puedo, con pausas y gestos estudiados, cambios en el tono de voz que les provocan emociones que no pueden enmascarar y miradas con las que logro captar toda su atención. Es curioso ver cómo aquellos que tanto protestan cuando se les manda leer un libro, están en esos momentos de narración callados como monas, quietos, con la mirada fija en ti y toda su atención pendiente de cada una de tus palabras.
Dependiendo del tiempo de que dispongas y de las ganas que tengas de reírte, extiendes la narración tanto como quieras disfrutar. Luego, cuando se ha alcanzado el punto culminante de la historia, haces una pausa, dejas caer sobre ellos los puntos suspensivos y, con un cambio en el tono de voz que vuelve a ser el de la profe de Lengua, das un grácil giro de cintura, te aproximas a la mesa y dices (aguantándote la risa lo mejor que puedes):
-Y ahora volvamos a lo nuestro, ¿quién corrige el siguiente ejercicio?
-Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo.
Es invariable. Su respuesta, siempre es la misma: Noooooooooooooooooooooooooooooooooo. Y luego vienen las súplicas:
-Jo, profe, termina la historia, cuéntanos cómo acaba.
Ahí llega el momento de disfrute total: te quedas callada unos instantes, como ordenando algunos papeles de tu mesa mientras aparentas estar considerando la propuesta. Luego, levantas la cabeza, los miras y dices:
-No, pero si queréis saber el final, el título de la novela es... (y lo escribes en la pizarra) y su autor... (nueva anotación en la pizarra).
Y a veces lo consigo. Sí, sí, a veces logro que algunos que se sienten especialmente interesados en la historia acaben por leerla. Un método como cualquier otro (aunque reconozco que frustrante para aquellos que no se deciden a aventurarse en la lectura para conocer el final de la historia) con el que ganar un nuevo adepto a la causa de la lectura.
Hace un par de días, cuando les hablé del libro que deberían leer esta evaluación, su respuesta fue la esperada: protestas, refunfuñeos, leer es muy aburrido, bla, bla, bla. Nuevamente se entabla el diálogo recurrente: no es aburrido, sí, no, sí, no, bla, bla, bla. Pero esta vez alguien preguntó:
-¿Qué estas leyendo tú ahora?
-Misery, una novela de Stephen King.
-¿Y de qué va?
(Je, je, je. Ahí está mi oportunidad).
-Pues... (léanse los dos primeros párrafos de la entrada).
La diferencia en este caso es que, aunque hubiera querido, en esta ocasión no habría podido contarles el final porque aún estaba leyendo la novela. Quizá por ello hubo también una diferencia al día siguiente:
-Profe, ¿has leído más de la novela?
-Sí.
-Cuéntanoslo.
Y al siguiente:
-Profe, ¿qué leíste ayer de la novela?
Y yo conté...
Esta mañana descubrieron que me quedaban apenas 20 páginas para terminarla, así que me emplazaron a que mañana les contara el final.
Algunos de vosotros pensaréis que mañana será un nuevo día D para mi regocijo personal, ese que tanto me gusta dejando caer sobre ellos los puntos suspensivos, pero en esta ocasión no podré hacerlo. Hay una alumna que ha visto la película y me estropearía el truco. :-(
Pero..., esto..., yo venía a hablar de Misery. ¡Qué pirada está la tal Annie de las narices! y excelente lección la que te enseña esta historia: mejor no fiarse del hombre del tiempo y, en invierno, quedarse en casita.
Novela espeluznante, pero que me ha entretenido mucho. Gracias
de nuevo, Alawen.