Capítulos anteriores:
-Capricho fatal I
-Capricho fatal II
-Capricho fatal III
-Capricho fatal IV
-Capricho fatal V
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Capricho fatal VI
–Pero, ¿por qué, Mike? Laura está en el hospital, mi suegra… –me detuve un instante y lo miré. Él movió la cabeza de lado a lado en respuesta a mi mudo interrogante y yo volví a sentir que los hombros descendían. Si bien no la estimaba, era la madre de Laura y la noticia de su muerte llegaba en un momento en que mi ánimo se encontraba exánime por completo–. ¿Qué demonios ocurre, Mike? Laura está en el hospital –repetí–, mi suegra ha muerto y ¿yo he de preocuparme en pensar qué hice anoche?
–¿Por qué no viniste en tu coche, Harry? –preguntó Mike con un tono de voz que delató cierto deje de sospecha.
–Te lo expliqué ayer cuando te llamé desde la posada donde me alojé: no arrancaba, de modo que alquilé uno.
–Pero Laura y su madre salieron en él anoche. Cenaron en Greenwich y aún pudieron recorrer unos kilómetros de vuelta antes de que los frenos fallaran. El coche funcionaba, Harry.
–No cuando yo fui a cogerlo. Te lo juro, Mike. El coche no arrancó cuando yo fui a cogerlo.
–¿No le dijiste a Laura que estaba estropeado?
–No –respondí–, ni siquiera hablé con ella. Estaba demasiado enfadado para hacerlo. Entré en el dormitorio, llamé a la agencia de alquiler y me marché.
–Pero entonces Laura no debería haber usado tu coche, puesto que ignoraba que no te lo habías llevado.
–¿Eh? –pregunté ofuscado.
–Piensa Harry –me dijo agarrándome de nuevo por el brazo y apretando tanto que me hizo daño–. ¿Cómo pudo saber Laura que el Aston seguía en Londres?
Entonces recordé su vestido colocado sobre la cama, aguardándola para hacer de ella la mujer más bonita de la reunión botánica, y me vi a mí mismo arrojando las llaves del Aston sobre la colcha.
–Debió de encontrar las llaves encima de la cama –respondí muy bajo–. Las tiré allí cuando entré en el dormitorio para llamar a la agencia de alquiler.
–Supongo que eso será creíble –dijo con un tono grave que logró erizarme el cabello–, pero ¿qué es lo que te impidió llegar aquí anoche? ¿Dices que el auto de alquiler te dejó tirado en la carretera cerca de…?
–Hinchfield.
–¿No pudieron arreglarlo en el momento?
–No, el taller estaba a punto de cerrar cuando llegué y di el aviso.
–¿Y cuál era la avería?
Callé. ¿Cómo iba a explicarle a Mike que, en realidad, el coche de alquiler funcionaba perfectamente por la mañana, según me había explicado el mecánico?
–Creo que un sobrecalentamiento del motor o algo así.
–¿Podrá atestiguarlo el mecánico?
–Él… –balbucí como un niño pequeño que ha roto un cristal de la ventana y se ve en la tesitura de tener que declarar su culpa–. En realidad, Mike, el mecánico dijo que esta mañana el coche funcionaba sin problemas…
–¡Oh, Dios mío, Harry! –exclamó– El asunto comienza a complicarse más de la cuenta. La policía cree que los frenos del Aston Martin han sido manipulados y tú…, tú no haces sino ofrecer averías fantasmas, como si una conjura automovilística se hubiera confabulado contra ti. ¿Dónde se quedó el coche alquilado anoche? –preguntó.
–El mecánico dijo que lo había dejado a la puerta del taller.
–¿No lo encerró dentro?
–No. Al menos eso creo. Dijo que lo había dejado aparcado ante el taller.
–De modo que hubieras podido cogerlo…
–Pero no lo hice, Mike. ¿Por qué iba a hacerlo?
–Para volver a Londres, llegarte hasta Greenwich, manipular los frenos del Aston y…
–¿Qué estás sugiriendo? –pregunté asustado–. ¿Crees que intenté matar a Laura?
–La policía dice que el depósito que contiene el líquido de frenos fue agujereado.
–¿Y creen que lo hice yo? Pero si no entiendo nada de mecánica, Mike. Ni siquiera sé cambiar una rueda…
Mike me interrumpió con un brusco movimiento de la mano.
–¿Se quedó él con las llaves?
–¿Quién?
–El mecánico.
–Sí.
–Entonces resulta imposible que pudieras coger el coche –dijo sonriendo. Sin embargo, yo callé. No compartía su alegría en absoluto.
–Yo tenía otro juego de llaves.
–¿Cómo?
–Me lo entregaron en la agencia de alquiler –dije mientras extraía el juego de repuesto del bolsillo de mi chaqueta–. Al parecer siempre lo hacen.
–Vas a tener que buscarte un buen abogado, Harry –dijo Mike en un tono que me espeluznó–. Conozco unos cuantos. Estudiaremos cuál es el más conveniente para un caso de estos.
–¡Oh, Dios mío! –me lamenté–. No puedo creerlo. ¿Estás hablando en serio?
–Totalmente en serio, Harry. Creo que estás en un buen aprieto, a menos que puedas ofrecer una explicación convincente…
–¡Oh! –exclamé–.
–¿Qué?
–El Poeta Loco…
–¿De qué demonios estás hablando?
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Capricho fatal VI
–Pero, ¿por qué, Mike? Laura está en el hospital, mi suegra… –me detuve un instante y lo miré. Él movió la cabeza de lado a lado en respuesta a mi mudo interrogante y yo volví a sentir que los hombros descendían. Si bien no la estimaba, era la madre de Laura y la noticia de su muerte llegaba en un momento en que mi ánimo se encontraba exánime por completo–. ¿Qué demonios ocurre, Mike? Laura está en el hospital –repetí–, mi suegra ha muerto y ¿yo he de preocuparme en pensar qué hice anoche?
–¿Por qué no viniste en tu coche, Harry? –preguntó Mike con un tono de voz que delató cierto deje de sospecha.
–Te lo expliqué ayer cuando te llamé desde la posada donde me alojé: no arrancaba, de modo que alquilé uno.
–Pero Laura y su madre salieron en él anoche. Cenaron en Greenwich y aún pudieron recorrer unos kilómetros de vuelta antes de que los frenos fallaran. El coche funcionaba, Harry.
–No cuando yo fui a cogerlo. Te lo juro, Mike. El coche no arrancó cuando yo fui a cogerlo.
–¿No le dijiste a Laura que estaba estropeado?
–No –respondí–, ni siquiera hablé con ella. Estaba demasiado enfadado para hacerlo. Entré en el dormitorio, llamé a la agencia de alquiler y me marché.
–Pero entonces Laura no debería haber usado tu coche, puesto que ignoraba que no te lo habías llevado.
–¿Eh? –pregunté ofuscado.
–Piensa Harry –me dijo agarrándome de nuevo por el brazo y apretando tanto que me hizo daño–. ¿Cómo pudo saber Laura que el Aston seguía en Londres?
Entonces recordé su vestido colocado sobre la cama, aguardándola para hacer de ella la mujer más bonita de la reunión botánica, y me vi a mí mismo arrojando las llaves del Aston sobre la colcha.
–Debió de encontrar las llaves encima de la cama –respondí muy bajo–. Las tiré allí cuando entré en el dormitorio para llamar a la agencia de alquiler.
–Supongo que eso será creíble –dijo con un tono grave que logró erizarme el cabello–, pero ¿qué es lo que te impidió llegar aquí anoche? ¿Dices que el auto de alquiler te dejó tirado en la carretera cerca de…?
–Hinchfield.
–¿No pudieron arreglarlo en el momento?
–No, el taller estaba a punto de cerrar cuando llegué y di el aviso.
–¿Y cuál era la avería?
Callé. ¿Cómo iba a explicarle a Mike que, en realidad, el coche de alquiler funcionaba perfectamente por la mañana, según me había explicado el mecánico?
–Creo que un sobrecalentamiento del motor o algo así.
–¿Podrá atestiguarlo el mecánico?
–Él… –balbucí como un niño pequeño que ha roto un cristal de la ventana y se ve en la tesitura de tener que declarar su culpa–. En realidad, Mike, el mecánico dijo que esta mañana el coche funcionaba sin problemas…
–¡Oh, Dios mío, Harry! –exclamó– El asunto comienza a complicarse más de la cuenta. La policía cree que los frenos del Aston Martin han sido manipulados y tú…, tú no haces sino ofrecer averías fantasmas, como si una conjura automovilística se hubiera confabulado contra ti. ¿Dónde se quedó el coche alquilado anoche? –preguntó.
–El mecánico dijo que lo había dejado a la puerta del taller.
–¿No lo encerró dentro?
–No. Al menos eso creo. Dijo que lo había dejado aparcado ante el taller.
–De modo que hubieras podido cogerlo…
–Pero no lo hice, Mike. ¿Por qué iba a hacerlo?
–Para volver a Londres, llegarte hasta Greenwich, manipular los frenos del Aston y…
–¿Qué estás sugiriendo? –pregunté asustado–. ¿Crees que intenté matar a Laura?
–La policía dice que el depósito que contiene el líquido de frenos fue agujereado.
–¿Y creen que lo hice yo? Pero si no entiendo nada de mecánica, Mike. Ni siquiera sé cambiar una rueda…
Mike me interrumpió con un brusco movimiento de la mano.
–¿Se quedó él con las llaves?
–¿Quién?
–El mecánico.
–Sí.
–Entonces resulta imposible que pudieras coger el coche –dijo sonriendo. Sin embargo, yo callé. No compartía su alegría en absoluto.
–Yo tenía otro juego de llaves.
–¿Cómo?
–Me lo entregaron en la agencia de alquiler –dije mientras extraía el juego de repuesto del bolsillo de mi chaqueta–. Al parecer siempre lo hacen.
–Vas a tener que buscarte un buen abogado, Harry –dijo Mike en un tono que me espeluznó–. Conozco unos cuantos. Estudiaremos cuál es el más conveniente para un caso de estos.
–¡Oh, Dios mío! –me lamenté–. No puedo creerlo. ¿Estás hablando en serio?
–Totalmente en serio, Harry. Creo que estás en un buen aprieto, a menos que puedas ofrecer una explicación convincente…
–¡Oh! –exclamé–.
–¿Qué?
–El Poeta Loco…
–¿De qué demonios estás hablando?
Mi mente galopaba sin freno por caminos tortuosos que probablemente les parecerán demenciales, pero pondría mi vida como aval de que en aquel momento, y aún ahora, me resultaron de lo más acertado. Contemplado el asunto a través del perturbado caleidoscopio desde el que yo lo observaba, todo cobraba un sentido completo y se explicaba con una lógica apabullante, aunque difícilmente admisible para una mente en su sano juicio.
–No vas a creerlo, Mike, pero te doy mi palabra de que es la pura verdad. Anoche pernocté en una fonda llamada The crazy poet. En ella encontré un libro escrito por un pirado en el que aseguraba que era posible lograr la realización de cualquier deseo con el simple hecho de pensarlo y yo…, Mike, ¡oh, Dios mío!, estaba tan enfadado por la súbita aparición de mi suegra este fin de semana y la determinación de Laura de no acompañarme a Maple House, que deseé la muerte de Theresa.
–No vas a creerlo, Mike, pero te doy mi palabra de que es la pura verdad. Anoche pernocté en una fonda llamada The crazy poet. En ella encontré un libro escrito por un pirado en el que aseguraba que era posible lograr la realización de cualquier deseo con el simple hecho de pensarlo y yo…, Mike, ¡oh, Dios mío!, estaba tan enfadado por la súbita aparición de mi suegra este fin de semana y la determinación de Laura de no acompañarme a Maple House, que deseé la muerte de Theresa.
–¿Qué paparruchada me estás contando, Harry? No estamos para bromas.
–¡Es ese Poeta Loco! –gemí–. Deseé la muerte de mi suegra y esta mañana ella está muerta.
–El loco eres tú, amigo, y, si no eres capaz de explicar todas esas extrañas averías de los coches que en realidad funcionan perfectamente, vas a verte metido en un buen lío…
–¡Señor! –la voz de uno de los agentes sonó junto a la casa–. Lo siento, tenemos que irnos.
–Vamos, te acompañaré –dijo Mike–. Luego trataré de localizar a uno de esos abogados de los que te hablé.
El agente abrió la portezuela trasera del coche patrulla y yo me introduje dentro mansamente, como el cordero que penetra en el macelo totalmente ignorante del destino que le aguarda. De repente, unas notas atronadoras hirieron mis oídos, como si toda una orquesta hubiera comenzado a tocar en los jardines de Maple House. La voz de mi suegra se alzó burlona entre la algarabía de violines y timbales, y entonó unos versos que ya antes había escuchado:
Sì, Harry mio sarà;
lo giurai,
la vincerò.
Io sono docile,
son rispettosa,
sono obbediente,
dolce, amorosa;
mi lascio reggere,
mi fo guidar.
Ma se mi toccano
dov'è il mio debole,
sarò una vipera, sarò
e cento trappole
prima di cedere
farò giocar!
Sì sì, la vincerò! (1)
El agente cerró la puerta y el sonido se ensordeció un tanto, pero cuando el coche enfilaba el camino de gravilla, en dirección a la salida, aún podía percibir los ecos de la voz de Theresa, entonando de nuevo para mí aquellos versos:
…
sarò una vipera, sarò
e cento trappole
prima di cedere
farò giocar!
Sì sì, la vincerò! (2)
–¡Es ese Poeta Loco! –gemí–. Deseé la muerte de mi suegra y esta mañana ella está muerta.
–El loco eres tú, amigo, y, si no eres capaz de explicar todas esas extrañas averías de los coches que en realidad funcionan perfectamente, vas a verte metido en un buen lío…
–¡Señor! –la voz de uno de los agentes sonó junto a la casa–. Lo siento, tenemos que irnos.
–Vamos, te acompañaré –dijo Mike–. Luego trataré de localizar a uno de esos abogados de los que te hablé.
El agente abrió la portezuela trasera del coche patrulla y yo me introduje dentro mansamente, como el cordero que penetra en el macelo totalmente ignorante del destino que le aguarda. De repente, unas notas atronadoras hirieron mis oídos, como si toda una orquesta hubiera comenzado a tocar en los jardines de Maple House. La voz de mi suegra se alzó burlona entre la algarabía de violines y timbales, y entonó unos versos que ya antes había escuchado:
Sì, Harry mio sarà;
lo giurai,
la vincerò.
Io sono docile,
son rispettosa,
sono obbediente,
dolce, amorosa;
mi lascio reggere,
mi fo guidar.
Ma se mi toccano
dov'è il mio debole,
sarò una vipera, sarò
e cento trappole
prima di cedere
farò giocar!
Sì sì, la vincerò! (1)
El agente cerró la puerta y el sonido se ensordeció un tanto, pero cuando el coche enfilaba el camino de gravilla, en dirección a la salida, aún podía percibir los ecos de la voz de Theresa, entonando de nuevo para mí aquellos versos:
…
sarò una vipera, sarò
e cento trappole
prima di cedere
farò giocar!
Sì sì, la vincerò! (2)
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(1): Sí, Harry mío será, / lo he jurado, / y me saldré con la mía. / Yo soy dócil / y respetuosa, / soy obediente, / dulce, amorosa, / me dejo gobernar, / me dejo guiar. / Pero si me tocan / en mi punto flaco / seré una víbora, lo seré, / y de cien trampas / me serviré / antes de ceder. / ¡Sí, sí, me saldré con la mía!
(2): ...seré una víbora, lo seré, / y de cien trampas / me serviré / antes de ceder. / ¡Sí, sí, me saldré con la mía!