Estos sí que dan miedo...
Tenía variados planes para este largo puente que acaba de pasar: avanzar en mis relatos del Atrápame si puedes, preparar una colaboración (prometida y aún pendiente) con un blog amigo, escribir, para algunas futuras entradas, ideas que bullían en mi cabeza, pasear, leer... Al final, de entre todas ellas, sólo pasear un poco y leer mucho, muchísimo es lo que ha ocupado mi tiempo. En estos escasos cuatro días me he bebido, porque la novela lo vale y empuja a que se consuman sus páginas sin pausa, las 881 páginas de Los cipreses creen en Dios. Ahora, en las Navidades, y supongo que dará también para algunos días después, irán cayendo las tres partes que aún quedan de esta tetralogía.
Ya llegará por aquí el comentario de todas ellas, pero, de momento, puedo ir recomendando su lectura a todo aquel que pase por aquí y todavía no lo haya hecho. Es una novela memorable, fabulosamente bien escrita y que da mucho en que pensar... Traeré, supongo, más de una mención a ella, pero precisamente hoy me viene al pelo. Le tomo prestados, pues, a Gironella estos párrafos:
Matías comprendió en seguida que la cerilla había sido echada a los leños. Sucesos de gravedad sin precedentes ocurrían en la capital de España, a juzgar por lo que acontecía en los escaños del Parlamento. Matías no sonrió como antaño al leer: "Tumultos en la sala"; por el contrario, su rostro expresó desde el primer momento la mayor preocupación.
Calvo Sotelo había descrito la situación de España en tono patético. Al parecer, no era sólo el río Ter el que bajaba crecido. Calvo Sotelo dio las cifras oficiales de lo ocurrido desde el 16 de febrero: 400 bombas habían estallado aquí y allá, 330 asesinatos, 1.511 heridos, 170 iglesias destruidas totalmente, 295 parcialmente, 485 huelgas; en cárceles y calabozos se hallaban unos doce mil ciudadanos pertenecientes a partidos derechistas...
Las palabras de Calvo Sotelo habían causado una impresión profunda en las Cortes, y el Presidente del Consejo, señor Casares Quiroga, le amenazó por cuarta vez. Entonces, Calvo Sotelo alzó los hombros. "¡Bien, señor Casares Quiroga! Me doy por notificado de la amenaza de Su Señoría. Y le digo ante el mundo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: "Señor, la vida podréis quitarme, pero más no podréis." ¡Pues no faltaba más! Tengo anchas las espaldas."
A la salida, en los pasillos, "La Pasionaria" había dicho en voz alta: "Este hombre ha hablado por última vez."
[...]
Matías Alvear sufría porque desde el primer instante intuyó que aquello no quedaría en meras palabras, que se llevaría a cabo conduciendo a una situación irremediable.
[...]
Por ello, al llegar el 13 de julio todo el mundo comprendió. A Matías Alvear no le sorprendió; al comandante Martínez de Soria tampoco... Cuando la radio, "La Vanguardia" y "El Proletario" dieron la noticia de que el Presidente del Consejo había cumplido su palabra, todo el mundo comprendió que tenía que ser así, que no había descanso porque no podía haberlo.
"La Dirección del cementerio Este, de Madrid, ha comunicado al Ayuntamiento que, sobre las cinco de la madrugada, ha sido dejado allá un cadáver que ha resultado ser el del señor Calvo Sotelo."
[...]
13 de julio. Las radios dieron los consabidos detalles. Guardias de Asalto se habían presentado en el domicilio de Calvo Sotelo invitándole a que los siguiera. En la camioneta le atravesaron la nuca de un balazo.
A mi vuelta a Madrid, oí en la radio que Hermann Tertsch había sido pateado por la espalda después de que el periodista hubiera anunciado que interpondría una querella contra el programa que presenta el tal señor Wyoming en la cadena de televisión La Sexta, por haber tergiversado éste unas palabras pronunciadas por aquél mediante la emisión de unos vídeos
humorísticos, según el muy discutible parecer del jocoso Wyoming. Esta mañana, además, leí en el blog
Contando estrelas el artículo de Elentir titulado
Señalar como asesino a Tertsch es "broma", señalar como ladrona a La Sexta es "ataque", y no pude sino pensar que cuando se relaja la conciencia y se permite pasar a unos lo que se denosta en otros... no se hace sino caminar hacia el caos. Eso es, al fin y al cabo, el relativismo moral, ya se sabe..., cuando las cosas, todas las cosas, incluso las más básicas son
discutidas y discutibles... Eso es, para todo ser, libre de ideas fanáticas e intransigentes que le obcequen el intelecto y, con él, esclavicen sus ideas, la estrategia que con tanto
acierto despliega la progresía española: si lo digo yo, vale ciento; si tú, cuando menos, el menosprecio. Y, así, encontramos a nuestro flamante Ministro del Interior señalando hoy que no se puede culpar al gobierno de los secuestros realizados por Al Qaeda y, sin embargo, haciendo precisamente eso, culpar al gobierno de Aznar por los atentados con los que nos despertó una buena mañana de marzo el club de Ben Laden. Supuestamente, claro..., que a saber qué diría el policía Manzano si contara la verdad...
Sigamos, pues, jugando al juego de los retroprogres, los cejistas, los medios de comunicación vendidos al poder, los votantes que aceptan X si lo dicen los suyos y abominan de ese mismo X si lo dicen los del otro lado..., sigamos, digo, y veremos llegar hasta nuestro Parlamento sombrías figuras ávidas de emular a aquella Pasionaria que, como todo el mundo sabe, fue digno espejo en el que toda democracia debe mirarse y adalid de la libertad.
Mientras tanto, señor Tertsch, repóngase y vuelva pronto a Telemadrid para seguir dando su opinión como mejor le plazca. Es un derecho que tiene recogido en nuestra Constitución. Ésa que el señor de las cejas se ha pasado por su santo arco del triunfo.